[SEGUNDO LIBRO TRILOGÍA AMOS]
El ángel a decidido al fin olvidar sus principios.
El ángel olvidó a su clan y escogió a un demonio en su lugar.
Pero, ¿y el demonio?
Ella es la hija de un poderoso ángel caído.
Hija del primer demonio femenino.
Pero s...
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-Necesito tu ayuda, abuela.
Sentada con los brazos apoyados sobre mis piernas flexionadas continué observando la lápida de piedra sin grabado alguno.
Había decidido traerle una de las rosas rojas que habían comenzado a crecer en el prado gracias a Alaida quien correteaba torpemente junto a Nevan a unos metros de nosotras. Pensé bien en sacarla al exterior de la barrera pero juraba por todo lo poderoso que no habría podido salir de allí sin ella.
Se aferró a mis gemelos y se negó a dejarme ir, tartamudeando como sólo ella sabía lo mucho que quería ver a la abuela. Sólo le bastó aquello y un adorable puchero para convencerme. Y con la protección de Nevan me fui tranquilizando en las siguientes horas.
Este último volvió a empujarla con la cabeza delicadamente cuando le mordió la cola así que cerré los ojos unos segundos ya que predije a la perfección el llanto por venir. No hice esfuerzo alguno por reincorporarme ya que tras más de un mes transcurrido desde su nacimiento la conocía más que a mí misma. Como era de esperar sus diez segundos de llanto dramático llegaron a su fin para dejar paso a una preocupante pero graciosa maldad la cual provocó que se pusiera rápidamente en pie y dejándose caer sobre Nevan le mordió de nuevo la cola para negarse a volver a dejarlo ir.
La víctima soltó un rugido de dolor y poniéndose en pie comenzó a dar vueltas sobre sí mismo sin conseguir que la pequeña e inocente salvaje decidiera separar sus dientes y así soltarlo. Suspirando me puse en pie.
-¡Alaida, basta!
Cómo no mi enojo era algo sin importancia para ella y cuando logré que soltara al pobre de Nevan con gran enojo procedió a morder esta vez mi muñeca.
-¡Maldita sea! ¡¿Te has vuelto loca?! -grité cuando gruñó como animal con rabia.
Logrando finalmente que me soltara no encontré otra solución que tirarla de la oreja hasta la tumba de mi abuela.
-¡No quiero!
-¡Ya hemos hablado de esto! -la regañé cuando logré que se sentara en mi regazo y metiendo una mano en mi abrigo saqué el spray de tinte negro para su mechón blanco.
Se quedó quieta cuando amenacé con rociar su rostro con él.
Cruzada graciosamente de brazos aguardó a que hiciera lo mismo con su ceja. No lo comprendería ahora a pesar de habérselo explicado más de cinco veces pero más tarde ella acabaría por hacerlo por sí misma. No me hacía gracia alguna tampoco el tener que esconder tal hermosa virtud pero era eso o quedarse encerrada en la mansión.
-Listo. No a sido para tanto, ¿verdad?
Se levantó sin dirigirme la mirada y antes de echar a correr hacia Nevan la sujeté del brazo derecho.
