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Octubre, 1978.

Xiao Zhen se tocó la nuca comprobando de manera nerviosa el largo de su cabello. Inclinó la cabeza con suavidad cuando los oficiales pasaron por su lado con unas tijeras: observaban con detención la melena de los hombres buscando a aquellos intrépidos que la llevasen demasiado larga. Al percatarse de ellos, unas chicas se movieron con rapidez y disimulo para soltarle la basta a sus faldas y que así la tela cayese hasta sus rodillas. No obstante, solo una de ellas logró acomodar su ropa, la otra todavía mostraba parte de los muslos cuando el oficial frenó a su lado.

—Te vienes conmigo —le ordenaron.

La chica asintió como una autónoma, de igual forma pudo percibir sus hombros temblar. Xiao Zhen tocó la medalla que guardaba en el bolsillo de su pantalón y la sacó. La hizo rodar entre sus dedos. Observó a los oficiales que se llevaban a la muchacha. Dio un paso. Entonces los altavoces de su universidad, que estaba al otro lado de la calle, resonaron emitiendo el himno nacional.

De inmediato todo el mundo se detuvo en sus actividades. Tras vivir los últimos tres años lejos del país, Xiao Zhen se había desacostumbrado a esa rutina y tardó más que el resto en llevarse la mano derecha al corazón. Direccionó su vista hacia la bandera que empezaba a izarse en la entrada del complejo. La multitud guardó silencio hasta que la tela flameó en lo alto. Al minuto, la canción llegó a su fin y la gente continuó con su rutina.

Xiao Zhen comprobó la hora en su reloj: iba retrasado cinco minutos a su primera clase de Anatomía I. La primera para él, pero no para el resto de sus compañeros.

Con un nudo en la garganta, observó sus manos blancas y delgadas. En su dedo meñique tenía una pieza de joyería que tal vez era demasiado delicada para él. Su madre se la regaló unos días antes de morir, había sido su argolla de compromiso.

—Quiero que se la des a ella.

Y con ese ella, su madre se había referido a la mujer con la que Xiao Zhen se casaría. Pero su madre ya no podría asistir a su boda. Esa pieza de joyería era lo único que tendría de ella para el resto de su vida.

Cerró la mano en un puño.

¿Era egoísta de su parte que no quisiese entregárselo a nadie?

Cruzó la calle e ingresó a la universidad. Otra cosa que se le hacía extraña tras pasar los últimos años en China junto a su madre, era oír el español en todas partes y no la entonación armónica y musical del mandarín. Había incluso olvidado palabras completas, a pesar de que el español era su idioma natal.

Revisó una vez más el mapa que una secretaría le había dibujado de la universidad y continuó su camino. Subió de dos en dos los escalones al encontrar el edificio. Sobre la puerta del aula, un letrero.

Salón 4-A

En el centro de la habitación, con las manos presionadas sobre una hoja de papel, encontró un chico que parecía casi de su misma edad. Estaba sentado en un taburete con las piernas abiertas, pisando los zapatos por los talones y dejando al descubierto unos calcetines negros con lunares naranjos. Un delantal de cuero cubría su pantalón marrón de pana y una camisa blanca arremangaba. Su cuello estaba adornado con un pañuelo amarillo mal anudado y el cabello negro le cubría la mitad de las orejas.

Tras preguntar lo primero que pudo recodar, Xiao Zhen recibió como respuesta una sonrisa ladeada y unos dedos largos y delgados que apuntaban los caballetes con cuadros no terminados. Definitivamente nada de eso se asemejaba a un salón de anatomía. Y eso Xiao Zhen ya lo sabía, él había impartido un año de kinesiología en China.

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora