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En aquel gélido lugar, el cual parecía una especie de cueva construida por rocas, se comenzó a escuchar el ruido provocado por unos pasos lentos y premeditados.

Una mujer de larga cabellera pelirroja y de silueta esbelta se acercaba con lentitud hacia el cuerpo que reposaba sobre unas mantas en el suelo, a una distancia considerablemente corta de ella.

Aunque generalmente su presencia se distinguía por la gallardía de su andar, en ese instante caminaba desairada, y posiblemente lo hacía porque nadie la estaba viendo, de lo contrario, jamás se permitiría mostrarse afectada, incluso si el pobre ser que se encontraba jadeando y retorciéndose de dolor en el suelo, era su propio hijo.

Conforme más se acercaba, más altos se escuchaban los sollozos, y el aroma a piel quemada se hacía más notorio.

Dejó escapar una gran bocanada de aire cuando llegó frente a él. Algo en su interior se removió al verlo en tal estado; decadencia total.

Sus orbes barrieron el cuerpo del chico que una vez fue poseedor de una belleza que llegaba a ser abrumadora, capaz de enardecer y llenar de placer a cada criatura que tuviera la dicha de verlo, pero que en aquel instante, lo único que provocaba, era lástima.

Las piernas de su pequeña creación estaban calcinadas, al igual que sus alas, las cuales ya ni siquiera podían verse, era como si hubiesen ardido hasta el nacimiento de las mismas.

Debido a que solo estaba envuelto en una tela sucia y roñosa, pudo notar como su piel había perdido por completo la luminosidad de la que era poseedora, habían aruñones por doquier, de la cual brotaba sangre de tonalidad oscura en un lento goteo, y en otras zonas, esta misma se encontraba seca y adherida a su piel.

El hedor era casi insoportable, pero lo era mucho más tener que ser espectador de la desolación de quien un día fue el amante de los siete príncipes del infiernos; una leyenda que fue pisoteada y humillada por los mismos que le dieron su poder en el pasado.

Solo quedaban los vestigios de lo que fue un día.

Tuvo que llenarse de mucho valor para mantener la mirada sobre ese pobre y miserable ser, quien había caído en desdicha desde que los príncipes del averno se enteraron de lo que había estado haciendo.

Leviatán, quien siempre juró amarlo y cuidarlo, no había tenido piedad por él al momento de ejercer su castigo por la traición descubierta. El "amor" que le tenía no fue suficiente para aplacar su ira, o tal vez fue por ese mismo "amor" que arremetió en su contra con tanta violencia.

—A-Ayúdame — imploró la criatura desde el suelo al notar la presencia de la pelirroja. Con mucha dificultad levantó el rostro, con lágrimas secas en sus mejillas, y se arrastró por el suelo, tratando de llegar a ella.

La pelirroja, a través de aquellos orbes bicolor, solo podía ver el reflejo de todo el dolor que había sentido y continuaba sintiendo. A pesar de ser claros, justo en ese momento parecían una especie de abismo, a través del cual se encontraba cayendo una y otra vez. Era como si le hubieran arrancado una parte de su ser, y de alguna manera, eso fue lo que había ocurrido.

—Te lo advertí, Taehyung — fue el leve susurro que soltó la mujer, mirándolo con algo de frialdad. En cuestión de segundos, se colocó una máscara y eliminó su expresión de agonía —. Te dije muchas veces lo que te ocurriría si no hacías las cosas bien, y aún así decidiste desobedecer.

—No quiero esto — sollozó con la voz ronca y los brazos temblando. No podía ni siquiera sostenerse.

—Si hubieras obedecido todo sería tan diferente ahora... Pero insististe en no escuchar, y hacer todo a tu manera. Estas son las consecuencias de tus propias acciones.

Bloody Attraction [KookTae]Where stories live. Discover now