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Marzo, 1979.

Liú Tian ya no le hablaba ni lo buscaba, Xiao Zhen nunca se había sentido tan solo en su vida. Pero estaba bien, se decía. Él, después de todo, fue quien decidió alejarlo. Solo que nunca se imaginó que iba a extrañarlo así. Pero pasará, se repetía, aquello pasaría al igual que esos sentimientos que reprimía.

Ya pasaría, algún día pasaría.

No vio a Liú Tian por tantas semanas que casi se convirtió en un recuerdo agridulce de su pasado. Cuando finalmente se lo encontró la primera semana de marzo en el comedor, llevaba una bandeja y todavía cojeaba un poco. Se le quedó mirando para saludarlo, pero Liú Tian pasó por su lado como si nunca lo hubiese visto.

Como si no fuese importante.

Como si no lo conociese.

Como si se hubiese olvidado de él.

Y sintió como ese sentimiento de soledad, que se asentaba en él como una chaqueta asfixiante al ingresar a su casa, se volvía parte de sí mismo. Y en su afán por sentirse menos solo en esa universidad enorme donde todos parecían tener a alguien, comenzó a hablar con la bibliotecaria. Pasaba sus recesos en ese lugar y también se quedaba estudiando hasta tarde, porque su carrera universitaria era de las pocas cosas que pudo elegir. Se esforzó tanto en lo único que lo mantenía feliz que finalmente aprobó Anatomía I. Y que Luan siguiese siendo su compañero de curso en el segundo nivel de la materia, tal vez, lo animaba en algo. Pero solo en «algo», porque continuaba extrañando a Liú Tian como nunca se lo imaginó.

Intentó continuar con su vida lo mejor que pudo, recomponiendo su rutina destrozada por ese chico que siempre llevaba alguna mancha de pintura en la piel o ropa. Por eso, cuando la señora Beatriz le pidió el favor de cerrar la biblioteca ese jueves 8 de marzo, lo aceptó a pesar de que aquello significaría quedarse en la universidad hasta las diez de la noche.

Con las llaves pesando en su bolsillo, llegó a instalarse con sus cosas apenas el reloj marcó las nueve de la noche. La señora Beatriz le agradeció por lo menos tres veces mientras se colocaba el abrigo y partía corriendo a casa. Entonces, sacó su libro de Anatomía II y comenzó a leerlo con la mano apoyada en la mejilla porque se sentía el alma de la fiesta en ese momento.

A las nueve cincuenta ya se encontraba solo en la biblioteca. Fue hacia la puerta y giró el letrero para que quedase en «cerrado». Colocó el pestillo para que nadie más pudiese ingresar, luego guardó sus cosas y paseó por los pasillos para comprobar que nadie se hubiese quedado dormido en algún banco.

Nada en el primer nivel.

Subió hasta el segundo. Y al llegar a la última estantería, divisó un zapato mal colocado visible entre las filas de libros.

El estómago se le hizo un nudo y la piel comenzó a picarle. Tragando saliva, avanzó con el ruido de sus pasos aplacados por la mullida alfombra. Apoyado contra la pared y las piernas estiradas frente a él, se encontró a Liú Tian leyendo un libro con las gafas en la punta de la nariz. No tuvo que llamarlo, su mirada en él incluso antes de que se detuviese a unos metros.

—Hola —dijo Xiao Zhen con voz suave.

En respuesta, las cejas del chico se alzaron y posicionó los lentes sobre su cabeza. Cerró el libro con un golpe seco.

—Ah, hola, Charles —dijo sin ánimo.

Ya no era Xiao Zhen ni mucho menos Carlitos, solo Charles.

Charles, tal cual lo llamaba su papá.

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora