Capítulo 41

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Patrick entró en el garaje de su casa, no iba a mentir, sus piernas temblaban y tenía que hacer fuerzas para no salir corriendo. 

Destapó el audy rojo le habían regalado por su cumpleaños, aquello fue una de las primeras cosas pendientes en su lista, sacarse el carnet de conducir.

Siguió de largo, abriendo la puerta para tomar rumbo hacia el salón, tras cerrar la puerta que daba al cuartillo conducente hacia el garaje, cerró los ojos notando aun el olor en aquella casa.

Aun olía a sus padres, aun parecía, que los Steifold, seguían siendo una familia.

Se dio la vuelta apretando los puños y encarando el cuadro enmarcado de aquel hombre.

Aparecían los tres en aquel retrato, Patrick era tan solo un bebé.

Se dirigió hacia la estantería con la vajilla de porcelana china que solo usaban en ocasiones extremadamente especiales, y una a una, las fue arrojando a la cara de su padre, viendo como estas estallaban en mil pedazos mientras aquella mirada inescrutable le observaba con odio.

—Ahora esta es mi casa, y tú, te irás para siempre.— Subió de un salto usando su agilidad de jugador de basket sobre la chimenea y allí, arrancó la parte en la que salía su padre, dejando tan solo a él y a su madre.— Muchísimo mejor.

Siguió en su búsqueda de demonios, adelantando cada peldaño de la escalera, sabiendo que llegaba lo peor.

Aún estaban las bandas de policía, las marcas de pruebas y todo lo sucedido tras el asesinato, incluidas las manchas de sangre de sus padres.

Sacó el móvil para hacer una llamada.

—¿Beatriz? Sí, soy yo, vuelves a trabajar para la familia Steifold, ven cuanto antes, tienes mucho trabajo.— Esperó varios segundos.—No, por el mismo sueldo no, por el doble.

Siempre pensó que Beatriz hacía demasiadas cosas para el dinero que recibía, se había quejado pero como su palabra siempre valía lo mismo que un cero a la izquierda no consiguió ayudarla, ahora, no tenía quien le impidiese nada.

Nada.

Se estaba dando cuenta, de todo lo que había dejado por hacer.

Él no era un Crauford, era un Steifold, por lo tanto no podía vivir la vida de Tom, debía vivir la suya propia y cuando estuviesen preparados, compartirla, si es que aun no era tarde.

Al entrar en su habitación no pudo evitar sonreír, le traía tan magníficos recuerdos, había vivido muchas cosas buenas allí, sobretodo con Dylan, incluso con...

Su corazón volvió a latir fuerte, muy muy fuerte, decidió entonces que estar allí no era bueno para él, llamó a un camión de mudanzas contratando sus servicios, ordenaría que se llevaran todos los muebles, pintaría la casa él mismo y la decoraría nuevamente a su gusto.

Comenzó quitando todos los cuadros y tirándolos sobre el centro del salón principal, los tiraba desde la segunda planta por lo que estos llegaban destrozados abajo, podría venderlos y sacar dinero ¡pero ya tenía demasiado dinero! ¿para qué más?

Además, había pensado buscarse un trabajo ya que odiaba su herencia, o más bien, de donde provenía.

Se hubiese ido a vivir a otra casa si no fuese porque pensase que era de cobardes, y que quedarse allí le ayudaría a madurar.

Terminó bastante cansado, la casa era enorme y recargada, se tiró en su cama mirando la hora en su móvil.

—Necesito hacerlo.—Pensó en voz alta mientras marcaba el número de Tom.

Give Me LoveWhere stories live. Discover now