|Energía nivel 1|

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Eleanor.

-Es lo que trataba de decirte-mencioné una vez que la puerta se cerro

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-Es lo que trataba de decirte-mencioné una vez que la puerta se cerro.

-Ya veo...-respondió con voz extraña Nathan, mientras continuaba con la mirada sobre la puerta-bueno, si quieres yo me puedo ir a otra habitación-en el momento que lo vi tratar de ponerse de pie, creí que soltaría un bufido al verlo hacer un esfuerzo sobrehumano, de más estaba decir que no podía ni mover un dedo.

-Ni siquiera puedes respirar- solté con amargura al regresarlo a la cama-olvídalo, si a ti no te molesta a mi tampoco-mencioné con desgané. Me senté en el filo de la cama para quitarme los zapatos y desabrocharme el cinturón; estaba por desvestirme cuando la mano de Nathan me tomó por sorpresa.

-¡¿Qué mierda haces?!- preguntó el chico con sofoco.

-¡Por favor!-exclamé- como si no me hubieras visto en el lago.

-Eso fue diferente ¿Acaso no tienes pudor?- sus mejillas habían adquirido un tono rosa y sus ojos bailaban mirando hacia todos lados- hay un baño en aquella puerta, ve y cámbiate- ordenó con torpeza.

No podía entender cuál era su obsesión por no ver a una persona desnuda, era algo natural. Aún así Nathan parecía renuente a verme de esa forma; coloqué mi pijama sobre el lavabo mientras miraba mi reflejo en aquel gran espejo. El sentimiento que aquello provocaba era de escalofrío, la imagen frente a mi no era más que una mentira—No es real, esa no soy yo—me repetía cual mantra, nadie más que yo sabía perfectamente que todo lo que hasta ahora había hecho, sólo eran ilusiones; ni siquiera existía. Comencé a quitarme la ropa dejando desnudo mi cuerpo, era quizás obvio que no tuviera vergüenza de estar en este estado, ya que para alguien o algo que no sabía lo que era moverse o sentir, esto sin duda era como una especie de milagro.


Encontraba curioso cada lunar que tenía, las pecas sobre mis hombros y encontraba gracioso mi ombligo, no entendía realmente su función, pero estaba ahí. Comencé a vestirme y a cepillarme el cabello el cual sin saber cómo, crecía todos los días, era claro que se encontraba más largo de cuando desperté aquel día en el hospital.

Dado que llevaba un pijama de Rebecca y ella era mucho más alta que yo, me quedaba cual carpa de circo. Cuando salí del baño vi a Nathan sentado, haciendo un gran esfuerzo por quitarse la camiseta, lo que provoco que me acercara rápidamente hasta él.

-¿Se puede saber que haces?-regañé una vez que logré tomar la playera- deja que te ayude.

-No, yo puedo solo- respondió imprudente alejándose de mí.

-Nathan, no seas cabeza dura-insistí, aquello era como luchar con un niño- vamos, estira los brazos.

-¡Dije que puedo solo!- gritó con ahínco-basta Eleanor.

-Sólo quiero...-sin embargo se apartó de mis manos con rudeza.

-¡Maldición! Dije que no- gruñó. Pero al momento que se alejó de mí, provocó que se fuera de espaldas a la cama, con los brazos atrapados en las mangas y envuelto en un quejido-Mierda...

La muerte se llama... Eleanor. ||| Mrs. Write ||| EN EDICIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora