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Capítulo dedicado a ruthcarina

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Capítulo dedicado a ruthcarina







No hay misericordia alguna en la ira de un ángel caído.

Estaba tan cegado que apenas sentía el dolor de las espinas cuando intentaba debilitar la barrera.

Lorcan apareció a mi lado y lo siguiente que sentí fue un fuerte tirón por su parte para arrastrarme hacia el interior de la mansión. Negué con los ojos llenos de lágrimas sin poder apenas desviarlos de Deimos quien se había despojado de su camisa blanca para rasgarla en dos y enrollarla alrededor de sus manos de modo que las heridas abiertas de sus palmas no le impidieran continuar con el objetivo que dominaba su mente en aquel momento.

Alcanzarme.

-¡Escúchame, Kimberly! -se interpuso desesperadamente Lorcan entre los dos.- ¡Ahora mismo no es él! Siempre a sido un ángel, ¡su esencia siempre a sido luz! Pero cuando un ángel cae debe de experimentar algo letal y eso es la oscuridad.

-¿Por qué está actuando así? -tartamudeé, volviendo a intentar zarandear mi brazo para que me soltara.

-¡Porque está intentando resistirse a ella! -bramó, llevando sus manos a mi rostro.- Hay muchos tipos de oscuridad, Kimberly. Y la suya ahora mismo piensa demoler todo a su paso.

-¡Pero debe escucharme! -grité empujándole.- Tiene que entender que todo fue por ella. ¡Tiene que entenderlo!

El rostro de Lorcan reflejó la contestación a lo que había abandonado mis labios en un hilo de voz.

-Kimberly, si no nos vamos ahora será demasiado tarde.

Su advertencia fue seguida de un crujido proveniente de la barrera cuando Deimos logró escalar unos centímetros de ella tras esquivar las fauces de los seres sombra.

Debía de intentar parar aquello. Yo era la única que podía hacer algo en esa situación y no podía permitirme el salir corriendo así que volviendo a soltar mi mano del agarre de Lorcan vi claramente el dolor en su semblante.

-Protege a Alaida. -murmuré cogiendo prestada su daga.- No permitas que sea testigo de lo que sucederá a continuación.

-Kimberly, por favor.

-Es una orden.

Mi voz le hizo dar un paso hacia atrás.

¿Qué ganaría huyendo?

Cuando el suelo volvió a temblar bajo nuestros pies Lorcan maldijo por lo bajo como sólo unas pocas veces hacía y a continuación volvió corriendo a la mansión.

Deimos, soltando un profundo grito de rabia, le asentó una patada a una de las calaveras que enterró sus dientes en su muslo derecho. Volviendo a sujetar dos de las espinas negras con las manos fijó su tenebrosa mirada en mí antes de tensar tanto la mandíbula que sangre salió de entre sus dientes por la fuerza que ejercía.

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