Abrí los ojos con pesadez. No pude evitar sonreír al ver a Severus a mi lado. Perezosamente me desperecé y me acurruqué junto a él. Aún tenía sueño.
Un quejido salió de su garganta cuando apoyé la cabeza sobre su hombro. Inmediatamente me incorporé.
Él parecía más que despierto. Los moratones de su cara habían desaparecido tras aplicar una pomada la noche anterior, pero en su labio la hinchazón todavía persistía.
Con cuidado de no rozar la herida, me acerqué a él y besé la comisura de sus labios.
- ¿Te duele? – llevé la mano hasta su mejilla. El pelinegro movió la cabeza en señal de negación.
- Me levanté de madrugada y me tomé una poción analgésica y antiinflamatoria. El efecto debería persistir unas horas más.
- ¿Por qué? – él sabía perfectamente a qué me refería.
- Por no llevarle nueva información útil. Bellatrix ardió en gozo cuando el Señor Oscuro le proporcionó una hora conmigo.
Mis puños apretaron las sábanas. Al menos, estaba a mi lado. Habría sido castigado por mi culpa seguramente, por tardar más de la cuenta.
- A las once hay reunión con la Orden – se incorporó de la cama.
El pelinegro avanzó hasta el armario y sacó una camiseta holgada de manga corta. Desde el hombro hasta la altura del omóplato derecho un moratón comenzaba a asomarse. No me percaté de su presencia hasta ese entonces.
- Iré a La Hilandera a desayunar – se volvió a acercar, posando su mano en mi mejilla –. Vendré a por ti ante de ir a la reunión – besé su mano.
- Severus – lo agarré antes de que se retirara -. Voy a ir a notificarle de mi regreso. No vengas a por mí – solté su mano -, iré cuando sea la hora.
- ¿Irás sola? – se refirió al encuentro con Voldemort.
- Hacer una parada de cortesía por la Mansión Malfoy antes solo será una pérdida de tiempo.
- Deberías pasarte – me aconsejó.
- Ya veré, Severus, ya veré...
Se agachó a besar mi frente con cuidado y se marchó.
No tardé mucho en levantarme de nuestra cama. Entré en el cuarto de baño con la intención de darme una ducha rápida, pero acabé tardando, al menos, el doble de lo que esperaba.
Rápidamente me di cuenta de que estaba sola en la vivienda. Tenía el estómago cerrado así que simplemente tomé un café y me marché sin desayunar.
Primeramente me aparecí en la Casa Ryddle, tras dar varias vueltas por la vivienda y realizar un par de hechizos rastreadores para me rendí.
Él único lugar deshabitado donde podría acudir sería la Villa Lestrange. Era altamente improbable, pero algo dentro de mí me movió a comprobarlo.
Cerré los ojos y me aparecí en las afuera de Berkshire. Hacía demasiado tiempo que no pisaba esa casa y eso me hizo llegar a unos metros de la misma.
Desde el pradera donde me encontraba se podía ver el majestuoso edifico alzarse en la lejanía. Sería una buena caminata a pie, por lo que saqué mi escoba y me acerqué lo máximo que me estaba permitido.
Las protecciones mágicas ni siquiera estaban en los terrenos, se limitaba al propio edificio.
Me dirigí a la entrada con la varita delante. Esta salió volando a unos pasos de la puerta. Intenté abrirla con todos los hechizos que se me ocurrían, pero ninguno funcionó.
La única opción que se me ocurría era magia de sangre, pero no sabía si realmente podría funcionar. Dependería de que su madre tuviera el mismo grupo sanguíneo que la mayor de sus hermanas.
Con recelo, corté con un hechizo de sanación la yema de mi dedo y soplé para ver si pasaba la barrera.
Esta no solo la atravesó sino que la puerta se abrió.
Tras unos cuantos golpes Voldemort apareció en lo alto de la escalinata principal, con una túnica sin abrochar y apuntando con la varita.
No pude evitar fijarme en aquel pecho blanquecino, por alguna razón me extraña que fuera del mismo tono que su rostro. Parecía realmente enfadado.
- ¿Quién te ha dado permiso para entrar? – gruño malhumorado.
- Magia de sangre – levanté la mano –. La puerta se ha abierto sola – me excusé –, creí que podría pasar. Si hubiese sido mi tío quien realizó la protección esto no hubiera pasado.
- ¿Mi Señor? – la voz de perrito faldero de mi tía resonó débilmente.
- Diez minutos – me comentó Voldemort –. Sal fuera, me encontraré contigo en ese tiempo – se marchó por el mismo lugar por el que vino.
No tuve otra opción que salir del lugar. No quería sufrir las consecuencias de desobedecerle.
Veinte minutos después, el monstruo hizo aparición. Ahora su ropa estaba pulcramente arreglada. La mirada que echó desde la puerta me heló la sangre.
- ¿Has acabado?
- Si no fuera el caso no estaría aquí – pateé una piedra del camino -. No quiero una muerte segura.
- Buena chica – llegó a mi lado y palmeó mi cabeza, cómo si fuera su fiel mascota – ¿Has estado en algún lugar antes de venir?
- Claro que no, mi Señor. He venido a reportarle inmediatamente.
- Excelente. Si eso es todo ya puedes retirarte, serás avisada para la próxima junta-
- En verdad, Señor – lo interrumpí –. Querría preguntarle algo.
Su ceño se arrugó ante la interrupción, pero no pronunció palabra alguna.
- Debido a mis múltiples excelentes en los Extasis, el mismo director me ha mandado una carta ofreciéndome cualquier maestría que requiera – continué con mi propuesta.
- ¿Y? – se estaba impacientando y eso solo jugaba en mi contra.
- Me preguntaba si podría aprovechar la oportunidad.
- Mientras estés aquí cuando te lo ordene me da igual lo que hagas. Al menos, en tanto que mis prioridades cambien.
De un segundo a otro, su rostro pasó de indiferencia a diversión. Una anómala y terrorífica sonrisa se dibujó en su blanco rostro, dejando mostrar sus afilados dientes.
Si de por sí observar su deformado rostro era atroz, en momentos como ese se me revolvía el estómago.
- Agarra mi manga, quiero que veas a alguien – pidió el magnate.
Ni siquiera se me pasó por la cabeza el hecho de negarme, simplemente agarré su túnica y nos aparecimos en algún lugar desconocido.
Todo a mi alrededor era niebla. El campo de visión se limitaba un radio de poco más de cinco metros. Pasado de ese límite todo se desdibujaba bajo la densidad del vapor.
La sensación de humedad era desagradable y esta incrementó cuando comenzamos a caminar hacia una antigua entrada.
- Supongo que no debo saber dónde estamos – él se limitó a volver la cabeza unos segundos hacia mí y siguió su camino - ¿Esta niebla es inocua?
- Forma tus propias teorías – susurró – Baja tu primera – señaló las escaleras del semiderruido castillo.
- No hay donde apoyarse – me asomé con cuidado al oscuro agujero con estrechos peldaños.
Un fuerte empujón me hizo descender. Caí rodando por las escaleras y sufrí un fuerte golpe en los brazos y otro en la espalda. Segundos después agua amortiguó mi caída.
Estaba helada. Sentí como el cuerpo se contraía y mis pulmones gritaron en auxilio. Caí de culo clavándome otro escalón y, con toda la rapidez que me permitió aquella sofocante y angustiosa situación, subí a la superficie, aquella que por segundos parecía inalcanzable.
Ascendí con cuidado por los mohosos escalones de piedra. Hiperventilaba con dificultad y el cuerpo estaba adolorido por el frío.
- Haz el favor de quitar el agua para que podamos pasar.
En ese momento ni siquiera saqué la varita, simplemente con un giro de muñeca dos luces prendieron el lugar. Con otro el agua ascendió por las paredes, dejando al descubierto una puerta tres metros más abajo.
Inmediatamente después me sequé.
Una de las luces me acompañó durante el descenso de los siguientes escalares, proporcionándome algo del calor que mi tembloroso cuerpo necesitaba.
Al llegar al final del trayecto tuve que esperar a que él llegara para poder pasar a través de la puerta. Cuando el Señor Tenebroso introdujo su varita en la llave ecos de gritos resonaron por aquella estancia.
- ¿A que esperas? – el hombre sujetaba la puerta.
Caminé por el pasillo tenuemente iluminado. Los gritos se mezclaron con sollozos.
El siguiente pasillo era un corredor de la muerte, repleto calabozos. La mayoría de ellos estaban ocupados.
No se podía ver a los allí encarcelados y los que se podían ver estaban en posición fetal, en una alguna esquina y/o con la cabeza escondida.
El olor a humedad, agua estancada y sangre era realmente nauseabundo. Sentía como el café de la mañana estaba pateando mi estómago para salir.
Giramos una vez más. Una luz brillante y roja provenía del final de aquel pasillo.
En medio de la estancia un chico rubio y alto con un delantal de cuero se volvió. Estaba prácticamente cubierto en sangre.
- Él es...
- Slade – lo interrumpí con desprecio.
- Señor – el joven guardó su varita en el protector y se acercó hacia la penumbra –. Oh, hola preciosa. Un placer volver a verte – intentó coger mi mano pero di un par de pasos atrás, chocando contra el Señor Oscuro.
- Parece que será mejor prescindir de saludos, Boschetto – el Señor oscuro agarró mis brazos. Sus largas uñas hubieran atravesado con total facilidad mi piel si tan solo me hubiera sujetado con una pizca más de fuerza –. Enséñanos qué tienes ahí.
- Claro, claro – el chico se pasó una mano por el pelo, dejando su ondulado cabello manchado de sangre.
El Señor Tenebroso parecía disfrutar de aquella escena. Durante el camino hacia la sala hubo veces en las que me empujó más cerca del joven. En ocasiones llegué a pensar que era capaz de oler mi miedo.
Una vez que giramos la esquina vi la parte que nunca había querido ver.
Un hombre desnudo de cintura hacia arriba estaba sujetado por un par de cadenas alrededor de sus muñecas. Su pecho estaba lleno de heridas de un extremo a otro y los brazos llenos de moratones.
El suelo estaba lleno de sangre y a un lado había varios instrumentos metálicos.
La cabeza miraba hacia el suelo y el pelo caía a los lados de su cara, por lo que era imposible saber si el hombre estaba consciente en aquel momento.
Por un momento mi corazón me dio un vuelco. No podía dejar de imaginarme a Severus en aquella precaria situación.
- Precioso – sentenció el hombre –. Haces un buen trabajo, chico.
- ¿Eso? Aún no lo he rematado – cogió su varita y la sacudió como quien no quiere la cosa.
El sonido de la carne rasgarse hizo que mirara en aquella dirección. Craso error.
Un grito desgarrador se escuchó mientras que sus tripas caían al suelo. Temblando, di un paso atrás de la impresión.
Sabía bien dónde estaba metida, lo que podría llegar a ver. Por Merlín que lo sabía, pero una cosa era saberlo y otra verlo.
- Maravilloso, pero creo que has asustado a nuestra invitada. Quizás haya sido demasiado para ella – él agarró mi mandíbula y la volteó de nuevo al cuerpo –. Mira bien, querida. Quiero que sepas que le ocurre a los que me fallan – aquello me quitó el aliento -. ¿Te ha quedado claro? – asentí – Pues marchémonos, suficiente enseñanzas por un día.
Caminamos de vuelta y él me abandonó cuando volvimos a la entrada de aquellas ruinas.
Miré el reloj, las once y cincuenta y tres.
En un abrir y cerrar de ojos me encontraba en Grimmauld Place. No pude aguantarlo más, caí de rodillas al suelo y devolví lo poco que tenía en el estómago. El color amarillento indicaba que el contenido era bilis en su mayoría.
Alcé la cabeza tras reponerme. Por suerte, no había nadie alrededor.
Arreglé el desastre en unos segundos y entré en el número doce. El silencio era absoluto.
Atravesé rápidamente el pasillo y entré en la estancia. Me senté en la silla disponible al lado de Severus.
- Bien, ahora que estamos todos podemos empezar – Dumbledore dio por iniciado el encuentro.
- ¿Todos? ¿Y Sirius? – pregunté extrañada.
El silencio inundó la habitación e incluso el pelo de Nymphadora cambió a negro.
- Lyra, ¿nadie te lo ha dicho? – miré a Albus confundida.
- ¿Decirme el qué?
- Sirius está muerto.
- ¿Perdón? – aquellas palabras casi no se escucharon y todas las fuerzas que me quedaban después de lo que había vivido hace unos minutos se esfumaron.
Aquel estaba siendo un verdadero horror de día.