Capítulo 10: Diana.

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No puedo creer que sea la primera en levantarme pensé, con un deje irónico en mi cabeza que raras veces se manifestaba. Yo era la reina. El sol se alzaba cuando yo lo decía, y para mis súbditos mi palabra era el Novísimo Evangelio, equiparable a los demás... salvo porque yo no escribiría en libros cutres de cubierta de cuero. Sabía cómo hacer las cosas mejor que los viejos que se dedicaban a traducir la Biblia porque no tenían nada mejor que hacer.

Me puse las bragas y el sujetador a juego de Victorias Secret y busqué la minifalda que había llevado el día anterior, en la fiesta. Mi camiseta era un caso perdido, así que... tendría que arreglármelas con alguna otra, y que la dueña se fuera a casa con las tetas al aire. Se siente. Haber venido preparada para cuando la diosa requiere tus servicios.

Mientras le robaba la camiseta a una chica que se abrazaba a ella en sueños como si le fuera la vida en ello (la dignidad, que no era lo mismo), escuché ruido de latas en la cocina. Chasqueé la lengua mientras me metía en el saco que aquella tía utilizaba a modo de vestimenta y me encaminé hacia el foco del ruido.

Max estaba allí, disfrutando del paisaje neoyorquino compuesto por taxis histéricos que no sabían a quién robarle qué hueco a sus competidores, mientras bebía una cerveza.

-¿Cómo puedes tomar esa mierda después de lo de anoche?

-¿Resaca, Lady Di?

-¿Es coña? Dejaría que me arrancaran el cerebro si eso aplacase el dolor.

Max me dedicó una de las sonrisas torcidas que volvían loca a Zoe, y me sentí mal, como si le estuviera engañando conmigo. Esas muecas eran propiedad de Zoe, no mías.

Zoe era la única persona en el mundo que no merecía que yo le hiciera daño, y no pretendía hacérselo. Si quería a Max, lo respetaría. Cuidaría de él si eso la hiciera feliz. Le reiría las gracias si eso fuera preciso.

O no le mandaría a la mierda cuando usara su tono de sorna característico que tanto asco me daba cuando los demás lo utilizaban.

-No queda medicina.

-Se la acabó Will ayer.

-Will me puede comer el coño salvajemente-gruñí, colocándome bien la camiseta que había robado y resoplando cual dama medieval. ¿Me estaban tocando los huevos a propósito o era sin darse cuenta? Desde luego, cuando Will volviera me iba a oír. Nadie podía dejar a un hada sin sus polvos de hada. Y yo necesitaba de mi magia polvorienta para poder sacudir las alas y volver a volar de nuevo.

-Me duele la puta cabeza, y no pienso ir a casa con resaca-informé, frotándome la frente.

-Última hora-respondió Max, esbozando una sonrisa bobalicona a la que deseé destruir a base de bofetadas en cuanto la vi. Pero me contuve, por Zoe.

-¿Es por la bronca, o porque no me da la gana ir a casa con resaca?-ladré.

-Por ambas. Pero sobre todo por la primera.

-Ya. Pues... te sorprendería saber hasta qué punto la segunda sí que es una buena nueva. La bronca que me espera en casa es monumental. ¿No la notas en el ambiente?-froté unas cuerdas de violín entre los dedos, cerciorándome de que estaban bien afinadas. Sonaban perfectamente, jamás en el mundo había escuchado nadie un sonido tan bello como el que produjeron aquellas cuerdas invisibles, inexistentes-. Si no la notas, es que eres imbécil.

-No la noto-respondió.

-Luego eres imbécil-susurré cual felina letal. Noté de inmediato los efectos que mi tono de voz tenían en todos los hombres que me rodeaban, sin ninguna excepción. Todos se postraban ante mí a la mínima oportunidad de hacerlo.

Chasing the stars [#1]Where stories live. Discover now