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Marzo, 1979.

Siempre creyó que su abuelo sabía su secreto. La primera vez que lo sospechó, tenía quince años y Liú Tian había sido sorprendido por su abuelo mirando a un chico que trabajaba sin camiseta en el campo. Se había sonrojado y tartamudeado tanto, que su abuelo se había terminado riendo de él y acariciándole la cabeza. A los dieciséis, su abuelo le había llevado el periódico solo porque se había publicado una entrevista traducida al actor Alain Delon. Su razón, en sus inicios muy inocente.

—¿No es tu actor favorito? Fuiste a ver su última película al cine cinco veces.

Precisamente no era su actor favorito por sus personajes icónicos, más bien era el actor de sus fantasías sexuales desde hace meses. La cantidad de veces que se había masturbado pensando en él, era francamente humillante.

Consideró que todos aquellos eventos eran mera casualidad, hasta que, a los diecisiete años, llegó de la escuela con el labio hinchado y una comunicación del director solicitando la presencia de su apoderado a la siguiente mañana. Esa noche, su abuelo lo fue a ver a su cuarto y se lo encontró llorando.

—Puedo ir yo, ni tus padres ni tu abuela lo entenderían.

De alguna forma, su abuelo había comprendido que, ese golpe en su rostro, no se lo habían propinado los buscapleitos de su escuela. Se lo había dado el chico con el que salía en secreto, solo porque se atrevió a preguntarle cuánto le gustaba ser besado por otro hombre.

Nunca supo qué conversó el director de su escuela con su abuelo, pero alguna sospecha debió haberle dado porque, a la otra mañana, su abuelo regresó a verlo a su cuarto.

—Debes tener más cuidado —le pidió.

Como Liú Tian no sabía si se refería a los ficticios matones que le dieron una golpiza o a algo más, se encogió de hombros y dio una respuesta general.

—No voy a esconderme, .

—Pero podría ocurrirte lo mismo.

—No todos son iguales.

Pero lo eran. Al final, todos eran iguales: unos ciegos que no querían ver su propia realidad.

Y Xiao Zhen parecía no ser la excepción.

No, no lo es, pensó con pesimismo dejando el libro a su lado. Llevaba horas escondido en ese rincón de la biblioteca donde se habían besado esperando que Xiao Zhen fuese a verlo. Eso lo hizo sentirse todavía más patético, como cuando continuó viéndose a escondidas con el mismo chico que lo había golpeado días antes.

No era más que un pobre patético necesitado por amor.

No era más que...

Sus pensamientos murieron de golpe al notar que alguien se arrodillaba frente suyo.

—Carlitos —susurró, quitándose los lentes de lectura—, ¿qué haces aquí?

No le dio tiempo para reaccionar. Todavía lo observaba con expresión sorprendida cuando recibió un beso fugaz en los labios. Se alejó de Xiao Zhen con tanta brusquedad que se golpeó la parte posterior de la cabeza.

—Ten cuidado, gege —le pidió Xiao Zhen acariciándole justo el punto que latía por el golpe.

Apartó su mano de él.

Comprobó los alrededores con pánico.

Estaban solos.

—¡Alguien podría haberte visto! —exclamó asustado.

Pero Xiao Zhen no se veía preocupado.

—Me aseguré de que no hubiese nadie. No soy tonto, gege.

Asintió como si entendiese. Pero no lo hacía. Había llorado durante el fin de semana pensando que Xiao Zhen lo odiaba, ¿y ahora estaba ahí y lo besaba?

—¿Qué haces?

—¿No es claro? — Le apartó los mechones que se colaban por su frente.

Empequeñeció la mirada.

—¿Por qué me besaste? Creí que...

—Tian —lo interrumpió Xiao Zhen con cariño, las cejas de Liú Tian se alzaron en el aire—, no quiero una vida sin ti.

—Carlitos...

Y mientras continuaba desorientado pestañeando hacia él, Xiao Zhen tomó asiento a su lado y apoyó la cabeza en su hombro solo un segundo antes de volver a ganar distancia entre ambos.

—Todavía tienes que terminar mi mural, gege.

Liú Tian tragó saliva.

—No me ilusiones, por favor —pidió.

—Lo sé.

—Porque lo que pasó el fin de semana, puede volver a ocurrir.

—Lo sé, gege.

—Y podría destruir tu vida.

Gege —lo detuvo. Como Liú Tian no apartaba la vista del corredor frente suyo, Xiao Zhen le hizo cosquillas en la muñeca—. Todo eso ya lo sé.

—¿Y aun así...?

—Sí.

—Entonces...

—Quiero estar contigo.

Liú Tian jadeó en sorpresa, luego tomó una inspiración larga y le regresó la caricia en el brazo a Xiao Zhen.

—Un buen artista jamás deja un cuadro sin terminar. — Liú Tian se volteó a mirarlo con una sonrisa que le cubría la mitad del rostro—. Y yo tampoco quiero una vida sin ti, Charlitos.

Apoyó la cabeza en el hombro de Xiao Zhen y volvió a agarrar el libro que estuvo leyendo.

No todos eran iguales.

No todos eran iguales

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Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora