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Diciembre, 1978.

Con un nudo en el estómago, Liú Tian lo esperaba con la espalda apoyada a un costado de esa puerta que en cualquier momento se abriría. El corazón le dolía al igual que sus músculos tensos por el estrés y la preocupación, porque en definitiva Liú Tian sabía que lo había asustado. Asustado probablemente en un punto que no tendría cómo resolverlo, arruinando con posibilidad su única oportunidad para seguir construyendo ese puente que uniría a dos mundos tan diferentes pero que esencialmente eran lo mismo.

Por lo demás, su corazón no era lo único que había estropeado.

Movía las piernas con ansiedad cuando la puerta se abrió segundos después de que el timbre se accionara sobre su cabeza y lo hiciese saltar del susto.

El primero en salir del salón, su mejor amigo.

—¿Tian...? —preguntó desconcertado.

—Hola —saludó, sus ojos esquivos yendo hacia dentro del aula donde podía divisar a Xiao Zhen guardando sus cosas.

—En dos años de amistad nunca me habías venido a buscar.

Liú Tian jugueteó con sus manos unidas.

—Lo siento, Lu —dijo—, pero vine a hablar con Xiao Zhen.

Sus cejas se alzaron en sorpresa.

—¿Con Zhen? —Su expresión cambió a una furiosa—. ¿Qué hiciste, Tian?

Se removió incómodo sobre sus pies, lamió sus labios, pasó la mano por su cabello.

—Solo es un malentendido. Vine a aclarar las cosas.

¿Malentendido? Nunca hubo alguno. Las intenciones de Liú Tian siempre claras; por lo menos, para el mismo Liú Tian.

Luan negó con la cabeza sin poder creérselo. Entonces, Liú Tian notó que Xiao Zhen por fin había quedado solo en el salón. Ingresó antes de que se percatase de su presencia y cerró la puerta en la cara de su mejor amigo cuando intentó seguirlo.

—¡Te veo en la cafetería, Luan! —gritó para que pudiese oírlo.

—Vete a la mierda —respondió Luan.

Puso mala expresión a la vez que se volteaba hacia Xiao Zhen que lo observaba. Su postura era rígida y casi no pestañeaba mientras recorría el aula dándose cuenta de que estaban solos.

—Xiao Zhen, hola.

En vez de responderle, comenzó a meter todo en su bolso sin ningún orden o precisión. Al dirigirse a la puerta, la desesperación invadió a Liú Tian. Solo reaccionó para estirar brazos y piernas y clausurar la entrada formando una x con su cuerpo. Su boca acompañó ese acto idiota y suicida.

—Vengo de un pueblo —se escuchó balbuceando. Xiao Zhen afirmaba el bolso como si en cualquier momento fuese a ocuparlo para golpearlo si se le acercaba—. Y soy extraño, mi abuelo siempre me lo dice. Lo siento.

Pero extraño era una palabra que para ambos tenía un significado diferente. Para Liú Tian era un «lo siento, soy gay y me gustas», para Xiao Zhen era un «lo siento, hago cosas que nadie entiende».

—Y además mi cultura es diferente —continuó hilando esa incoherencia que le costaría resolver.

—Yo también lo soy, ¿lo recuerdas?

Cào —maldijo.

Se le había olvidado que con Xiao Zhen no podía usar su cultura como excusa. Pensó en continuar la mentira con otra para salvarse. No obstante, tras ver la expresión del chico, se rindió.

—Solo no malinterpretes las cosas, soy así con todos. —Se encogió de hombros, su voz saliendo en un susurro derrotado—. No conozco lo que es el espacio personal. Mi abuelo siempre...

—Te lo dice —terminó Xiao Zhen por él.

—Ajá.

—Y esta explicación...

Liú Tian soltó por fin el marco de la puerta.

—¿Sí?

—¿Por qué me la das? —Antes de que Liú Tian pudiese responder algo, las orejas de Xiao Zhen enrojecieron. A pesar de eso, su mirada fue directa y no tímida al continuar—. Hablas como si hubiese ocurrido algo.

—Xiao Zhen...

—Pero no pasó nada.

El congelamiento fue interno y se apoderó primero de sus extremidades hasta conquistar su corazón, sus latidos ahora erráticos y torpes.

—Xiao Zhen...

—Así que no entiendo el punto de esto, gege.

Su mirada bajó al suelo y sus manos se movieron de forma descontrolada y sin un sentido.

—Ayer huiste —fui su pobre debate.

—Porque me asustó que te metieses en problemas con tu casera.

Liú Tian no podía encontrar su lengua que de pronto se le había pegado en el paladar y le impedía pronunciar palabras. Xiao Zhen aprovechó su torpeza para apartarlo de la entrada. Pero al moverse, su rostro quedó solo a centímetros del de Liú Tian.

Su corazón volvía a latir con dolor.

—Xiao Zhen —susurró.

—A mí no me gusta romper las normas, gege.

Una clara indirecta que decía más que escondía. Desesperado, Liú Tian lo tomó del brazo para que no cruzase el umbral. Sus labios rozaban la oreja de Xiao Zhen al hablar. Porque Liú Tian no se había imaginado su reacción. Él vio la mirada de Xiao Zhen cuando observó su cuello desnudo.

—Las normas están hechas para romperse —replicó bajito.

Xiao Zhen se aportó con un estremecimiento.

—Pero a mí no me interesa romperlas.

Liú Tian se quedó lo que pareció una eternidad con los músculos congelados, mientras Xiao Zhen finalmente lo apartaba del todo y se marchaba del salón. Sus piernas estaban torpes y sus músculos contraídos cuando salió corriendo detrás de él para alcanzarlo. Tropezó en los peldaños en su apuro.

—¡Xiao Zhen! —lo llamó, su chaqueta larga revoloteaba entre sus piernas por la fuerte ventisca de invierno que lo atacó al salir del edificio.

Lo alcanzó cerca de las canchas de basquetbol donde Liú Tian con tanto descaro le había preguntado si quería estudiar anatomía con su cuerpo. Lo sujetó del brazo para detenerlo.

Gege, voy atrasado a mi clase —informó Xiao Zhen molesto.

Con los ojos enormes, Liú Tian recorrió el rostro del chico sin ser capaz de leer alguna emoción en él.

—Entonces, ¿nosotros estamos bien? —susurró, un murmullo que sonaba patético y desesperado, un tanto quebrado y angustiado.

—Lo que tú digas, gege.

Pero claro que las cosas entre ellos no estaban bien y no lo estarían por mucho tiempo.

Pero claro que las cosas entre ellos no estaban bien y no lo estarían por mucho tiempo

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Esta historia me está volviendo loca.

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora