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Octubre, 1978.

La decalcomanía es una técnica pictórica que consiste en verter tinta en una hoja, para luego doblarla por la mitad y con ello imprimir los colores de un lado en la otra parte. Es curioso, pensaba Liú Tian mientras vertía gotitas azules sobre la hoja, cómo una copia que debía ser exactamente igual con esa técnica lograba tener pequeños detalles que le permitían diferenciar siempre la calcomanía de la decalcomanía.

Cuál es la copia, se dijo doblando por la mitad la hoja, y cuál es la original. Era casi una representación de sí mismo. Mientras su decalcomanía se afirmaba la barbilla observando a los chicos pasear, la calcomanía era quien le sonreía a su novia y le respondía el beso con los labios cerrados. Porque cuando se era gay en el año 1978, solo tocaba encubrir el verdadero yo y ser la copia de la hoja entintada.

Aunque...

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando la puerta del aula se abrió. Dejando la hoja doblada a un costado, Liú Tian se giró en el taburete para encontrarse a un chico de no más de veinte años apoyado en el marco de la puerta. Su cabello era oscuro y estaba desordenado por la corrida maratónica, que lo tenía jadeando y transpirando a unos metros. Y al alzar la vista para encontrarse con la suya, Liú Tian pudo apreciar unos ojos que finalizaban en punta. Con posibilidad era el hijo de un migrante asiático al igual que Liú Tian.

Los ojos oscuros del chico recorrieron el aula, sus cejas escondidas bajo el flequillo liso que le caía por la frente.

—¿Aquí se imparte Anatomía I?

Liú Tian apuntó los caballetes con cuadros no terminados y después así mismo con un delantal de cuero que cubría su vestimenta.

—Creo que no —se burló apoyando el codo en una mesa ubicada a un lado. Tuvo que contener la sonrisa cuando lo observó comprobar el salón con expresión desorientada.

—Me equivoqué.

—Así veo.

Hubo una pausa que Liú Tian aprovechó para secar con una hoja la punta del pincel.

—Soy Xiao Zhen —se presentó por fin el chico.

Xiao Zhen, debía tener ascendencia china. A mediados de los años cuarenta y cincuenta, había surgido un gran movimiento migratorio que llevó a que decenas de familias chinas abandonasen su país natal para mudarse al otro lado del mundo. La comunidad de migrantes chinos era bastante numerosa en aquella ciudad, la propia familia de Liú Tian llevaba asentada ya unas dos décadas ahí.

—Yo soy Liú Tian, gracias por preguntar.

Percibió la sorpresa por parte de Xiao Zhen. El chico recién pareció notar que ambos compartían aquellos ojos que se alargaban en las esquinas.

—Nǐ...

—Sí, soy pero no —lo cortó Liú Tian cuando captó la entonación armónica y musical del mandarín en la boca de Xiao Zhen—. Nací aquí... bueno, aquí, aquí, no, claramente. La verdad es que no soy de esta ciudad, solo estoy acá por estudios. Pero sí, lo soy. Toda mi familia se vino de China hace unos veinte años. —Al percatarse que Xiao Zhen iba a decir algo, lo detuvo en seco—. Te aviso que solo hablo español, pero entiendo conversaciones básicas en mandarín. Como, por ejemplo, soy un experto en traducir peleas. Mi abuela y mi mamá siempre discuten en mandarín. Soy experto en pelear pero pésimo en conversaciones románticas, así que lamento romper tus esperanzas en menos de diez segundos... en el caso de que las tuvieses, claro. —Liú tomó aire—. Lo siento, hablo mucho. Mi abuelo siempre me lo dice.

—No, no... —La cintura de Xiao Zhen se dobló en dos pidiéndole disculpas—. Lo siento, lo siento...

Hubo un instante de duda.

Gege* —le ayudó Liú Tian—. O eso supongo ya que preguntaste por Anatomía I.

Xiao Zhen se sonrojó y volvió a inclinar la cabeza en respeto.

—No eres decepcionante, gege.

Hace mucho tiempo que nadie llamaba a Liú Tian con ese honorífico. Casi sonaba extraño ese cariño «gege», que se formaba con una «ge» aunque se pronunciaba como una «gu».

Es lindo, pensó. Cruzó las piernas, se acomodó el pañuelo en el cuello.

—Gracias —finalmente respondió Liú Tian.

Sus miradas se encontraron un único segundo. Xiao Zhen se sonrojó todavía más.

—Yo... lo siento mucho, debo marcharme, gege —continuó el chico con aire nervioso—. Lo siento, voy retrasado a clases.

Tian le sonrió llevando un mechón de su cabello detrás de la oreja. Mordió la punta del pincel.

—Adiós, Xiao Zhen.

Liú Tian alcanzó a inclinar la cabeza en despedida antes de que la puerta se cerrase y quedase otra vez solo con sus pensamientos. A lo lejos pudo oír los pasos apresurados de Xiao Zhen por el pasillo y el deslizamiento de sus zapatos contra la cerámica.

Todavía le daba vueltas al encuentro cuando la puerta se abrió y por ella apareció una chica alta y delgada. Era Irina.

—Hoy a las seis en el centro comercial ubicado en la gran alameda —avisó.

Se disponía a marcharse con la misma rapidez que entró cuando Liú Tian la interrumpió.

—Oye, Irina.

—¿Sí? —contestó ella con la mano todavía en la puerta, parecía dispuesta a irse apenas pudiese.

—La información que nos diste el otro día, ¿qué tan fidedigna es?

—Mucho, ¿por qué?

Liú Tian hizo un trazado morado en el cuadro que intentaba terminar hace días.

—Porque creo haberlo conocido hoy.

Las cejas de Irina se alzaron tanto que desaparecieron bajo su flequillo crespo.

—¿Es una de tus bromas, Tían? Porque no estoy de humor.

—No es una broma.

—¿Qué tan seguro estás de eso?

—Podría estarlo más.

La chica se apresuró en asentir.

—Entonces confírmalo, Tian.

—No era necesaria la orden. —Antes que se marchará, Tian continuó—. Irina, no se lo digas a nadie.

—No soy tan idiota.

Tras aquello, cerró la puerta tras ella.

Una vez solo, Liú Tian dejó su pincel a un lado para despegar la hoja donde el color azul se había calcado casi con exactitud en la otra mitad. Casi, porque Liú Tian siempre lograba distinguir la copia de la original.

Una sonrisa se dibujó en su boca.

Tal vez, solo tal vez, Xiao Zhen fuese una copia entintada al igual que el propio Liú Tian.

Tal vez, solo tal vez, Xiao Zhen fuese una copia entintada al igual que el propio Liú Tian

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*Honorífico chino utilizado de alguien menor a un joven mayor.

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora