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Noviembre, 1978.

Los gritos de molestia desde una de las canchas de baloncesto, ubicadas al aire libre en la universidad, le hartaron lo suficiente para dejar de lado su libro de anatomía y guardarlo en su bolso. Acomodándose la chaqueta de mezclilla, Xiao Zhen se puso de pie y fue en dirección desde donde provenían las voces. Se encontró con un grupo de seis personas, tres y tres y estaban jugando a hacer canastas. Entre ellos, se encontraba el chico que Xiao Zhen vio hace unas semanas en el salón de artes. Esta vez llevaba solo una camiseta blanca de mangas cortas, pantalón de tiro alto gris y un gorro que lo hacía verse como un señor de setenta años que jugaba al ajedrez en la plaza. Su compañero de asiento, que le seguía dibujando penes en el cuaderno cuando Xiao Zhen se distraía, le estaba gritando algo mientras apuntaba sus pies.

—¡¿Te puedes poner bien los zapatos, Liú Tian?!

Liú Tian, lejos de sentirse molesto, se estaba riendo y mostrando una enorme sonrisa al abrazarse así mismo casi con timidez.

Entonces un chico muy blanco pasó corriendo por alrededor de ellos y encestó. Luan levantó los brazos en al aire con mucho dramatismo y se dejó caer de rodillas.

—Perdimos.

—Ustedes invitan las cervezas —dijo el más alto de todos.

—¿Pero podría pagar en otro momento? —protestó Luan—. Tú te quedaste con todo mi dinero de la semana.

—No me quedé con tu dinero, Luan, me pagaste por hacer tu tarea de anatomía.

¿Así que por eso Luan había obtenido la mejor calificación de la clase? Y había tenido el descaro de bufar con desprecio cuando vio que Xiao Zhen solo había obtenido un 54/100.

—No seas así —siguió quejándose Luan mientras perseguía al resto del equipo fuera de la cancha.

Solo quedó Liú Tian rebotando la pelota a un costado de sus piernas. Tenía las manos grandes y casi podía agarrar el balón sin dificultad con una mano. Xiao Zhen se quedó observándolo medio escondido en las gradas y sacó un cuaderno de dibujo. Hizo trazos rápidos de sus piernas y brazos extendidos. Después, tiró líneas que salían de cada extremidad de la silueta y le colocó nombres.

«Húmero», anotó cerca del codo del dibujo de Liú Tian.

«Peroné», en su pierna larga.

«Tarsos», cerca de su tobillo ahora cubierto con un calcetín gris que debió pasar a una mejor vida hace años.

«Calcáneo» en-

La cosquilla en su oreja derecha fue lo primero que sintió, luego vino la voz grave retumbando en su tímpano.

—Hola.

El lápiz grafito que sostenía Xiao Zhen salió volando. Su cuaderno también aterrizó en el suelo; quedó el dibujo volteado hacia arriba dejando ver a la perfección la silueta estirada de Liú Tian encestando.

Al alzar la mirada para comprobar quién era, se le salió un insulto en mandarín.

—Eso lo entendí, Xiao Zhen —se burló Liú Tian, que se encontraba en el escalón tras suyo. Estaba posicionado de cuclillas para observar sobre su hombro—. Te dije que soy un experto en eso.

Liú tenía la misma sonrisa relajada al hablar con Luan. Su piel algo bronceada brillaba por las gotitas de sudor. Su cabello estaba pegado en su frente y se le marcaba en el cabello la línea donde había estado su gorro, que ahora sostenía en las manos. Además, de manera adorable se le colaban la punta de las orejas entre el cabello liso.

—¿Por qué esa cara? ¿Me equivoqué de nombre? Eras Xiao Zhen, ¿cierto?

Todavía horrorizado, se giró en su asiento para verlo mejor.

—S-sí —jadeó.

—Yo soy Liú Tian, por si lo olvidaste. —Una pausa en donde Liú Tian se acomodó el cabello para apartarlo de su frente—. Aunque lo dudo.

Xiao Zhen no pudo corregirlo ni contradecirlo, porque le lengua se le había pegado al paladar y de pronto solo podía recordar respuestas en mandarín; sobre todo porque la mirada curiosa de Liú Tian iba bajando con curiosidad por el cuerpo de Xiao Zhen hasta clavarse en el cuaderno en el suelo. Sus cejas se alzaron sorprendidas. Xiao Zhen pateó sin mucho disimulo el cuaderno bajo las gradas.

—¿Ese era yo, Xiao Zhen?

—No —balbuceó con gran inteligencia—. Solo estudiaba anatomía.

La sonrisa volvía a bailar en la boca de Liú Tian.

—¿Con mi cuerpo, Xiao Zhen?

—N-no.

Dejándolo paralizado por la sorpresa, Liú Tian se puso de pie afirmándose de las rodillas. Bajó el último escalón de las gradas y se arrodilló en el suelo buscando bajo las gradas con la mano estirada, su lengua se colaba fuera de sus labios. A continuación, alzó el cuaderno en el aire con un grito de victoria.

—Yo digo que este dibujo se parece mucho a mí. —Su mirada se alzó y ladeó la cabeza con curiosidad—. ¿Eres travieso, Xiao Zhen? Porque yo lo soy. Mucho.

Apartó la mirada con brusquedad y la clavó en sus manos recogidas sobre su regazo. El anillo de plata brillaba en su dedo meñique. Lo tranquilizó hacerlo rodar.

—Solo recordaba los huesos del cuerpo, gege —fue su pobre excusa.

Liú Tian se movió y dejó el cuaderno a su lado. Apoyó el pie a un costado de los muslos cerrados de Xiao Zhen.

—Bien, ahí está mi pierna —ofreció Liú Tian—. ¿Por qué no practicas conmigo?

Xiao Zhen se quedó observando aquella larga pierna, a la que le sobresalía los calcetines grises al habérsele recogido el pantalón por la posición. Luego, le quitó el cuaderno y lo metió en su bolso, todo eso con la cabeza gacha y los hombros alzados en timidez.

—Debo irme —jadeó entre dientes.

Colgándose el bolso en el hombro, apartó la pierna de Liú Tian dejándola caer al suelo. Corrió lejos de él, demasiado lejos mientras el estómago se le revolvía junto a la cabeza.

Porque ser gay en el año 1978 implicaba la peor de las negaciones: la de no reconocerse a sí mismo.

Porque ser gay en el año 1978 implicaba la peor de las negaciones: la de no reconocerse a sí mismo

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Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora