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Enero, 1979.

Cuando Xiao Zhen llegó esa noche a casa, su padre lo esperaba sentado en la mesa del comedor; aquello era algo en extremo atípico, su padre no regulaba salir del regimiento. Nervioso al entender a qué se debía la visita, se lavó las manos en el baño, dejó sus cosas sobre la cama y fue a sentarse con él. El chef, que iba a su casa por las noches para preparar la cena cuando su padre anunciaba que iría, les sirvió un perfecto corte de carne de res; luego, se despidió tras un movimiento de mano de su padre. Se sintieron eternos los minutos que tardó el empleado en dejar todo listo para marcharse. Recién cuando sonó la puerta de entrada y se oyeron las voces con los guardias que estaban resguardando el jardín, su padre cortó un pedazo de carne ya helado.

—Era algo que debía ocurrir —entonces dijo.

Los dedos de Xiao Zhen se cerraron en el borde de la mesa, sus ojos clavados en su comida intacta. Intentó morderse la lengua para no responder, solo que su voz increpadora se coló entre sus labios sin haberlo planificado.

—¿Lo era?

Su padre se la llevó a la boca un pedazo de res, dejando los cubiertos a un lado para apoyar los codos sobre la mesa y cruzar las manos frente a su propio rostro.

—Solo existen dos formas para controlar a un grupo de personas: con el miedo y/o el respeto —contestó tras masticar y tragar. Entre ellos solo se encontraban las manos cruzadas de su padre—. Necesito de ambos.  Los tres soldados que te atacaron esta mañana pertenecían a mi escuadrón. ¿Y sabes lo que ocurriría si alguien se entera de lo ocurrido?

Xiao Zhen no quería responder pero debía hacerlo, así eran las conversaciones con su papá. Dejó con cuidado su servicio sobre el plato antes de hablar.

—No lo sé —susurró.

—No te escuché.

Tragó saliva, nervioso.

—N-no lo sé —dijo con más fuerza.

—¿No lo sabes?

—No, señor.

Un bufido corto y despectivo que hizo que Xiao Zhen cerrase las piernas por la tensión. No había dicho nada, pero la palabra «inútil» dio vueltas en su cabeza.

—Mi autoridad se habría visto comprometida. Porque si tres simples cadetes lograron golpear a mi hijo, cualquier otra persona podría hacerlo también. Y eso es algo que no voy a permitir, porque sabes lo que conllevará.

A simple vista, casi parecía un padre preocupado por su hijo. Pero no es nada de eso, pensó Zhen con pesimismo mientras doblaba su servilleta por la mitad. Era solo autoridad, tal cual lo había aclarado su padre. Xiao Zhen en ese instante no era su hijo, era una molestia, una debilidad, una pieza de ajedrez en ese enorme tablero que podría ponerlo en jaque. Porque si alguien se enteraba que el hijo del General Gautier había regresado al país y asistía a la universidad pública del estado, Xiao Zhen podía ser fácilmente secuestrado para llegar a un acuerdo político.

Solo que los opositores al gobierno no tenían idea de que su papá jamás negociaría por él. Era una persona que no dudaría en enfrentar la televisión para lamentar su muerte, estuviese todavía vivo o no.

—¿Lo entiendes ahora? Porque sé cuánto te gusta ir sin escoltas a esa universidad.

Xiao Zhen se llevó un montón de arroz a la boca. Su padre continuó observándolo, sus ojos oscuros y opacos en él.

—Pregunté algo.

Tragó con dificultad.

—Me gusta ir a la universidad solo —aceptó.

—Entonces, era necesario.

El silencio los acompañó hasta el final de la velada. Xiao Zhen no se movió de su puesto, esperaba la autorización de su padre para poder marcharse. Pero él no parecía recordar que su hijo continuaba ahí, jugaba con la copa de vino haciéndola rodar entre los dedos: contemplando al líquido rojo pegarse en el vidrio. Al dejar finalmente el vaso en la mesa, se giró hacia él.

—El viernes quiero que traigas a tu amigo.

La garganta de Xiao Zhen emitió un graznido casi de pánico.

—¿Cómo?

—Liú Tian, es su nombre, ¿no? —Apenas pudo asentir—. Tráelo a cenar con nosotros el viernes. —Una sonrisa tirante se formó en los labios delgados de su padre—. Quiero conocerlo.

Cuando Xiao Zhen se levantaba de la mesa sin responder a aquella solicitud, la voz de su padre lo detuvo en la entrada del pasillo.

—Y es una orden.

Xiao Zhen solo pudo asentir antes de irse a su cuarto con el pánico cerrándole la garganta.


Xiao Zhen solo pudo asentir antes de irse a su cuarto con el pánico cerrándole la garganta

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Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora