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Febrero, 1979.

La mayoría del tiempo aquello solo consistía en lanzar papeles de edificios altos, dejarlos en las tomas de aire del metro o arrojarlos en las calles mientras corría con una mascarilla. ¿Por qué entonces arriesgar su vida solo por algo así? Porque esos carteles, que en esencia eran un papel inofensivo, significaban para Liú Tian su libertad, sus deseos, su yo atrapado en esa sociedad ciega que nada de mal le veía a una dictadura ante la estabilidad económica que cursaba el país.

Sin embargo, no todo el tiempo era arrojar papelitos en las calles o pintar un mural rápido con sus pinceles y pinturas, algunas veces era mucho más complicado que eso. Y esas veces era cuando Liú Tian se sentaba en su diminuta habitación y se preguntaba hasta dónde llegaría con eso, cuál sería el límite, qué tendría que pasarle para que decidiera rendirse con algo que parecía no tener una solución.

Otra vez viernes, pero esta vez de febrero, y Liú Tian guardaba con cuidado un gorro y guantes dentro de su bolso. Eran las nueve de la noche y así se lo dejó saber la señora Flor al verlo aparecer por el pasillo.

—La puerta se cierra hoy a las once —le indicó.

Solo asintió y después se enfrentó a la fría noche. Se acurrucó dentro de su abrigo y comprobó una vez más que sus zapatillas se encontrasen correctamente atadas, ese día necesitaba llevar sus zapatos bien puestos.

Una misión de ejecutar y correr.

Se suponía no sería difícil, por lo menos para él. Solo debía recoger una de las cajas, que alguien había dejado estratégicamente escondida en uno de los arbustos de una plaza, llevarla hasta esa pared que colindaba con aquella casa, que había visualizado en una fotografía en blanco y negro y correr si es que lo descubrían, incluso se había estudiado las diez cuadras a la redonda para saber dónde debía huir si las cosas se ponían difíciles.

Era a Luan a quien le tocaba la parte más difícil. Siendo el más rápido de todos ellos, era quién encendería la mecha y escaparía antes de que todo saliese volando. Luego otros chicos, que Liú Tian solo conocía de vista, serían los que ingresarían.

Muchas cosas podían salir mal.

Pero no para Liú Tian.

Esta vez él tenía una parte sencilla.

¿Pero entonces por qué no dejaba de temblar? Tal vez porque era la primera vez que se metían en una misión que podía salir tan mal. No por primera vez, se preguntó si tenía sentido lo que estaba haciendo. Recordar a su padre comiendo con dificultad, lo hizo ir finalmente hacia el parque y agarrar esa cajita pequeña que cabía en su mano. La metió en el bolsillo de su chaqueta con cuidado, intentando no moverla mucho. Tenía un explosivo contra su pierna que tenía la potencia suficiente para mandar a volar una pared. Si por algún error explotaba, de Liú Tian solo quedaría una lluvia carmesí manchando la ciudad.

Se dirigió hacia la casa de las fotografías notando que era verde, la entrada estaba siendo custodiada por dos militares. Dio la vuelta a la cuadra y llevó hasta la pared posterior, donde se ubicaba una pila de contenedores. Notó que, entre la basura, había otras cuatro cajas escondidas. Fingió que estaba orinando contra la pared y dejó la suya.

Avanzó otro par de cuadras y se escondió esperando a que Luan pasase corriendo para saber que se encontraba bien.

Así fue.

Sonriendo para sus adentros, escuchó una explosión a la distancia. Avanzó con rapidez. Cinco minutos más tarde, ingresaba a ese antro clandestino escondido en ese sótano de una ex fábrica textil.

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora