Bienvenida.

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Aiacos no fue enviado a la habitacion de Sisyphus, como lo había mencionado, quien decidio sacarlo de la jauría mientras aun estaba inconsciente, usando a otro de sus aliados, un soldado llamado Isaac de Kraken, nacido en una comunidad conocida por su mala reputación, donde gobernaban dos tiranos, un individuo llamado Sorrento y otro llamado Degel, el primero era el heraldo de la autonombrada “Sociedad Esoterica de Atlantis” y el otro era el gobernador, pero era bien sabido que los dos servían al mismo ser. 

Eran una comunidad siniestra donde muchos decían se practicaban viejas y aterradoras prácticas esotéricas, pactos con seres de las profundidades, aunque también se decía que si estabas perdido ese era el mejor lugar donde podrías encontrarte, especialmente si eras un omega, en cuyas calles, estos podían realizar sus tareas sin ser molestados.

Ese sitio en particular era conocido por sus extrañas prácticas, por sus milagrosos barcos pesqueros que siempre llegaban repletos de cargamento, en un mar que parecía que solo le daba alimento a sus “nacidos” como ellos mismos se hacían llamar, poseían una docena de minas de oro que nunca dejaban de producir, sus adornos eran extraños, maliciosos, desagradables para la mayoría de los alfas que les veían, por sus extrañas figuras coronadas en sus reliquias de oro macizo. 

Se decía además, que Degel y Sorrento, servían a alguien bajo las sombras, que solo eran sus heraldos, la cara humana, amigable con la cual Bluegard realizaba tratos con otras ciudades, que le servían a un ser antiguo que debía ser adorado por quienes llegaban a ese sitio, haciendo alianzas con los infelices, varios pactos, de los que se conocían cuatro. 

El primero era proteger la ciudad y sus habitantes con tu vida sin permitir que estos recibieran daño alguno, era el primer pacto, el que se realizaba al pedir asilo en sus paredes nevadas. 

El segundo era que debían servirle a la ciudad y a sus dioses, buscando siempre la prosperidad, así como su expansión, este pacto sólo se presentaba cuando te habías convertido en un habitante conocido en la comunidad de la cual recibias protección sin importar quien te buscara o cuáles fueron tus crímenes. 

El tercero era perpetuar la raza de los nacidos en esa ciudad, para perpetuar la sangre bendecida por las profundidades, esto después de una ceremonia realizada en el templo circular de la Orden Esotérica de Atlantis. 

El cuarto, una vez que hubieras realizado suficientes proezas en nombre de la ciudad y de la Orden Esotérica de Atlantis, debias buscar nueva sangre no nacida en Bluegard, si acaso deseabas recibir el don de las profundidades. 

Y sólo si habían cumplido con los cuatro juramentos, era que podías formar parte de la Orden Esotérica de Atlantis, algo que solo pasaba cuando cumplías más de cincuenta años o tal vez, un poco más. 

Se decían muchas más historias terribles, los ciudadanos no aceptaban a sus visitantes de una forma amistosa, cada nuevo residente debía ganarse su lugar, ser bienvenido por sus gobernadores, Degel, de los humanos, y Sorrento, de los nacidos en Bluegard. 

Un pueblo que se había ganado una reputación espantosa por las razones incorrectas, especialmente por las extrañas joyas que sus omegas portaban, por las imágenes que mostraban siluetas coronadas, siluetas femeninas, omegas o mujeres, eran quienes realizaban la mayoría del trabajo. 

Y los alfas, en ocasiones, no eran bien recibidos en su ciudad, en cambio cualquier omega debía ser recibido, quienes debían realizar un pacto, aceptar un anillo que les brindaba seguridad, si estaban en el interior de Bluegard, no podrian tocarte, ya fueran guardias, “alfas enamorados” o las familias de los fugitivos. 

En ese sitio era que se encontraba el último trayecto del tren subterráneo, un paraíso a simple vista, para quienes buscaban libertad, así que las fachadas de sus casas, los guardianes que transitaban las calles, no dejarían que cualquiera sospecharía lo que en verdad sucedía en su interior. 

Lágrimas de LunaWhere stories live. Discover now