♡Capítulo uno

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—Lo siento, mi amor. No alcancé a recoger tu pastel de cumpleaños —termino de reproducir la nota de voz de mi madre.

16 de marzo es un día como cualquier otro, no tiene nada en especial, ¿qué más da un año más o uno menos?

Mi cabeza está recargada en la mesa, encima de mis manos pensando los hechos.

Hoy es mi cumpleaños número veintiuno y mi madre no ha podido recoger mi pastel por el empleo, así que me pidió que lo hiciera yo. Conocía a la perfección la ruta de la pastelería, es mi lugar favorito.

Debo de caminar cinco cuadras de mi casa a la derecha, bajar las escaleras para ir al subterráneo. Ir recto por el pasillo, pasando tres calles en zigzag, y en medio, estaría la pastelería.

Es de los pocos sitios de los cuales mi madre me permitía ir sola, debido a mi discapacidad visual. Lo único que logro distinguir eran algunas formas borrosas e intensidad de varias luces. Admito que la mayor parte del tiempo me siento como una inútil, endurezco mis facciones y resoplo.

Jodida vida la mía.

Me levanto de la silla, andando por el estrecho pasillo que conectaba las dos habitaciones y el baño. La puerta del costado izquierdo es mi habitación. En el centro se encuentra la cama, en una esquina del lado derecho un pequeño, Gilia me dijo que es color verde y coloco mi conjunto de ropa del día. Me siento en el borde donde duermo, me inclino hacia delante lo suficiente, ahí palmeo el sillón, mis yemas sienten lo riguroso del sofá hasta que toco la tela fresca de algodón.

Mierda, es un vestido. Lo agarro con mis manos, explorándolo, tiene un resorte en la parte de los hombros con una corta manga, donde está la etiqueta. Lo levanto enfrente mío, intentando ver una sombra, pero es nula.

¿De qué color es el vestido?

Arranco la etiqueta, dejándola caer. Me levanto de la cama, me desnudo con una mano, sujeto el borde del vestido para pasarlo por mi cabeza hasta que cubre mi cuerpo, acomodo el resorte a la altura de mis hombros. En la mesa que se encontraba a un lado del sillón, hay un collar con mi nombre en letra cursiva, y coloco un gafete en sobre la falda, a medio muslo.

Tomo la goma para el cabello para hacer una cola de caballo en alta, saco unos mechones alrededor de mi rostro con una mandíbula marcada, agarro el gloss y con ayuda de mis dedos, maquillo mis gruesos labios con el arco de Cupido acentuada.

Giro sobre mi propio eje para ponerme las zapatillas blancas, estoy lista para irme. Cuelgo en mi hombro la bolsa. En la esquina está mi bastón de metal, color amarillo que identifica mi discapacidad, aunque a la mayoría de las personas en realidad no les interesa.

Salgo del apartamento en dirección hacia las escaleras. Me sujeto al barandal contando los peldaños, eran treinta y cinco para llegar a la planta baja. Al menos tiene suerte que viviéramos en el segundo piso. Me incorporo en la acera, arrastrando mi bastón en el suelo. Cuando oigo algunos autos, los pasos a mi aledaños, que son más de cinco seres humanos. Agudizo mi oído para oír el cambio del semáforo a mi favor al final de la calle, de igual manera, presto atención a las pocas personas a mi alrededor, no logro captar los olores, ya que olfateo más que nada el combustible de los coches.

Camino hacia delante, continúo con las cinco cuadras para llegar al metro. Bajo por las escaleras, sacando mi tarjeta, pasando por el escáner. Al continuar con mi camino, siento las barras de hierro en mi cintura hasta adentrarme al subterráneo. Me dirijo del lado izquierdo.

Esta estación la conozco como la palma de mi mano. Por lo que doy veinticinco pasos hasta acercarme a la otra escalera. Escucho algunas personas que están a mi alrededor, parece que se encontraban apresuradas. De igual manera, oigo los estruendosos ruidos del freno del tren que voy a tomar, ahora comprendo porque todos estaban acelerados.

NefelibataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora