A cada segundo me vi en la necesidad de fingir, el hecho de que recordaba cada una de las cosas que el señor Tarrens iba relatando. Historias sobre cómo nos recordaba a Nathan y a mí de pequeños, siendo sin duda unos bribones que nos salimos con la nuestra en cada jugarreta que se nos ocurría, en cada historia se mencionaba a una Eleanor tranquila e introvertida, que la mayor parte del tiempo era astutamente arrastrada por un Nathan intranquilo y travieso. Una niña tan dulce y gentil que se merecía un premio por ello. A ratos dedicaba miradas fugaces a Nathan, quién llevaba una sonrisa nostálgica y mirada perdida al escuchar aquellos recuerdos de la boca del señor Tarrens.

No importaba como fuera, aquello resultaba fastidioso, realmente comenzaba a cabrearme, debido a que si no era el tema de la boda, era sobre la dichosa chica cuyo rostro sólo había conocido debido a que podía ver mi reflejo en el espejo. No podía negar cuando la conocí, me pareció una chica interesante debido al hecho de que pudo mantener una conversación conmigo; pero cada vez que alguien la mencionaba o hablaban de aquella boda—la cuál ahora parecía más un triste recuerdo— me sentía incómoda y como una especie de villana, una que había tomado el cuerpo de la protagonista amable y caritativa. Extrañamente me sentía cansada de la misma historia; los adjetivos que se me daban tan negativos comenzaban a tener sentido en mi cabeza.

-Oye ¿Te encuentras bien?-cuestionó Nathan, se encontraba frente a mí con la mirada angustiosa. Con discreción rozó su mano con la mía, tanteando mi humor debido a mis anteriores intentos por evitarlo. Su calidez actuaba como una corriente de fuego en mi piel fría, hasta que sus palabras regresaron a mí cual bomba: "ausente".

-Estoy perfecta, gracias- refunfuñé apartándome de su tacto.

-Ya vale, ¿Qué ocurre? Desde que entramos estás muy extraña- susurró para evitar que él señor Tarrens nos escuchara. Sin embargo y como solía hacerlo, su voz me produjo un ligero escalofrío-¿Acaso hice algo?

"¿Entonces si te diste cuenta?"  me cuestioné mentalmente, sintiendo la furia crecer en mi estómago. Seguramente no tenía motivos para sentirme tan cabreada. Pero una de las cosas que me incomodaban, aparte del recuerdo de Eleanor; era mi temperatura fría; eso me hacia aún más consciente de que yo no era nada más que un simple sentimiento dentro de un cuerpo ajeno. Por ello cuando Nathan manifestó que no le agradaba, agregando además que resultaba incomodo con un sentimiento de ausencia,  sencillamente no pude evitar sentirme algo ofendida. —Lamento ser algo tan incómodo—.

-¡Llegamos!- exclamó con su voz extraña aquel hombre.

-¡Increíble!- mencionó Nathan; sus ojos se abrieron cual esferas, se encontraba pasmado frente a la hermosa e impresionante ventana subacuática, en donde nadaban criaturas preciosas.

-Este es mi pequeño pasatiempo- argumentó con orgullo el hombre.

Frente a mí, había una enorme y preciosa ventana que se extendía sin fin por todo un pasillo, con hermosas luces celestes que daban la impresión de estar bajo el mar, criaturas de todas las formas, colores y tamaños nadando a mí alrededor, como un túnel en el que por segundos se ignoraba que estuviese contenido por un cristal. Se sentía como si pudieses tocarlos. Desde pequeños peces de colores extraños hasta osos polares. Me acerqué curiosa, colocando mi mano sobre el cristal en donde justamente se acercaba una tortuga dejando sus ojos frente a mí, era tan maravilloso.

-¿Tú has hecho esto?- preguntó incrédulo Nathan, quién parecía retener la respiración.

Después de todo era fácil dejarse llevar por la emoción y belleza de aquel lugar.

-Por supuesto. Con la ayuda de mis nietas-declaró llevando sus manos a sus bolsillos- nada mejor que un niño cuya imaginación es impresionante, para construir algo como esto ¿Qué tal?

La muerte se llama... Eleanor. ||| Mrs. Write ||| EN EDICIÓN.Where stories live. Discover now