♡Capítulo cinco

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La voz de Odette retumba por el estudio, dándonos indicaciones. Se supone que estoy en el centro de un círculo, debo de estar parada encima de mis puntas con los brazos extendidos para arriba, formando una especie de canasta. Los dedos meñique, anular y el del medio están juntos, el índice está separado y ligeramente hacia atrás mientras que el pulgar toca los otros tres.

—Jolene, la espalda más recta, con el trasero metido —señala la maestra de ballet del lado derecho.

Al instante ergo mi espalda, apretando mi trasero y aplicando una fuerza extra en mi abdomen. Las pequeñas manchas borrosas que logro captar, están girando sobre mi entorno. El día de hoy no pisé a ningún niño, por lo que me hizo feliz.

Desde entonces siempre estoy manteniendo una distancia prudente. Son doce niños los que están dando vueltas alrededor mío. Otros tres se encuentran sentados en el fondo, se supone que ellos van a pretender estar tocando la música. La maestra me explicó que esperaba delicadeza y elegancia en mi baile, su voz era firme y no se notaba que tenía compasión por mí.

Me agrada.

Kaleth tocó las últimas notas de la canción y yo al instante bajo sobre mis talones, inclinándome un poco hacia delante como agradecimiento al público.

La fragancia a algodón húmedo llega a mis fosas nasales, por lo que sé que Odette se acerca a mí, da un sutil golpecito en mi espalda baja y tuerce mis muñecas, acomodándolas de otro lado. Desliza los dedos que debo de mantener juntos.

—Está es la postura correcta, ¿puedes sentirla? Solo debe de estar un poco más bajo, lo que sí necesito es que tu rostro sea más feliz, eres una hada que va a cumplir lo deseos de los animalitos —explica en un susurro.

Odette se aleja de mí, dando un aplauso, lo que significa que la clase ha terminado. Los niños se disipan a mí alrededor, Escucho estruendos movimiento, poniéndose el calzado, ya que se tiene prohibido. Sigo los ruidos al pequeño cuarto del lado izquierdo, donde es el vestidor. En la pared hay cuadros para colocar la bolsa y tenis. Tomo asiento en el banco, esperando a estar sola para agarrar mis cosas.

Una diminuta mano roza mi rodilla, provocando que me estremeciera al instante, inclino mi cabeza en su dirección, prestando atención en la mancha que está al frente.

—¿Te puedo ayudar en algo? —inquiero, arrugando el entrecejo con confusión.

—Creo que bailas bonito. —Es la voz de una niña, un tanto chillona, pero está emocionada.

Siento una calidez sobre mi pecho, provocando que sonriera. Pongo mi mano encima de la suya, brindándole un ligero apretón.

—Gracias, tú también bailas muy bien —añado con ternura.

—¿Y cómo sabes? Si no ves —debate con confusión, tengo la sensación que cruza los brazos su pecho.

Mis labios se curvan hacia abajo, atónita de lo que acabo de escuchar, es que si yo sé que los niños son unos imprudentes.

—Porque mis pies pueden sentir las vibraciones de la madera cuando se mueven a mi alrededor —respondo, intentando no ser hostil.

—¿Cómo? No entiendo.

¿Dónde está la madre de esta niña?

—Mira... —alargo, buscando un apelativo para decirle, porque no sé su nombre.

—Me llamo Gabrielle.

—Gabrielle... es como ver en los pies, tengo otros sentidos más desarrollados que tú, que de alguna manera compensa mi visión. —Hago un ademán, esperando ser suficientemente clara para su edad.

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