XII. Segundo ataque al Campamento Rebelde.

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Ya caída por completo la noche, y ahora en el Castillo de Torreportal, Jade no podía dejar de pensar en las palabras que le había dicho Artemisia. ¿Que lo sentía? ¿Qué es lo que sentía ella? ¿Qué sabía ella del dolor? No tenía ni idea de lo que era sentir dolor. No tenía ni idea de lo que era que su propio padre la acusara cada día de la muerte de su madre. No tenía ni idea de lo que era perder a gente que le importaba. No tenía ni idea de la carga que llevaba encima. No tenía ni idea de nada. Ante sus ojos, aquella chica no era más que una niña mimada que no tenía ni idea de lo que era sentirse vacía por dentro. Sentir cómo el mundo se le desplomaba encima y cómo debía seguir en pie a pesar de todo.

Jade no podía parar de dar vueltas por su habitación. La rabia le estaba empezando a ganar terreno y no podía seguir conteniendo aquella emoción durante mucho más tiempo. Su corazón se empezaba a acelerar y su respiración se iba volviendo cada vez más áspera.

Jade dirigió sus ojos hacia la pared que se encontraba frente a su cama, viendo el retrato de su padre, y se puso frente a él, apretando los puños.

—¿Por qué? —le preguntó al cuadro entre dientes, con un hilo de voz—. ¿Por qué me hicisteis así?

Pero como era de esperar, no obtuvo respuesta, y sin poder evitarlo más, empezó a llorar en silencio, sin apartar la mirada de la pintura. Veía a su padre como un espectro maligno dispuesto a torturarla hasta su juicio final, dispuesto a hacerla sufrir incluso después de muerto. Los ojos de su padre, igual de verdes que los suyos y que los de todos los Distrang, parecían clavarse sobre ella como dos puñales esmeralda listos para segarle la vida.

Jade se empezaba a sentir patética.

«¿Qué narices hago hablándole a un cuadro?», se preguntó.

El estar continuamente ocultando sus emociones para que nadie pensara que era débil era lo más cansado de todo. Estaba harta de tener que responder a todo con una frialdad que ni los de la Nación del Agua tenían. Y aunque ahora se encontrara libre de su padre, jamás sería libre de en lo que la había convertido: una persona incapaz de mostrar emociones.

Recordaba a la perfección el infierno que cada día pasaba junto a su padre. Recordaba cómo la trataba de un modo tan hostil que casi parecía que ella fuera su enemiga, o los duros entrenamientos que le hacía soportar y que, en más de una ocasión, por culpa de ellos acababa tan agotada que casi no podía ni moverse de la cama. Y lo peor de todo, es que realmente le hizo creer que fue culpa suya el haber matado a su madre.

Cerrando los ojos, trató de reprimir su llanto mientras apretaba los dientes, tensando la mandíbula para después respirar hondo, intentando calmarse.

Entonces, alguien llamó a la puerta.

Jade pestañeó un par de veces, intentando disimular sus ojos llorosos y se limpió los surcos que tenía en las mejillas por las lágrimas. De haber pasado un solo segundo más habría estallado en un llanto que sin duda se habría escuchado (para más pesar de la reina) en todos los rincones del castillo, por lo que agradeció que hubieran llamado a la puerta, distrayéndola de su angustia.

Cuando por fin abrió la puerta, pudo ver a un soldado alarmado que la miraba con los ojos tan abiertos que casi parecía que se le iban a salir de las órbitas.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jade.

—Majestad, el Ejército de la Oscuridad ha vuelto. Ahora son muchos más. Van armados hasta los dientes.

Lo siguiente que hizo Jade al escuchar aquello, fue coger sus armas y salir corriendo de la habitación junto al soldado, dispuesta a meterse de pleno en la batalla.

ALPHA || La guardiana de los elementos [#1]Where stories live. Discover now