♡Capítulo siete

15.7K 1.1K 349
                                    

La música dentro de mi habitación está a todo volumen, me encuentro demasiada enfocada con mis pies, contando los ocho tiempos que me dijo Odette. Entre más práctico, creo que los pasos fluyen mejor. Me acerco al borde de la cama, y me tropiezo con, ¿un pie?

Me desoriento por completo, por lo que no busco algo que evite mi inevitable caída. Sin embargo, me estremezco cuando dos manos grandes, con algunos anillos en los dedos me sostienen en el aire. Mis palmas se ponen en las de él y hasta ese instante soy consciente del olor a hierbabuenas.

Kaleth tira de mí hasta que establezco mi equilibrio.

—¿Qué es lo que haces? ¿Cuándo entraste? ¿Por qué no hiciste ningún ruido? —demando con evidente molestia, doy ligeras palmaditas en sus manos para que me suelte, cruzo mis brazos sobre mi pecho, esperando una respuesta.

—¿Kaleth?

—Hola, gruñoncita. —Se aclara la garganta, como si estuviera ahogando una carcajada.

—¿Escuchaste algo de lo que pregunte?

Me estremezco cuando sus brazos me rodean por la cintura, tirándome hacia él. La punta de su nariz acaricia mi estómago sobre la blusa. Su respiración es paulatina- No lo puedo resistir, y mis manos parecen tener vida propia, por lo que exploran el cabello oscuro y sedoso del hombre.

¿Qué demonios estoy haciendo? Debería de empujarlo lejos.

—He estado aquí una canción y media antes de que tropezarás conmigo —confiesa después de unos segundos—. Toque, nunca respondiste, estabas muy concentrada, practicando la coreografía.

El calor que siento se acumula en mis mejillas, ha estado al menos cinco minutos observándome. Fue mi culpa no estar más al pendiente.

—¿Bailarías para mí un día, gruñoncita? —inquiere con curiosidad, estrechándome con más fuerza.

¿Qué es eso que estoy sintiendo sobre mi pecho? Parece que se quiere escapar de cualquier momento.

—Acabas de verme bailar —respondo con un poco de dificultad, deslizo mis dedos por sus orejas, siento el pircing que tiene del lado derecho y me detengo en sus hombros, queriendo empujarlo, pero en realidad no quiero.

Jamás lo voy a confesar en voz alta.

—No, quiero que una pieza la bailes para mí —aclaró, sus manos se deslizaron hacia abajo por mis caderas hasta que me libera.

Frío. Es lo único que siento cuando se pone una distancia entre nosotros.

—Quiero que bailes como si fuéramos los únicos que existieran en el mundo.

—Solo si tocas el piano para mí.

—Tocaría todas las piezas que desees, entonces.

Doy un paso para atrás, voy hacia mi sofá y caigo en un libro que no recordaba que lo dejé ahí. Por eso no puedo permitirme ser desordenada, mi habitación es mi único lugar seguro en el que estoy sin el bastón.

—No me digas que me vienes a invitar otra vez con tus amigos —bromeo.

El día siguiente no recordaba mucho. Solo que Kaleth pasó por mí en la estación del subterráneo en la que habíamos quedado, y luego de llegar con sus tragos, bebí poco alcohol. No estuve muy bien, me dolía la cabeza y tenía ganas de vomitar, solo tomé unas pastillas y el dolor disminuyó después. Supongo que fue porque era mi primera vez, pero en realidad no me excedí.

Al tercer día ya logré sentirme mejor, justo a tiempo para ir a practicar con los niños pequeños su coreografía. Supongo que los niños ya se han adaptado a mí, confiando que puedo moverme entre ellos sin llegar a lastimarlos.

NefelibataWhere stories live. Discover now