Primer día de clases

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-¡Mal muchacho! Ismerai, si quieres producir una ráfaga de viento decente, concéntrate en tu elemento, ¡no se trata solo de hacerlo girar a tu alrededor!- me riño el instructor, su nombre era Sena Bender y para ser justos, quería tomarlo del cabello y arrojarlo por la ventana. Pero para ello había dos problemas, estábamos entrenando al aire libre junto con otros protectores con expresión de aire, por lo que no había ventanas. En segundo lugar, el profesor era un hombre de estatura media, con buen tono muscular y completamente calvo. Básicamente mi entrenamiento de protector había iniciado oficialmente y esta era mi primera clase. Estar a las siete de la mañana no es tan malo... si no te han levantado dos horas antes a realizar calentamiento y ejercicios matutinos obligatorios. Ya sé que fue la mentira que les contamos a mis amigos para que no se preguntaran en donde me encontraba, pero creo que ahora realmente me sentía en una academia militar.

En ese momento, otros protectores (reconocía a la mayoría de cierta ceremonia cuando conseguí mi gema) entrenaban en el lugar. La Sede se situaba dentro de una cadena montañosa que cercaba el lugar, y se dividía en cinco secciones. En la que estábamos ahora se dedicaba a la instrucción de protectores. La mayoría de los salones eran subterráneos, pero también se tenía un amplio espacio en tierra firme. Era del tamaño de un gran centro deportivo.

Mi entrenamiento consistía en dominar lo básico, en este caso intentaba desesperadamente derribar algún maniquí de entrenamiento de los cincuenta que se encontraban a quince metros dando solo ráfagas de viento. Hasta ahora no había conseguido nada. -¿Cuántas veces tengo que decírtelo Ismerai? ¡Enfoca tu poder en las extremidades y lánzalo!-

-¡Oh!, ¡Ya le dije que me llamo Miguel!- le reclamé

-Solo estas lanzando golpes al aire, desperdicias energía y te agotas con facilidad. Observa a los demás Ismerai. Algunos de ellos ya derribaron uno o dos maniquíes, los más avanzados son capaces de derribar una decena de ellos.-

-¿Cuántos debo derribar para que pueda irme a mi casa?- respondí agitado. Sena se río y sin previo aviso, lanzó una patada giratoria hacía los maniquíes. -Todos ellos- respondió

Seguí intentándolo, pero tras casi una hora, no había conseguido nada. Era capaz de juntar una buena cantidad de viento en mi mano o alrededor de mi cuerpo, sin embargo cuando intentaba lanzarlo contra el maniquí, mi poder simplemente se disipaba. Sena me miro con desaprobación al dirigirme al siguiente salón.

El siguiente fue una práctica de lucha. Andros nos esperaba apenas entre. Era increíblemente popular entre los estudiantes, se pudo ver por el recibimiento que tuvo, lo mucho que otros protectores lo habían extrañado. Todos se reunieron a su al redor preguntando como había estado la selva y si volvería a irse pronto. Sabía que Andros era un instructor pero hasta ahora supe cuál era su asignación. Andros saludo a todos con amabilidad, pero al iniciar su clase, todos los demás obedecieron. Me di cuenta que, al contrario de la clase anterior, Andros entrenaba a cualquier protector, sin importar sexo, edad o expresión. Era un maestro bastante capaz, pero realmente no sabía ir suave con sus pupilos.

-Pónganse por parejas ¡AHORA MOCOSOS!- Todos obedecieron. El objetivo, tumbar al oponente. Simple y sencillo. Andros se paseaba entre las parejas y se tomaba su tiempo corrigiendo tal o cual movimiento, particularmente los ejercicios matinales nos acondicionaban para dedicar este espacio para combate y técnicas sin pérdida de tiempo.

-¡Alza más las rodillas si quieres apuntar a su pecho! ¡Lanza más lejos tu puño y gira tu cadera! ¿Llamas a eso una patada? ¡Más fuerte!- Otras veces juntaba a dos o tres parejas y las hacía combatir en su contra, una vez que los derribaba, dándoles concejos de lucha en el proceso, se retiraba y continuaba. Yo fui el último a quien se acercó pasada más de la mitad de la clase. Realmente no ayudaba a mi autoestima que un chiquillo de doce años me estuviera dando una paliza, no había sido capaz de conectar un solo golpe, aun cuando sabía pelear, el mocoso se escurría entre mis puñetazos y me tomaba desprevenido.

HermanosWhere stories live. Discover now