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Enero, 1979.

Liú Tian no se sentía así de miserable desde que entró en pánico al descubrir que, por sus preferencias sexuales, podría terminar de espaldas a un pelotón de fusilamiento observando un murallón manchado en sangre a la espera de la orden que apagaría por siempre su vida.

Y por eso, mientras la copia entintada sonreía y tomaba de la mano a su novia, su décalcomanie agonizaba de dolor por tener que seguir escondiéndose, porque era un sentimiento real e intenso y le suplicaba insistir en algo que parecía muerto.

Por eso, aquel miércoles helado pasó a la casa de Emma y se fueron juntos a la universidad. La unión de sus manos se sentía molesta y exasperante, la ansiedad carcomiéndole los músculos. La palma le transpiraba y ella era mucho más bajita que él. Y era suave, ¿por qué era suave y blandita? Blanda, porque claro que sentía esa suavidad contra su pecho cuando se abrazaban. Y, cào, ¿por qué sus labios sabían a manzana? Y además apenas le abría la boca al besarse, ni la lengua podía meterle. Aunque tampoco digamos que Liú Tian quisiese meterle algo.

Y es que Emma era preciosa y un amor de chica, pero era justamente eso: una chica. Y Liú Tian le encantaban los hombres. Más específico: Xiao Zhen. El mismo que, en ese instante, lo estaba observando desde el otro lado de la multitud.

La unión de su mano junto a la de Emma se sintió más áspera y exasperante que nunca, como una cadena que lo condenaba a vivir encerrado en una jaula. La soltó de manera involuntaria, sus dedos estirándose y apretándose mientras un cosquilleo comenzaba en su espalda. Sentía que sus pulmones pesaban pero no podía apartar la mirada de Xiao Zhen.

—¿Tian? —preguntó su novia.

Liú Tian alzó el brazo para saludarlo.

Xiao Zhen se volteó.

Cerró su mano en un puño, su novia volvía a hablarle.

—¿Tian, estás bien?

Nada estaba bien.

Horas más tarde mientras jugaba a encestar la pelota en la cancha de baloncesto, lo vio aparecer por el rabillo del ojo. Tomó asiento en las gradas y sacó un cuaderno. ¿Qué hacía ahí? Ambos sabían que aquel territorio le pertenecía a Liú Tian. Lo observó con las cejas alzadas, cuestionándolo. Porque si estaba ahí, era por algo, por supuesto que debía ser por algo. Y Liú Tian cayó como el idiota que era, ilusionándose con ese corazón suyo que volvía a la vida en ese latir enloquecido.

Hizo rebotar la pelota al costado de sus piernas. Se le acercó con paso vacilante.

—¿Otra vez dibujándome para tu clase de anatomía, Xiao Zhen? —intentó bromear.

El grafito quedó colgando de los dedos de Xiao Zhen al alzar la vista hacia él. Así que iba a fingir que no lo había visto en la cancha.

—Ah, hola, gege.

¿Un «ah, hola, gege» tras no haberse visto en tres semanas? Nunca le había dolido tanto un rechazo, el puñal debía salir de su pecho. Su pobre, pobre iluso corazón. Aun así, intentó continuar con una conversación muerta desde el inicio.

—¿Cómo te fue en las fiestas?

Xiao Zhen volvió a meter el cuaderno en el bolso. ¿Se iba? ¿Ni siquiera iba a responderle?

—Bien, gege. —Una pausa eterna. Hizo rebotar la pelota para hacer algo mientras esperaba que siguiese—. Solo somos mi papá y yo así que...

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora