Recuerdo

165 28 8
                                    

Kanon estaba malherido, apenas podía moverse y estaba seguro que comenzaba a perder demasiada sangre, escuchando los ladridos incesantes de los perros de caza, sabuesos, que lo seguían, parecía que esos nobles querían su pelaje o simplemente matarlo porque podían.

Y si regresaba a su forma humana también estaba seguro que su destino sería por mucho peor, asi que, solo trataba de aguantar el tiempo suficiente para que la luna iluminara el cielo, para que recuperara su cosmos, la energía de los planetas que nació con él, que le permitía tomar una pesadillesca apariencia, mitad humano, mitad lobo.

Sin embargo, al escuchar los ladridos, ver las fauces de los lobos supuso que ya era demasiado tarde y podía ver algunos escudos que había visto únicamente en libros ocultos, en polvosas páginas amarillentas.

Si se transformaba en un humano, su destino sería peor, no podía transformarse en su otra apariencia y su cuerpo lobuno, apenas podía moverse, estaba a punto de ser asesinado.

En la delantera un sujeto rubio con un arma de fuego, un rifle se detuvo al verlo, montando un caballo, sonriendo al ver sus heridas, unas en el pecho, otras en una de sus patas, pero la que le dolía más era una realizada con una punta de flecha en su hombro, una punta de plata, que lo estaba envenenando.

-Al fin damos contigo… lobo azul.

Kanon le gruño y el sujeto rubio, demasiado viejo, algo obeso, unicamente sonrio, con una expresion divertida, esperando que se transformara en su otra apariencia supuso, pero no lo hizo, asi que, elevando su rifle comenzo a relamer sus labios a punto de disparar, seguido de otros hombres, otros alfas, que tenían esos signos grabados en su montura.

-Esta bien… lo que necesito son tus dientes y tal vez, tu pelaje…

Sin embargo, aunque Kanon estaba seguro de que pronto perdería la vida, escuchó el galope de otros caballos, acercándose a ellos, colocándose entre ese sujeto desagradable y el, montados por un alfa de cabello rosa y un omega de cabello rubio, ambos casi de la misma estatura.

-Quita a ese omega del camino antes de que le dispare Valentine.

Era el nombre del omega, quien desvió la mirada al escuchar ese desprecio en el sujeto mayor, observando de reojo a Kanon, que aún tenía los dientes blancos expuestos, sus ojos azules fijos en sus enemigos, ansioso de que la luna se elevará en el cielo.

-Lord Earhart me temo que no puedo hacer eso. no va a dispararle.

Earhart por un momento quiso dispararle a Valentine, quien le observaba fijamente, al mismo tiempo que el omega rubio bajaba de su caballo con gracia, como si fuera un guerrero y no un doncel, caminando varios pasos hasta donde él se encontraba, observando sus heridas.

-Ya tenemos suficientes lobos, uno menos, qué más da.

Fueron las palabras del anciano que se llamaba Earhart, cuyo cabello era lacio, sus ojos amarillos como el del omega, que en ese momento le quitaba la trampa que mordia su pierna, sin ningun trabajo, dejando algunas marcas de sus dedos en el metal sin siquiera darse cuenta de eso, tal vez, desesperado por el dolor reflejado en su rostro.

-Aunque Pandora deseaba un abrigo de color azul, tu tendras que decirle que no quisiste darle ese placer, Radamanthys.

Radamanthys no le respondió, no pensaba que fuera necesario hacerlo, únicamente se quitaba un pañuelo para limpiar sus heridas, escuchando una advertencia de Kanon, pero ignorandola de momento, escuchando como el alfa de cabello rosa se bajaba de su montura, pero no contradecía a ese anciano.

-No te haré daño… no temas…

Kanon escuchó esas palabras con cierto escepticismo, escuchando las pisadas de los caballos alejándose y viendo como en una carreta había al menos una docena de lobos, todos muertos, dejando un pequeño camino de sangre, todos ellos de los suyos.

Lágrimas de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora