Secretos.

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-Nuestra buena fortuna… ¿De qué estás hablando?

Aiacos trataba de ignorar las palabras de Albafica, de ese anciano delgado, de cabello canoso y algunas arrugas en el rostro, uno lleno de sabiduría, con unos ojos resplandecientes que le hacían creer que poseía conocimientos prohibidos, oscuros, pero al mismo tiempo, deseaba ayudarle a él también.

-¿Por qué en ocasiones desaparecen personas?

Sus padres habían desaparecido hacía muchos años, de una forma extraña y su hermano, simplemente los dio por muertos, así debería ser, fueron sus palabras.

-La mayoría omegas… niños…

Aiacos había escuchado historias, leído información en los libros que su hermano trataba de mantener alejados de sus ojos, porque decía que no era un hábito de Omega las lecturas, eso era poco agradable para un futuro esposo.

-No… no es posible… debe ser un error… tú estás mintiendo…

Susurro para si mismo, llevando una mano a su cabello, como si quisiera tirar de este, horrorizado, comprendiendo que, tal vez, esa fue la razón por la que le arrancaron a su hijo, su pequeño nacido de Violate.

-Mi hermano…

Su hermano jamás le haría daño, de eso estaba seguro, pero no sabia que le haría a su pequeño, o a su alfa y aunque le confiaría su vida, sabía que no tenía que saber nada de su amor, de su boda con su guardaespaldas, mucho menos, que él había embarazado a su chica.

-Mi niño… mi pequeño Sukyo…

Sukyo, su pesadilla comenzó cuando supieron que estaba embarazada, que se habían casado, que darían vida a un pequeño nacido de su amor, un alfa, según dijo el médico, pero él no comprendía cómo podía saberlo, tal vez porque nacería de un alfa.

-Ellos la mataron para llegar a él…

Ya no deseaba escapar y sentía que sus piernas no iban a sostenerlo por más tiempo, al pensar que todo ese tiempo le había dicho a su hermano lo que sucedía en el hospital, que le había mandado cartas, que esperaba que le ayudara a salir de allí, pero eso nunca iba a pasar.

-Pero…

Se dijo a sí mismo, observando sus manos, llevándolas a su rostro, el cual cubrió debido a la pena que sentía, lo desesperado que se encontraba, ajeno a la presencia de los demás, de cada uno de los testigos, así como la forma en que el anciano de cabello gris trataba de mantener apartado a Minos de su cuerpo.

-¿Por qué tomar a mi hijo? ¿A mi alfa? ¿Cuando yo soy un omega?

Albafica no entendía aquellas palabras, la criatura del pozo no tenía preferencia alguna, para esta era lo mismo si eran alfas, omegas, betas, humanos o animales, lo único que deseaba era alimento, quienes elegian a las víctimas eran sus sectarios, sus creyentes.

-Yo soy el que no sirve, el que está roto.

Aquellas palabras rompieron el corazón de Minos, que se liberó de la mano de Albafica, quien sostenía una de las muñecas de Aiacos, para abrazarlo, pegandolo a su cuerpo, negando eso, no estaban rotos, no eran cosas inservibles, aunque quisieran tratarlos de esa forma.

-No estás roto…

*****

-No está roto…

Tres alfas habían decidido reunirse sin avisarle a su mecenas, aquel de cabello rojo, decididos a permanecer con su compañero elegido, con su omega y cada uno de los hijos engendrados por este.

Lágrimas de LunaOnde histórias criam vida. Descubra agora