Capítulo I: Terrores nocturnos

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La oscuridad la rodeaba.

Estaba en medio de una sala de piedra, las paredes estaban cubiertas de una mucosidad verdosa a la que no pudo ponerle nombre. En la misma habían maquinas que ella desconocía, pudo ver un enorme tubo de vidrio que se destacaba de entre el montón, movida por la curiosidad se acercó a este.

Quizás debería de tener miedo, pero por alguna razón no lo hacía, era como si estuviera flotando entre la línea que se dibuja y desdibuja entre el sueño y la realidad.

«Lydia... Lydia...»

La voz se deslizaba lentamente hacía ella, desde el tubo. Había algo en el interior, pero la cantidad de gas y agua no le permitía ver. Siguió caminando, acercándose lentamente.

Sus pies estaban fríos, se dio cuenta de que se había olvidado de poner los zapatos de nuevo.

Odiaba cuando eso sucedía.

Dio otro paso, el olor a putrefacción la golpeó, el hedor a muerte y sangre fue tan profundo que tuvo ganas de vomitar. Pero no lo hizo, siguió avanzando.

Hasta que tocó el frío vidrio del tubo, los martillazos en su cabeza crecieron, como si algo estuviera golpeando el metal.

«Lydia... Lydia...»

Una mano chocó contra el vidrio, justo donde la suya estaba. Pero no desde fuera, sino desde el interior.

Lydia retrocedió por la impresión cuando vio (a lo que sea que estuviera allí adentro) golpear de nuevo, una y otra vez el cristal. Hasta que ella lo vio agrietarse.

Cuando dio otro paso atrás fue cuando el vidrio se rompió y el agua salió a raudales, apenas tuvo tiempo de discernir lo que sucedía. De repente no se sentía somnolienta, sino despierta. El agua golpeando sus pies desnudos, el choque del frío y el calor, y la figura que caía al suelo fueron suficientes para hacerla dudar de si eso era un sueño.

Lydia no pudo articular palabras en un largo tiempo, sus ojos intentaban dilucidar lo que estaba sucediendo delante de ella.

La figura de un hombre se hallaba en el suelo. Un hombre consumido por los años, casi momificado.

Tragando saliva, ella dudó entre acercarse o correr. Pero debió de hacer un sonido, o quizás su respiración la delató.

Porque en ese momento, el hombre levantó la cabeza y Lydia retrocedió de repente asustada, al tiempo que ojos rojos la miraban y susurraban una palabra que heló su corazón.

—La Bete... La Bete... La bete...

Ahí fue cuando se despertó.

—¿Lydia? ¿Lydia? —Lydia parpadeó volviendo a la realidad y mirando fijamente a los ojos de la señora Marin Morrell, la consejera estudiantil. Su madre había decidido enviarla luego de lo sucedido. Había querido decirle que no quería volver a ver a esa mujer de nuevo, su madre no sabía que ella era una druida.

Pero Lydia si, y había intentado fuertemente no volver a relacionarse con nada sobrenatural. A pesar de que las pesadillas volvían cada noche con más fuerza que antes.

A veces incluso se quedaba petrificada en la cama, y otras, dudaba de si realmente había estado durmiendo cuando encontraba sus pies manchados con barro.

—¿Sintiéndote un poco abrumada?

A pesar de sus intentos de bloquear todo lo sucedido, Lydia tembló. No pudo evitarlo, la pesadilla aún estaba fresca en su mente. Ni siquiera el ocasional consuelo que le daba la mañana le había permitido ese día tranquilizarse lo suficiente para ver a Marin.

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