Con una botella de tequila en la mano y un pequeño vaso en la otra, Lexie le contó a Jo por todo lo que estaba pasando desde la separación con Nicolás. Jo, como mejor amiga y confidente, obviamente sabía muchas cosas acerca de eso pero no con tantos detalles. Si bien, eran muy cercanas, cuando su matrimonio se deshizo, Alexia se separó del mundo, no quería dar explicaciones así que dejó de salir con sus amigas y solo se preocupó de ser la mejor madre para sus hijos y en mantener la cabeza ocupada con mucho trabajo. Estaba tan concentrada intentando olvidar todo lo que había pasado, que no se daba cuenta de que tal vez podría conocer a otra persona que la hiciera feliz. Para ella no habrían más relaciones porque ya no confiaba en nadie, le entregó su corazón en bandeja de plata a Nicolás y él no supo aprovecharlo. Se prometió a ella misma no volver a abrir su corazón y hasta ese momento le estaba resultando. Tuvo un par de pretendientes pero hasta el más perseverante se rindió ante la determinación de esa mujer. Cuando Alexia Brooks decía nunca era nunca así que luego de un tiempo, no hubo nadie más que lo volviera a intentar.
Ese día, por primera vez en tres años se estaba desahogando como correspondía, al fin podía llorar tranquila y abrazada a su amiga. Pasaron las horas hasta que estuvieron completamente ebrias y decidieron ir a dormir un rato para ver si se les pasaba un poco la borrachera ya que en la tarde debían ir a buscar a sus hijos al colegio.
Faltaban dos horas para que sus hijos salieran de clases y comprendió que no podría ir a buscarlos, definitivamente se les había pasado la mano con el alcohol y se sentía decepcionada de ella misma. Había hecho algo muy irresponsable y no podía poner en peligro a sus hijos por una estupidez.
Sin tener otra opción y con la mente aún nublada por el alcohol, marcó el numero de Nicolás.
—¿Lex? ¿Pasó algo? —Nicolás estaba muy extrañado con la llamada y se preocupó enseguida. Lexie no lo iba a llamar para preguntarle por el clima, algo grave tenía que haber sucedido.
—Nop, ¿por qué habría de pasar algo?
—Creo que es la primera llamada tuya que recibo en tres años, disculpa si me sorprendo un poco.
—Necesito que vayas a buscar a los niños al colegio hoy.
—¿Por qué? ¿Estás bien?
—En mi mejor momento —rió Alexia irónica—. ¿No me viste ayer? Lucía espléndida.
—¿Estás borracha? —a pesar de todo, Nicolás la conocía muy bien y no sacaba nada con negar algo que él ya sabía.
—Síp —admitió intentando parecer despreocupada—. ¿Puedes o no? No me hagas perder el tiempo que se lo puedo pedir a alguien más.
—Claro que puedo puedo —respondió él malhumorado, ya estaba perdiendo la paciencia—. ¿Bebiendo a esta hora? No puedo creer lo irresponsable que eres.
—¿Irresponsable? ¿Tú me vienes a decir a mí lo que significa la palabra responsabilidad? —soltó Lexie furiosa, su enojo era evidente y no pudo contener todo lo que tenía para decir desde hacía mucho tiempo—. Si mi hijo no me odiara y culpara por todo lo que pasamos, todo esto sería diferente. Si hubieses tenido los pantalones para decirme: «hey, Lex, ya no te quiero» antes de engañarme con la primera perra que encontraste tal vez podríamos haber terminado de mejor manera. Tu hijo me culpa por algo que tú hiciste y yo no puedo aclararle que él que tiró el matrimonio por la borda fue su padre, no puedo romperle el corazón en mil pedazos y dañarle la imagen perfecta que tiene de ti. Prefiero que me odie, antes de dañar su relación contigo y eso es lo que me hace muy distinta de ti, Nicolás Johnsonn —tomó una profunda bocanada de aire y se limpió las lágrimas con brusquedad—. Los niños salen a las cuatro. Adiós.
Nicolás quedó sin palabras ante lo que Alexia acababa de decir, era la primera vez que ella hablaba del tema y lo había hecho de la peor manera que él podía imaginar. Sabía que era el único culpable, Lexie no merecía que la engañara y tampoco merecía que su hijo la culpara por algo que nunca estuvo en sus manos. Intentó formular una palabra pero apenas abrió la boca, Alexia cortó la llamada y lanzó el teléfono al otro lado de la habitación sin importarle si la pantalla se rompía. Decidió que era momento de darse una ducha fría para intentar borrar ese momento y la borrachera pero aunque salió más despierta, el dolor que sentía no se lo quitarían ni mil duchas.
Jo se fue y Lexie se quedó en casa con pijama viendo un antiguo episodio de «once upon a time» pero la verdad era que su mente estaba en cualquier lugar menos en la historia de Blanca nieves y el príncipe encantador. Le encantaba esa historia, sin embargo, ese día nada le podía importar menos que una historia de amor. Para ella, esa clase de amor no existía.
***
Cuando Adán salió por la puerta principal del colegio, pensando en cómo evitar cualquier conversación con su madre de camino a casa, se sorprendió mucho al ver a su padre esperándolo. Apenas llegó a su lado, lo abrazó muy fuerte aunque dentro de él sentía preocupación ya era su madre quien siempre iba a buscarlos.
—¿Y mamá? —preguntó el niño, intentando parecer desinteresado.
—Estaba un poco cansada hoy, así que me pidió que los viniera a buscar.
—¿Cansada? —resopló y luego soltó una risa irónica. Nick se espantó al ver el odio que había en los ojos de su hijo—. ¿De qué? ¿De arruinar la familia? ¿O es que ahora se buscó un novio y nos va a abandonar a nosotros también?
—¿Qué estás dicien...? —comenzó a reprenderlo su padre pero antes de que pudiera seguir, lo interrumpió una pequeña vocecita alegre.
—¡Papá! —exclamó Cielo emocionada mientras corría a abrazarlo.
—Hola, princesa. ¿Qué tal si vamos a tomar un helado? —la cargó en sus brazos para dirigirse al auto, luego le lanzó una mirada seria a Adán—. Luego tú y yo vamos a conversar.
Fueron a una heladería que había cerca del colegio, el lugar que solían frecuentar Lexie y Nick de adolescentes y que vio crecer su amor. Y ahí pasaron un rato escuchando a Cielo muy emocionada, contando su primer día de clases. Luego los fue a dejar al departamento, bajó a la pequeña y le dijo a Adán que lo esperara en el auto.
Al volver, el chico estaba con la música a todo volumen en sus audífonos, pero Nicolás se los quito de un tirón sin decir nada.
—¡Hey! Estaba escuchando —protestó Adán molesto. Se le formó una pequeña arruga en el entrecejo y Nick no pudo evitar recordarse a sí mismo cuando tenía su edad. Su hijo tenía su mismo color de cabello, castaño claro y lo llevaba peinado igual que él en esa época, también tenía su nariz pero los ojos, esos ojos azul grisáceo los había heredado de Lexie. Los suyos también eran azules pero azul turquesa y la pequeña Cielo también los tenía.
—Es muy injusto lo que estás haciendo con tu madre —comenzó a decir Nicolás, molesto, también sabía que era su culpa por nunca aclarar lo que había pasado.
—Ella arruinó nuestra familia, es totalmente justo —soltó el chico y su padre se estremeció una vez más al ver el odio que tenía acumulado hacía su madre.
—Ella no arruinó nada —Adán desvío la mirada hacia los autos, estaba aburrido de esa conversación—. Mírame, él que arruinó las cosas fui yo, no ella. No puedes odiarla, ella solo tomó la decisión más correcta para todos. Tu mamá siempre ha hecho lo que es mejor para ti y tu hermana, no puedes culparla de nada.
—¿A qué te refieres? Si ella fue la que te echó de casa.
—Yo... —comenzó a decir pero no sabía bien cómo continuar sin que su hijo lo terminara odiando a él—. Hice algo muy malo, algo que Lex no pudo perdonar y por eso nos separamos. Yo soy el único culpable.
Adán no podía creer lo que estaba escuchando, por tres años lo único que había hecho era odiar a su madre por la decisión que había tomado y ahora se daba cuenta de lo equivocado que estaba. Lo injusto que fue.
Luego de tomarse un momento para pensar, una idea se le pasó por la cabeza.
—La engañaste con Sierra, ¿verdad? —preguntó aunque ya sabía la respuesta. Él recordaba que su padre salía a muchas reuniones a las que su amiga Sierra lo acompañaba y a su madre eso no le gustaba nada.
—¿Cómo sabes eso? —Nicolás no se esperaba esa respuesta.
—Siempre pensé que podía haber algo pero no quise creerlo, para mí eras demasiado perfecto como para hacer algo así —el color de la cara de Adán empezó a cambiar a rojo, estaba lleno de furia—. ¿Me dejaste odiarla todo este tiempo por algo que hiciste tú?
—Adán...
Antes de dejar a su padre continuar, se bajó del auto y corrió hacia el departamento para que no lo pudiera alcanzar. Cuando llegó, esperó a que su madre intentara hablarle de algo como hacia todos los días cuando él la ignoraba pero no fue así. Ese día Alexia estaba demasiado triste y cansada como para soportar otro rechazo por parte de su hijo, así que mientras estaba calentando un poco de leche para darle a Cielo, solo levantó la vista cuando Adán abrió la puerta.
A él por su parte, se le encogió el corazón al ver a su mamá en pijama y por primera vez notó las bolsas que tenía bajo los ojos, se dio cuenta de que se debían a todas esas noches de llanto que él decidía ignorar cada vez que la escuchaba. El chico se dirigió a su habitación sin decir una palabra, no podía formular una sola frase para pedir perdón, se sentía avergonzado, no podía mirarla a la cara. Sabía que las lágrimas no solo eran culpa de su padre, también él había ayudado a hacer miserable la vida de su mamá el último tiempo. Alexia se puso aún más triste al ver que a su hijo no le importaba si lo saludaba o no pero se aguantó las lágrimas por la pequeña.
Después de ayudar a Cielo con algunas tareas y dejarla en su habitación para que jugara, se dirigió a su cuarto a ver un poco de televisión o algo que la distrajera y no habían pasado muchos minutos cuando se quedó completamente dormida. Adán se había armado de valor para ir a disculparse con ella pero al entrar en la habitación, la vio con los ojos cerrados y solo pudo taparla con una manta y acostarse a su lado como cuando era pequeño mientras se preguntaba una y otra vez, cómo arreglaría todo el daño que causó, y si su madre podría llegar a perdonarlo alguna vez.