1: 9

25.4K 5.3K 2.2K
                                    

9

Diciembre, 1978.

—Mira, no me simpatizas.

Xiao Zhen, que había estado dejando sus cosas sobre el escritorio al llegar diez minutos antes de que comenzase su clase de Anatomía I, pestañeó sin entender hacia su compañero de banco. No había visto a Luan desde hace unos días debido a una gripe. Su voz todavía se oía gangosa y la nariz la tenía irritada. Xiao Zhen no podía tomarse demasiado en serio su comentario cuando se escuchaba como una caricatura infantil.

Cruzados de brazos sobre su delgado pecho, Luan esperó una reacción por parte de él.

—Está bien —respondió Xiao Zhen al final.

—¿No vas a decir nada más que eso? —Luan parecía incrédulo.

—¿Debería?

Otro instante de silencio en la que ambos limitaron a observarse. Luan fruncía los labios como si algo le supiese mal en la boca.

—Pero hay algo que odio más que a ti.

—Pensé que solo no te simpatizaba.

—Pequeñeces del idioma —le restó importancia—. El punto es que odio deberle favores a la gente que no me simpatiza y lastimosamente, eso sucede contigo.

—¿Conmigo?

Luan contempló su frente como si se estuviese cuestionando si ahí habitaba o no un cerebro. Claro que había uno, solo que uno enormemente introvertido que colapsaba si alguien le hablaba y más si eran personas con personalidades fuertes como las de Luan y Liú Tian: ambos con una habilidad increíble para ser descarados, uno para decirle lo mucho que le disgustaba su presencia y el otro... con Liú Tian era todo un poco más complicado, porque todavía no lograba entender si efectivamente le simpatizaba o si solo se estaba burlando de él de una forma mucho más cruel que la de Luan.

—¿Estoy hablando contigo, Zhen, o con la pared?

Xiao Zhen sonrió con mucha inocencia.

—No lo sé, una vez te vi borracho discutiendo con un árbol a las dos de la tarde en los jardines de ciencia. Por cierto, ¿quién es ese André del que te quejabas?

Las mejillas de Luan tomaron una coloración tan enrojecida, que incluso Xiao Zhen se asustó de haberle probado un corte circuito.

Tosiendo para buscar su voz, Luan forzó una sonrisa que se veía deforme y asustaba tremendamente. Tenía una dentadura muy bonita, una de sus paletas sobresalía un poco.

—El punto es que te debo un favor por prestarme tu cuaderno —continuó Luan— y noté que no tienes amigos. Aunque eso no me extraña, la verdad.

—¿Me estás invitando a algo o burlándote de mí?

—Las dos cosas, obvio.

Xiao Zhen le pidió paciencia al cielo y tomó asiento en su silla, la clase a nada de comenzar.

—Gracias, pero no gracias.

Luan también se sentó y sacó de su bolso dos cuadernos.

—¿Dije que podías negarte? Además, no es como si yo fuese feliz invitándote.

—El español es mi idioma natal pero no te estoy entendiendo ahora mismo.

—Solo ve a las malditas puertas de la entrada. Mañana a las cinco. No te atrases. Estará un grupo de amigos, así que sé un ser humano decente.

Era una ironía que aquello se lo estuviese diciendo la persona más cuestionable que Xiao Zhen había conocido en la vida. No entendía cómo Liú Tian podía ser su amigo.

Iba a comentar algo al respecto, pero fue interrumpido por el propio Luan que le entregaba su cuaderno de Anatomía I que le había prestado. Estaba completo, notó Xiao Zhen abriéndolo en la última hoja donde había escrito. Se sorprendió al verla tan limpia como se la entregó.

Sonriendo feliz, pasó la página. Lo recibió lo que parecía un sol asomado desde la punta de la hoja.

—Es desde otro punto de vista artístico —explicó Luan riéndose.

Xiao Zhen arrancó la hoja encontrándose con ese mismo dibujo en la otra punta.

—Eres realmente un idiota insoportable —dijo Xiao Zhen—. ¿No te aburres de la misma broma?

—El único insoportable eres tú.

Insoportable.

Xiao Zhen se quedó pensando en esa palabra lo que restó de día.

Insoportable.

Su padre había dado portazos enojados tras encontrar a su madre y a él hablando en mandarín cuando solo era un niño.

—Ese idioma insoportable —había dicho con mal humor—, no quiero escucharlo aquí. No le enseñes ese tipo de cosas inútiles al niño.

Porque Xiao Zhen por mucho tiempo solo fue el «niño» para su padre. Pero cuando él no estaba y se quedaba a solas con su madre para alimentar los peces koi en el estanque que tenían en el jardín, ella siempre lo llamaba por ese nombre que era solo de ambos.

—Xiao Zhen, ¿te conté alguna vez la leyenda de los peces koi?

Y a pesar de que Xiao Zhen la había oído una veintena de veces, siempre respondía lo mismo.

—No, māmā.

Con la entonación suave y cantaría del mandarín, una vez más su madre le contaría aquella historia donde a los peces koi se le había dado la misión de desafiar el cauce de un río para conquistar una cascada dominada por los demonios. El único pez koi que lo logró, se convirtió en dragón.

—Los peces koi significan constancia y positivismo en nuestra cultura, Xiao Zhen —terminaría de contar mientras le acariciaba el cabello—. Recuérdalo siempre.

Recuérdalo, pensaba esa noche Xiao Zhen tocándose sobre el codo izquierdo donde se encontraba ese pequeño grabado oculto siempre por una cinta y una gasa. A sus pies había un estanque seco. Era el mismo estanque de hace años solo que los peces koi habían desaparecido al igual que su madre.

De ella solo le quedaba su nombre y los colores de su risa que empezaban a deslavarse de su memoria.

De ella solo le quedaba su nombre y los colores de su risa que empezaban a deslavarse de su memoria

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora