Quebrantó

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Milo cada noche escuchaba los gritos de su pequeño Hyoga, de su Isaac y cuando las pesadillas eran mucho peores, de su pequeño Degel, en ocasiones, cuando era un adulto, con la edad que tenía en ese momento, su hijo, que se había enamorado de ese omega salvaje, al que trataba de proteger.

Su Isaac era un buen niño, nunca lloro demasiado, Hyoga era muy alegre y Degel, era silencioso, pero el único que pudo cuidar, que pudo proteger, pero cuya vida aún estaba en peligro, era una de las semillas nacidas de Camus, este no podía dejarle vivir.

No deseaba hacerlo, se daba cuenta con demasiado pesar, aun recostado en la cama donde lo llevaron después de su desmayo, Milo no sabía qué hacer, porque Camus de alguna forma los había encontrado, estaba buscando la forma de abrir sus barreras, de matar a su pequeño tesoro, que ya era un adulto, que podía protegerse a sí mismo.

-No lo harás...

Milo se levantó de la cama, furioso, demasiado enojado por ello, por pensar que después de todos esos siglos, Camus deseaba entregar al último de sus hijos, quien debía ser el que gobernara Bluegard.

-No lo matarás...

Milo había escapado de su hogar, con un embarazo notorio, llegó tan lejos como pudo primero a pie, después con una carroza, algunos desconocidos cuyos rostros no recordaba le dieron un poco de esperanza, pero quién fue su salvador, no fue un alfa, no fue un príncipe azul, fue un omega.

Un noble de cabello negro como el ala de un cuervo, a su lado habian tres soldados, ellos tambien eran omegas y pudo reconocerlos en sus invitados, estos no eran humanos, eran cosas, eran seres extraños que apenas podia comprender, que nunca pudo visualizar, pero eran sus aliados, quienes al escuchar su hitoria, le encargaron la tarea de proteger Bluegard.

En el fondo había una criatura ancestral, uno de los hijos de la creación, del mismo planeta y ellos sabían, que lo mejor era mantenerla dormida, utilizando únicamente sus semillas como una forma de proteger su ciudad.

Sus habitantes eran humanos, nacian como humanos y después de algunos siglos, sus cuerpos iban marchitandose, su piel comenzaba a quebrarse, agallas se formaban en sus cuellos, o tal vez, siempre estuvieron presentes.

Cada uno de ellos eran lo que muchos llamarian sirenas o tritones, eran seres acuáticos, que regresaban al mar para vivir de nuevo, algunos eran lo suficiente grandes como para regresar a la superficie, uno de ellos era Isaac, tenía cabello verde, era tuerto y se disfrazaba como un humano joven.

Otro era Sorrento, quien había tomado a Siegfried como su esposo, se suponía que el muchacho sería el omega de la sacerdotisa de nombre Hilda, pero este le deseaba e hizo lo impensable para traerlo a su ciudad, un acto que casi castigaba, de no saber que Sorrento no fue quien la mato, el no era esa clase de criatura, quien la asesino fue alguno de los malnacidos miembros de las familias de la mesa de los doce lados, del resplandeciente dodecaedro, del engendro que les forzaba a darle alimento.

Milo sentía al otro lado de la pared a su esposo, a su alfa, a Camus, a esa criatura sin corazón no consciencia, mucho menos moral, a esa cosa que mató a sus hijos a cambio de dinero, algo material y ni siquiera comprendía, porque razon, lo deseaba de regreso.

Milo caminó varios pasos, deteniéndose enfrente de un espejo, donde podía verse cómo en realidad era, preguntándose qué pensaría Camus de saber, que él ya no era como lo fue en el pasado, que ya no era ese omega que dejaría que sus hijos fueran arrebatados de sus brazos.

Degel tenía que sobrevivir, su pequeño debía sobrevivir y él deseaba protegerlo, quería cuidarlo a él y a su amor, a ese otro muchacho perdido que acudía a su ciudad en busca de una nueva vida, de una oportunidad para sobrevivir.

Lágrimas de LunaWhere stories live. Discover now