[SEGUNDO LIBRO TRILOGÍA AMOS]
El ángel a decidido al fin olvidar sus principios.
El ángel olvidó a su clan y escogió a un demonio en su lugar.
Pero, ¿y el demonio?
Ella es la hija de un poderoso ángel caído.
Hija del primer demonio femenino.
Pero s...
El camino que tuve que andar hasta la mansión lo hice con el cuerpo sin vida de Amelia en brazos.
Me negué a dejarla quemarse junto a los demás cuerpos. A mis espaldas todo estaba en llamas. Desde los tejados hasta el ganado. Absolutamente todo. El olor del cuerpo humano quemado resultó no ser tan desagradable para mis fosas nasales. Pero tampoco era algo de extrañarse, al fin y al cabo me alimentaba de corazones vivos, ¿no?
Mis ojos de vez en cuando se posaban sobre ella y al hacerlo le era inevitable a mi mente el dañarse a sí misma recordando las últimas palabras y miradas que me dirigió. Gracias a mi transformación no volví a derramar ninguna lágrima interna. ¿O tal vez era por la incesante preocupación de que algo malo estaba ocurriendo en la mansión? Algo de lo que me arrepentiría de visualizar y presenciar. ¿Que porqué?
Lo resumiré en dos palabras. Luz divina.
Incluso desde el pueblo de Plymouth pude sentir el calor que manaba su energía. No volvió a repetirse el suceso pero aún así el general y mis hermanos estaban en alerta, listos para manifestarse si era necesario.
Cojeando y con la respiración débil llegué al fin a la entrada del lugar que nombré mi reino terrenal hace tiempo. Mis ojos apreciaron cómo a lo lejos se abría la puerta para dejar paso a una preocupada Graciela. Su cabello seguía perfectamente peinado pero esta vez su traje de camisa y falda eran de color blanco. Con el rostro desencajado al percatarse de mi aspecto y de la niña en mis brazos miró por encima de su hombro, permitiéndole entonces a Lorcan salir.
Bajó los escalones descalzo y vestido únicamente con una castaña toga de monje. Al llegar a la verja ordenó el que esta fuera abierta y antes de poder dar un paso al frente él intentó abrazarme pero inmediatamente soltó una exlamación y se alejó de mí al notar el frío cuerpo de Amelia.
-¿Pero qué...?
Sin saludar y con mi atención puesta en el norte, sur, este y oeste le pasé el cuerpo. Cuando lo sostuvo en sus brazos su ceño carente de cejas se frunció.
-Ella no merecía ser quemada junto a los demás. Y tampoco enterrada en el pueblo de Plymouth. -con las ideas claras parpadeé lentamente y acaricié con mi mirada una última vez el rostro de la hermana de Galilea.- Entiérrala en nuestra propiedad.
Sin mediar más palabra y dejándole en shock le pasé de largo para dirigirme cojeando hacia Graciela, quien junto a todo el personal de la mansión me observaban con el rostro aún desencajado.
-Parezco un cadáver andante, lo sé. -suspiré al detenerme a un metro de ellos.
-Hemos buscado y esperado pero... -se le rompió la voz y sus ojos se llenaron de lágrimas cuando juntó las manos y las llevó a su boca.
