Capítulo 10: Diana.

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Todos menos alguien a quien conocía, pero no demasiado bien. Alguien a quien llegaría a acercarme muchísimo dentro de poco tiempo, a pesar de que yo no lo pretendía y no me había mostrado demasiado entusiasmada al principio.

Me acerqué a la ventana y observé los coches; cientos de cucarachas amarillas serpenteando entre otras, luchando por un hueco en un lugar abarrotado, escapando por los pelos de choques en los que la muerte estaba más presente que nunca... Me crucé de brazos y suspiré.

-De verdad, Max, necesito un poco de coca-susurré, llevándome las manos a la cabeza, sintiendo una jaula apretando con sus barrotes mi cerebro. Era incómodo, y sabía que dolería, especialmente cuando entrase por la puerta de mi casa y comenzaran los gritos que, de seguro, establecerían un nuevo récord mundial.

-Coge del suelo.

-¿Me estás jodiendo? ¿Le estás diciendo de verdad a la reina de esta maldita ciudad, la capital del mayor imperio del mundo, que coja droga del suelo? ¿Qué soy? ¿Una puta aspiradora?

-Dependiendo de qué cosas, eres buena aspirando.

-Por favor, vete a la mierda-respondí, cansada de su mierda y volviendo a girarme. Casi atropellan a una mujer que correteaba (ya a esas horas) cargada de bolsas de cartón, tan blancas que casi brillaban con luz propia.

A mi espalda se abrió una puerta, y escuché pasos de felina yendo hasta mí. Una mano me pellizcó el trasero, pero no me molesté en girarme a soltarle una bofetada al dueño de aquella mano descarada: sólo era Zoe.

-¿Cuándo te has levantado?

-No hay cocaína, joder-fue mi manera de saludar. Ella alzó los ojos; aún conservaba perfectas las líneas azabache que se había hecho el día anterior, antes de la fiesta, con la que se reforzaba su look de zorra guapa. Su pelo caoba reforzaba todavía más ese aspecto.

-Cógela del suelo-sugirió, encogiéndose de hombros y echando un vistazo al triste panorama que había a mis pies.

-Creo que te voy a tirar por la ventana, Zoe.

Pero mi ofensa ni siquiera llegó a ser ofensa: después de ver que yo no estaba de humor para jugar, se giró, me apretó el codo con los dedos pulgar, índice y corazón, y me dejó allí sola, estudiando lo que tenía debajo de mí cual ave de presa, mientras ella se iba a intercambiar flujos salivales con su novio.

Podría disfrutar del espectáculo que suponía verlos liarse (había películas porno más tímidas que aquellos gemidos y esa manera de retorcerse los cuerpos), pero tenías cosas más importantes que hacer, como estresarme porque la hora de volver a casa se acercaba a pasos agigantados y yo no tenía manera de hacerme con un escudo y una armadura decente.

De nuevo, el sonido de una puerta rompió el silencio sólo interrumpido por los gemidos constantes de mi mejor amiga tratando desesperadamente de fusionarse con el gilipollas de su novio. Esta vez un chico de ojos azules y pelo rubio cayéndole sobre éstos atravesó la habitación.

-William-murmuré, amenazante. Él sonrió, alzando una pequeña bolsa de plástico con polvillos blancos dentro. Mi sonrisa no pudo haber sido más amplia.

-Tus polvos mágicos, princesa.

-Dame con qué cortarla, y deprisita-dije, apartando cuerpos de encima del sofá y sentándome donde antes había estado la boca babeante de un tío cuyo nombre ni recordaba ni me interesaba. Eché abajo las cosas que había sobre la mesa frente al sofá y lo estudié con una mirada dura.

Chasing the stars [#1]Where stories live. Discover now