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Febrero, 1979.

Xiao Zhen continuaba sin tener amigos. Con su personalidad introvertida sumado al constante temor de que alguno de sus compañeros averiguase quién era su padre, no se creía con la capacidad de entablar una amistad con nadie. A excepción de una persona.

Liú Tian.

Nunca imaginó que se acostumbraría tanto a la presencia de alguien, por eso, cuando Liú Tian no asistió al almuerzo del lunes que él mismo había impuesto, el día para Xiao Zhen se descuadró. Con ilusa añoranza esperó encontrárselo en algún rincón de la universidad, espera que se trasladó al martes.

Luego al miércoles.

Y finalmente llegó el jueves y Xiao Zhen continuaba almorzando solo en el abarrotado casino. Intentaba distraerse leyendo un libro, ubicado a un costado de su plato, cuando lo sintió. Primero fue una ligera caricia en su mejilla, después su profunda voz cosquilleándole en el oído.

—Xiao Zhen —le cantó cerca del cuello.

Era Liú Tian.

Llevaba una bandeja repleta de comida y un abrigo largo y burdeo que lo hacía destacar en ese mar gris de ropa de invierno. La venda en su cabeza había desaparecido por fin, por lo que su cabello volvía a estar limpio y brillante. Sonreía amplio mientras tomaba asiento frente suyo, su voz todavía tarareando una melodía suave que Xiao Zhen creyó haber oído antes.

Por alguna razón, le recordó a su mamá.

Se distrajo en el instante que Liú Tian dejó una leche de banana sobre la mesa.

—Tu leche, bebé —canturreó de buen humor.

El corazón todavía le iba al tope, se lo masajeó.

¿Por qué, de pronto, dolía tanto?

—No viniste el lunes —dijo.

Liú Tian agarró sus cubiertos y comenzó a comer, los ojos de Xiao Zhen todavía en él cuando le alzó las cejas.

—Lo siento, me tuve que quedar pintando un cuadro. Soy una pobre víctima sobreexplotada por sus talentos. Y además, sé que para ti no era importante.

Aquello lo hirió. No tenía idea del porqué, pero lo hizo.

Quiso decirle que lo había estado esperando durante todos esos días, quiso añadir que también lo había extrañado. No obstante, terminó encogiendo sus hombros con pesadumbre. Cambió el tema mientras jugaba con su comida ya helada.

—Mi papá sabe que mentiste.

Lejos de preocuparse, Liú Tian siguió comiendo.

—Bien.

—¿Bien? —musitó sin entender.

—Era la idea, Carlitos.

—¿Que supiera que le mentiste descaradamente?

—Así es.

Xiao Zhen se quedó unos segundos contemplándolo, como si con eso pudiese perforarle la cabeza y desentrañar los engranajes de ese cerebro tan particular.

—Piensa que eres un idiota —continuó.

—Y los idiotas no son peligrosos, ¿no?

La sonrisa de Liú Tian se sintió demasiado tirante en ese rostro que solía sonreír con naturalidad. Intentando quitarse aquello de la cabeza, Zhen cerró el libro que estuvo estudiando y lo guardó en su bolso. Al alzar el mentón, Tian lo observaba.

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora