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Junio, 1979.

La música resonaba fuerte en sus oídos. La canción «Take a Chance on me» de Abba se reproducía en el estéreo pequeño que se ubicaba sobre el escritorio de Xiao Zhen. Tenía los botones gastados y sucios producto de llevar años en una vitrina acumulando polvo. Ahora, su nuevo dueño, bailaba en el centro de la estancia oscura a un costado del ropero. Liú Tian, manchado en pintura, movía la cadera en una clara mala imitación de Elvis Presley. Le sonreía a Xiao Zhen cada vez que sus miradas se encontraban, hasta que tiró de él y lo puso de pie. Le rodeó el cuello con los brazos y le besó la punta de la nariz con cariño.

—Baila conmigo, Carlitos bonito —le pidió.

Xiao Zhen le siguió el juego para hacerle feliz.

Sus risas felices aplacaron la música fuerte y luego solo se oyeron sus besos entrecortados mientras la canción llegaba a su fin.

Juntos.

En esa burbuja.

Eso era lo que pensaba Liú Tian casi un mes después de aquella escena, su brazo enganchado en el tubo del autobús esperando llegar a su parada para bajarse. Su expresión era tan triste como su estado anímico. Se sentía básicamente miserable por algo que ni siquiera podía controlar. No sabía qué hacer, pero tampoco quería hablarlo, eso ya lo había intentado sin resultados. Era como estar cruzando un barranco sobre una cuerda fina: cayese dónde cayese, iba a terminar en el fondo del agujero.

Dando un suspiro cansado, se fregó los ojos. Cuando se le aclaró la vista, se percató de una juguetería al otro lado de la calle. Y en su escaparate, un dinosaurio verde. Tiró del cordón para solicitar la parada y se bajó antes de que el autobús frenase del todo. Tuvo que retroceder una cuadra. Al llegar, apoyó las manos en el vidrio sucio apretando la nariz contra el cristal.

Luego, ingresó.

A los minutos, salió con una bolsa que asomaba una cola plástica y tiesa. De mucho mejor ánimo, caminó hasta que el barrio cambió y estuvo rodeado por casas con grandes muros y banderas izadas a la derecha.

Tragó saliva y se arregló el cabello, de pronto nervioso al golpear con fuerza la puerta. Esperó todavía más nervioso porque ¿y si no se encontraba solo? Cuando finalmente se abrió y apareció Xiao Zhen despeinado y con expresión somnolienta, sintió que su estómago daba un brinco.

Gege —musitó adormilado—, ¿qué haces aquí?

—¿Está tu señor padre?

—No —dijo, ahora pareciendo más despierto.

—¿Estás solo?

Le bastó que asintiera para empujarlo por el centro del pecho y hacerlo retroceder. Cerró la puerta tras ambos.

—¿Segurísimo? —insistió, sus manos grandes deslizándose hasta los hombros de Xiao Zhen.

De pronto, resurgió ese recuerdo latente y terriblemente doloroso de cuando las cosas no eran incómodas entre ellos.

Pero Liú Tian simplemente quiso olvidarlo, por lo que desplazó al fondo de su cerebro la sensación de que todo se estaba desmoronando entre ellos. Necesitaba a Xiao Zhen más que a su orgullo, así que lanzó al suelo la bolsa con el juguete y sujetó a Xiao Zhen por las mejillas para atraerlo hacia él.

Sus labios se rozaron, mientras Liú Tian mantenía los ojos entreabiertos. Pero cuando las pestañas del chico revolotearon y cubrieron su mirada, él hizo lo mismo. Sintió que Xiao Zhen lo sujetaba por la cintura y lo atraía hacia él. Jadeó contra su boca a la vez que profundizaba el beso y buscaba su lengua.

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora