Esperanza

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Le gustaría estar muerto, quería morir cada segundo de su vida y al mismo tiempo, se decía que todo lo hacía por su alfa, por ella y su pequeño que seguía con vida, un pequeño milagro nacido de su amor por ella.

Al mismo tiempo se preguntaba en silencio, si su hermano estaba dispuesto a cumplir con su promesa, si aun seguían con vida, después de esos meses a su lado, su celo no había llegado como se suponía que pasaría y no sabía si eso era algo bueno, o si por el contrario era algo de lo que su hermano lo acusaría de haber provocado.

Y aunque no trataba de pensar en eso, recordaba que algunos omegas decían que la naturaleza era sabía, que en ocasiones, sus propios cuerpos durante etapas de estrés bloqueaban la llegada del celo.

Tal vez era por algo más que no alcanzaba a comprender, pero estaba agradecido, porque si era repugnante compartir su cuerpo con Kagaho, hacerlo durante su celo sería peor aún, mucho más doloroso todavía, porque significaba que tendría un heredero de su propia sangre.

Aiacos sabía que era el único de sus aliados que tenía preparada una salida en el caso de ser entregado a un alfa que no deseara, tenía sus venenos, pero también tenía otras posibles salidas.

A diferencia de Radamanthys que fue criado como un alfa, que nunca debió pensar en una manera de huir de su mansión, él sería el amo de la misma, Minos pensaba que nunca lo unirían a nadie, era un monstruo y era demasiado agresivo para poner en peligro la vida de cualquiera.

El caminaba en silencio dentro de su mansión, con las manos detrás de su espalda, observando los pasillos, contando los sirvientes inhumanos que se movían a su alrededor, pensando en ellos, en la forma de matarlos.

Su rumbo no era fijo y no se preocupaba por llegar a ninguna parte en particular, por lo cual, terminó acercándose a una zona de la casa que nunca visitaba, era el salón de su padre, del alfa que había decidido su destino, quien ya no existía más, su hermano era quien había tomado su poder, así que, eso era obvio.

-¿Han dado con ellos?

Preguntó su hermano a uno de los alfas que lo cortejaba cuando era libre, un sujeto de cabello rubio, alguien desagradable, que sabía trató de apresarlo más de una vez durante su celo, cuando Violate hacía guardia y se comportaba como toda una dama.

-No, hay algo que los esconde, ni Violate, ni Sukyo, ni mucho menos Alone pueden ser localizados de las viejas formas, ni siquiera los habitantes de Bluegard han dado con ellos, aunque se rumorea que los buscan, quieren protegerlos.

Su hermano gruñó, pero no usó su garganta, algo más en su interior lo hizo, lanzando uno de los muebles contra una de las paredes, estaba furioso, porque Aiacos supuso, quería asesinar a su alfa, destruirla para poder ser libre de ella, de su cachorro, tal vez, así pensaba que su celo regresaría.

-Las bestias han sido encerradas por nuestro señor, pero, algo de ellas reside en su cuerpo, apenas unas migajas, malditas criaturas, no comprenden que han perdido.

Aiacos se escondió escuchando lo que era pronunciado por Kagaho, quien se recargo en su escritorio, cerrando los ojos, su cuerpo moviéndose de una forma extraña, no su cuerpo, sino su piel, como si fueran serpientes enredándose por debajo de la misma.

-El celo de Aiacos no ha iniciado y no sé por qué razón sucede esto, pareciera que siempre encuentra la forma de negarse a mí...

Kagaho se sirvió un poco de licor en un vaso, removiendo el líquido lentamente, sentándose en el sillón que usaba su padre cuando eran niños, llevando sus pies a la superficie del escritorio, sin notar su presencia, pero Teseo si lo hizo, no obstante, fingió no verlo.

Lágrimas de LunaWhere stories live. Discover now