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Diciembre, 1978.

Xiao Zhen debería felicitarse porque llevaba ya un tiempo en la capital y todavía no tenía amigos, eso debía ser incluso un logro para ser premiado. En esas últimas nueve semanas con quien más había conversado era con la anciana de la cafetería, que le daba siempre una ración extra de arroz y le decía «lindo».

Lindo.

Como Liú Tian, al que no había visto hace ya por lo menos dos semanas porque Xiao Zhen se estaba escondiendo de él. Y es que Liú Tian lo ponía nervioso de una forma extraña. La mitad de las veces olvidaba hasta cómo hablar en español con él, la otra mitad se la pasaba balbuceando incoherencias y maldiciendo en mandarín mientras Liú Tian se reía de él. Nervioso, un poco errático y confundido, así era cómo se sentía en el preciso instante que su mente captaba su presencia. Así que había decidido evitarlo, a pesar de que Liú Tian fuese lo más cercano a un amigo que tenía en ese país.

Sin amigos y con un padre que pasaba más fuera de casa que con él, existían días enteros que Xiao Zhen no oía su propia voz. Tal vez por eso los últimos días había ganado la manía de conversar consigo mismo.

—Xiao Zhen, hoy aprobarás ese examen —se decía.

—Xiao Zhen, eres un chico simpático.

—Xiao Zhen, eres el mejor y hoy harás amigos.

Solo que seguía evitando a Liú Tian, la única persona que parecía interesarse por hablar con él. Tal vez lo extrañaba, aunque no estaba del todo seguro de eso.

Todavía pensaba en ello al guardar sus cosas en su bolso (con sus notas de anatomía por primera vez en dos meses limpias porque Luan no había asistido a clases) cuando escuchó la puerta abrirse. Se percató que se encontraba solo en el aula; al parecer, estaba tardando demasiado en ordenar sus cosas, no era sorpresa que llegase siempre tarde a las clases. No notó a Liú Tian hasta que observó la entrada. Se encontraba apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el abrigo negro que le iba hasta las rodillas. Una bufanda le cubría el cuello y, a pesar del frío, seguía mostrando parte de sus tobillos ahora cubiertos con unas calcetas de rayas negras y amarillas.

—Xiao Zhen, pensé que ya no existías —comentó con bueno humor.

Se escuchó soltando un débil saludo a continuación de un aviso.

—Sé que Luan no vino a clases, lleva con gripe unos días —aclaró Liú Tian.

¿Entonces por qué había venido?

Liú Tian debió estar pensando algo similar porque llevó su mano tras la espalda y cerró la puerta con un golpe seco. Y en ese momento, se le acercó.

Una fila.

Dos.

Tres.

Se detuvo al otro lado del banco de Xiao Zhen, sobre la mesa posicionó sus manos que estaban enrojecidas en los nudillos por el frío.

—Vine a verte a ti, Xiao Zhen —especificó.

Se tocó el pecho con confusión.

—¿A mí?

Liú Tian frunció los labios aguantando una sonrisa. Se estiró sobre el banco acortando todavía más la distancia. Xiao Zhen solo atinó a apoyarse en el escritorio a su espalda, su bolso apretado contra su pecho en actitud ansiosa.

Los ojos de Liú Tian recorrieron su postura y se quedó unos segundos en silencio. Dio un suspiro que incluso sonó triste a los oídos de Xiao Zhen.

—Eres muy tímido —comentó. Se alejó para tomar asiento en la mesa del frente. Apoyó los codos sobre sus rodillas flexionadas y se tocó el mentón.

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora