Reencuentro.

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-No podemos hacer lo que insinuas, Sigmund se quitó la vida, se castigó a sí mismo y Asgard no tiene nada que ver con la muerte de tu omega.

Sorrento estaba a punto de decirles que Asgard y sus ridículas leyes tenían todo que ver con la muerte de su Omega, cuando, el mismo mar se elevó frente a sus ojos, evitando que pronunciaran cualquier clase de sonido, al ver cómo Milo, con sus ropajes característicos de las profundidades del abismo cargaba a Siegfried entre sus brazos.

-Por el contrario, ese pueblo mediocre de ideas absurdas tiene todo que ver con la injusticia realizada.

Sorrento veía con detenimiento los movimientos de Milo, cargando a su hermoso Omega, que de alguna forma se veía vivo, aunque no creía que los dioses del mar fueran tan benevolentes como para regresarlo a la vida.

-Debemos enviar a los guardianes, si es que estos no se han marchado ya contra los instigadores de esta tragedia.

Milo había estado pendiente de cada movimiento, de cada noticia, su hijo le informaba todo cuanto pensaba era necesario, los antiguos habitantes todo lo demás y lo que podía intuir era que algo estaba a punto de suceder, algo muy malo, especialmente cuando no dejaba de pensar en su alfa y en el vínculo que alguna vez compartió con él.

-Los dioses del mar han decidido curar las heridas de esta desdichada criatura, le han regresado a la vida, como pago a tus servicios Sorrento, pero deberás retrasar la boda, hasta que este muchacho decida qué te desea.

Ese había sido el consejo de Isaak, quien aguardaba con sabiduría hasta que su serpiente acudiera a él en busca de su calor y compañía, de lo contrario no era muy diferente a forzarlo, a utilizar su infortunio a su favor, un acto que iba en contra de todas sus creencias.

-Debemos hacerles ver que en Bluegard nadie lastimara nunca a un Omega sin recibir un castigo, aunque intenten matarse a sí mismos después de condenar a un desdichado, de lo contrario este sitio, no podrá ser considerado un santuario.

Sorrento recibió en sus brazos el cuerpo de Siegfried, quien respiraba, cuyo corazón latía, pero cuyo desagrado infundado hacia él y su pueblo, seguramente había aumentado, de eso estaba seguro el sacerdote de la Orden Esotérica de Atlantis.

-Así se hará…

Bluegard era temido con razón, no solo por las curiosas palabras de los foráneos, de aquellos ajenos a la ciudad del mar, sino porque los guardianes eran las criaturas que realizaban los castigos por el daño infligido a sus habitantes, seres monstruosos que apenas podías imaginar o comprender cuando podías verlos.

Criaturas que parecian ser el sueño de opio de un demente que le temia a los pulpos, los cangrejos y la sangre, criaturas con garras, tentaculos y dientes, seres abominables que no eran detenidos por nada, que no podian morir, que protegian a los habitantes de la ciudad sagrada de Bluegard.

Criaturas que no se habían levantado en décadas, los pobladores de Asgard, los enemigos de los omegas, sabían que en esa ciudad estaba prohibido lastimar a cualquiera de sus habitantes, pero aun así, de alguna manera, su simiesca estupidez les hacía odiar lo que no conocían, tratar de destruir aquello que los sobrepasaba.

Los guardianes, quienes secretaban un aceite que cubría el agua salada de Bluegard, comenzaron a moverse como respondiendo a las órdenes pronunciadas por Milo, elevando sus inmensos cuerpos de agua, agitando sus tentáculos, esta vez eran tres de ellos, los que parecían alguna clase de medusa o nube de humo, que se alejaron a una velocidad considerable buscando a los culpables de aquel pecado contra uno de los habitantes de Bluegard.

Degel esperaba que solamente algunos cuantos fueran castigados, porque la ultima vez que los guardianes salieron en busca de los culpables del asesinato de uno de los suyos, destruyeron todo el pueblo, no dejaron nada vivo en aquel sitio, incrementando el odio que los humanos sentian por ellos.

Lágrimas de LunaWhere stories live. Discover now