Maldito complejo de Rambo

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-Carajo, carajo, carajo- repetía una y otra vez, a medida que subía y bajaba. El pie de Andros se puso en mi espalda para gritar sus órdenes que ahora se me hacían habituales.

-¡Cincuenta más!- bramó y el resto de mis compañeros comenzaron a contar. "Uno. Dos. Tres..."

-Carajo, carajo, carajo- y a ese ritmo terminamos el entrenamiento de esa mañana y yo comenzaba a odiar las lagartijas.

Digo, no sería tan malo. Es decir, solo eran lagartijas. Y este entrenamiento consistía en correr cinco kilómetros y luego un par de horas de ejercicios: lagartijas en fango, barras en ramas y todo eso. En realidad un entrenamiento militar más o menos común, digo no es tan malo como esperaba. A menos claro que tomes en cuenta que son las dos de la mañana, no tenemos suministros, refugio o siquiera una manta y que esto se podía repetir a cualquier hora del día y en cualquier momento. Habíamos tardado cerca de dos días en alcanzar el lugar que Andros definió como adecuado, (más o menos cuando estaba por desmayarme o vomitar... o ambas). No habíamos comido algo aparte de algunas bellotas y frutas reconocibles (plátanos y mangos) que mordíamos en la carrera, y dormimos escasas tres horas. La humedad se filtraba por nuestras ropas y, combinadas con el sudor, prácticamente se sentían como una segunda, húmeda y maloliente piel. Apenas llegamos caí en el suelo y decidí que quería quedarme allí y dormir unos cuantos días, Andros se puso de pie sobre mí y comenzó a explicar.

-Este campamento medirá su capacidad de supervivencia, su astucia, su resistencia y su voluntad. Bosque mesófilo de montaña, ese vendría siendo el nombre de esta lugar. Notaran que el aire es pesado y se dificulta respirar.-

-Creo que eso es porque aplastas mi tórax- respondí con tono ahogado

-Por la altura la niebla aquí es normal- prosiguió Andros apoyándose ligeramente en su pierna derecha, ya saben, la que estaba sobre mi espalda y oprimía mis pulmones.-Combinada con ciertos elementos de las plantas del lugar, que se producen de forma natural para protegerse de plagas, el ambiente de aquí es pesado pero también fortalece el aparato cardio-respiratorio y acelera la recuperación física. Entrenaremos por los alrededores por los siguientes cuarenta días.-

-¿Y el campamento?- pregunto Jadis

-Lo estas mirando chica- respondió burlón

-No puedo ver- respondí intentando alzar la cara. Andros lo permitió sin bajarse de mí.

-¡Pero si estamos en medio de la jodida nada misma!- dije asombrado. Ni siquiera era un claro del bosque, literalmente estábamos en medio de una selva tan espesa que apenas filtraba la luz del sol. Andros me aplasto contra el suelo.

-Chico, de verdad que debes aprender a ser respetuoso- me riño -Bien, a partir de ahora están solos mocosos.-

-¿Qué?, ¿A dónde cuernos iras tú?- dije levantándome

-¿A dónde crees?, A conseguir comida por supuesto.-

-¡Excelente! Podría comer algo.- exclame contento con aquel estricto pero responsable hombre.

-Entonces busca tú comida chico-

-¿Qué?-

-¡Como protector eres responsable de ti mismo! Si no encuentras comida, muérete de hambre- explico sin detenerse

-Desgraciado viejo- contesté. Andros se detuvo y la tierra tembló durante unos segundos, tan violentamente que os pájaros volaron de sus nidos y otros animales huyeron aterrados.

-Bueno muchacho, debes aprender a respetar las órdenes. ¡De pie! Tendremos la primera sesión de entrenamiento ahora- Desde allí las cosas se volvieron mucho más duras. Teníamos apenas la energía suficiente para entrenar y aparte conseguir nuestra comida. Para colmo, la comida a veces desaparecía, eso sembró varías tensiones y, con nuestro humor al límite, se hubiese puesto feo de no ser por Alain, quien soltó en medio de una discusión la probabilidad de que Andros nos robase comida. Esto se confirmó al día siguiente, cuando el anciano comió frente a nosotros el último banano que habíamos podido colectar. Cuando le reclame al respecto respondió que deberíamos proteger mejor nuestra comida. Cuando le reclame al respecto tuvimos una sesión bastante dura que dejaría moretones en lugares que prefiero no mencionar. Esa había sido la mecánica de todo el mes. Yo hablaba, Andros nos hacía entrenar hasta vomitar algún órgano vital y luego descansábamos hasta que el concejal decidiera la próxima rutina (siempre en espacios aleatorios de una a cinco horas). A estas alturas, ya estábamos al borde del colapso y todos nos encontrábamos algo irritables.

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