♡Capítulo dieciséis

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La respiración se hace cada vez más pesada, pero sostengo la fuerza en el abdomen por unos segundos más, Odette me dijo que, si sigo disciplinada con el baile, podría en un mes o dos darme las zapatillas de punta.

¡Las de punta!

Estoy emocionada, porque he escuchado los vídeos en internet y los golpes de la punta contra el suelo son muy distintos. Mientras que, en una zapatilla normal, el paso es más ligero, los de punta son más firmes lo que hace que la piel se me eriza por completo.

Las mías son relativamente nuevas, pero si están gastadas. Les tengo cariño, ya que con ellas he descubierto un nuevo mundo. Sin embargo, todavía me exalta la idea de tener unas, porque sé que estoy avanzando.

La música se termina, mantengo el centro de gravedad en la punta de los pies con la quinta posición, que se hace como una canasta arriba de la cabeza. Poco a poco, distribuyo el peso en la planta. La maestra da la orden de que podamos descansar.

—Eso chicas, estoy muy feliz. Ahora vamos a calentar para que no se atrofien los músculos —indica, todos rompemos nuestra posición.

Siento a las chicas de quince años a los costados. Una música se escucha por el salón mientras que la maestra describe cada movimiento en la rutina. Realizando el cuello en círculos de un costado, diez segundos. Repetimos la acción del otro lado.

Kaleth no tocó la música, porque en el restaurante para el que trabaja, tenían un evento de algunos negocios, por lo que tenía que cubrir dos horas. Incluso, aunque yo terminé con la práctica, me pidió que lo esperará aquí.

Y como soy una excelente novia, accedí sin vacilar.

¡Oh por dios! ¿En qué me he convertido?

Cuando la melodía finaliza, los murmullos de las chicas agradecen por la clase a Odette en lo que van al cuarto de cambio. Mi novio me dijo que hasta el fondo había una ducha, ya que sabe que culmino empapada en sudor y si se seca, mi piel queda pegajosa, por lo que no estaría cómoda.

Me encuentro en el pasillo con las bancas, agarro la bolsa de práctica junto con el bastón, empujándolo hasta el final. Tanteo la perilla y abro la puerta. El lugar está como él lo describió, es muy diminuto. Del lado derecha están las llaves para sacar el agua, busco el lavamanos, sacándome la ropa, dejándola caer en una esquina. Giro la perilla de la regadera e intento ahogar un chillido cuando el agua fría toca mi piel, pero es refrescante, debido a que me siento acalorada.

Envuelvo el cuerpo con una toalla que previamente ya había sacado. Me visto con una camisa de algodón amplia y unos pantalones que Kaleth me dio, me quedan un poco grandes, por lo que aprieto las correas en mi cintura, asegurándome que no se van a caer. Mi pelinegro es de complexión delgada, pero firme, igual su ropa no me queda tan grande.

Unos nudillos llaman la puerta, con ayuda del bastón me guío hacia la entrada, espero que pronuncie su nombre.

—Soy yo —murmura con su voz que podría reconocer en cualquier parte del mundo—. Abre.

Giro el pomo porque quiero, no porque él me lo haya pedido. Mi cabello es un desastre, la toalla está sobre mis hombros. Kaleth da un paso hacia mí, me mantengo firme, nuestras respiraciones se mezclan, él toma los costados de esta, pasándola con suavidad por la cabeza, absorbiendo toda la humedad de mi melena.

Sonrío, disfrutando de su tacto.

—¿Tienes el peine en la mochila?

Asiento, sin querer que él suelte mi cabello, pero lo hace, por lo que no puedo evitarlo, y arrugo la punta de mi nariz con frustración. Él suelta una carcajada, deposita un rápido beso en la frente antes de alejarse de mí. Me quedo inmóvil, se para detrás de mí, empezando a cepillarme.

NefelibataWhere stories live. Discover now