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Enero, 1979.

No era un lugar que a Xiao Zhen le gustase visitar. En su infancia, antes de partir a China con su mamá, solo pisó el regimiento que comandaba su padre dos veces en su vida. Nervioso y un tanto errático, bajó del automóvil con vidrios polarizados que había ido a buscarlo al hospital cuando el nombre de Xiao Zhen quedó registrado en la unidad de Urgencias.

Al estacionar fuera de aquel recinto que se ubicaba a las afueras de la ciudad, Xiao Zhen se bajó de la camioneta. El militar que lo recibió observaba el suelo con sumisión, el patio vacío a excepción de él.

—Su señor padre se encuentra esperándolo en la segunda puerta a la derecha.

Xiao Zhen emprendió camino sin responder, sus zapatos resonaban en el silencio del corredor. Abrazándose para recuperar el calor y con las costillas vendadas que apenas le permitían respirar, dobló a la derecha e ingresó a la oficina.

Su padre se encontraba esperándolo detrás del escritorio, ambas manos sobre la madera oscura. Su gorra estaba a un lado, su cabello moteado en canas perfectamente peinado. Era tan parecido a Xiao Zhen como a la vez distinto, iguales a excepción por los ojos; no obstante, la diferencia no solo radicaba en la forma de ellos, los del hijo más alargados que los del padre, sino que también en las emociones reflejadas en cada mirada.

Le hizo un gesto para que tomase asiento frente suyo. Xiao Zhen obedeció y se sentó con una mueca de dolor.

—Creo ser alguien comprensivo —comenzó su padre moviendo los labios solo lo necesario. Xiao Zhen no respondió porque cuando su padre hablaba, él solo podía escuchar—. Me pediste ir a la universidad y lo acepté a pesar de lo que opino de ellas. Luego me pediste no tener guardias y yo acepté a pesar de las circunstancias. Acepté ambas cosas porque tú me las pediste y fuimos claro en los límites.

Xiao Zhen tragó saliva y asintió, bajando su cabeza unos centímetros.

—Sí, papá —dijo.

—¿Qué sucedió hoy?

Xiao Zhen solo pudo mentirle.

Unos minutos más tardes, fue llevado frente al pelotón de fusilamiento que su padre comandaba. Todos se encontraban enfilados con sus uniformes perfectamente acomodados. Notó a los tres soldados que lo habían atacado hace solo unas horas.

Entonces, Xiao Zhen los señaló uno por uno.

Cuando regresaba a la seguridad de la furgoneta para dirigirse nuevamente al hospital, escuchó una ráfaga de balas siendo descargadas. Luego, el silencio sepulcral.

 Luego, el silencio sepulcral

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Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora