1: 34

23.2K 5.1K 1.1K
                                    

34

Febrero, 1979.

No parecía estar demasiado feliz con la noticia. Paseándose con las manos anudadas tras su espalda delgada, Irina escuchaba sin mucha paciencia las mentiras torpes de Liú Tian. Intentaba explicarle, con una historia ficticia que hiló de manera apresurada en su cabeza, a qué se debía su cojera y el dolor que lo hacía rechinar los dientes al moverse. Entre ellos y sobre la mesa, había un par de cervezas. Ambos se encontraban en un abarrotado local universitario ese lunes. Ellos no regulaban juntarse esos días, pero como Liú Tian había faltado a la reunión del sábado por estar herido física y sentimentalmente, Irina había hecho aparición en una de sus clases para hablar con él.

Ella no había ido a comprobarlo porque se encontrase preocupada por Liú Tian. Ellos no eran amigos, tal vez con suerte conocidos. Pero ambos eran parte de la organización, ese club pequeño y casi sin poder e influencia compuestos por ciudadanos que se oponían a la dictadura y buscaban un cambio. Y que uno de sus miembros se hubiese ausentado a una reunión, cuando hace poco había sido agredido por militares en la entrada de la universidad, era preocupante, era arriesgado, era principalmente sospechoso. E Irina, que encabezaba ese movimiento estudiantil, tenía el deber de averiguar qué estaba ocurriendo con Liú Tian.

—Solo dímelo, ¿estás en peligro? —ella insistió.

Liú Tian jugó con la botella.

—Ya te lo conté todo —respondió con un suspiro cansino—, solo me tropecé con unos militares el viernes saliendo de una fiesta.

—¿Te los encontraste de la misma forma que te topaste a ese grupo que te agredió afuera de la universidad? ¿No crees que te han sucedido demasiados «encuentros» para que siga siendo una mera casualidad?

—¿Qué intentas decir, Irina?

—Que te están vigilando.

Tian tragó saliva. No por primera vez él también se lo preguntó. Pero sabía que, si se lo reconocía, sería de inmediato sacado de la oposición. Y ese grupo mal organizado, que lanzaba papeles y pintaba murallas en protestas, que ahora había logrado adentrarse en el grupo de la oposición y por fin ser parte del cambio, era lo único que le quedaba a Liú Tian. Él no podía rendirse así de fácilmente, no cuando su pierna y costillas latían en dolor por ser perseguido como un animal solo por besar a un chico.

—Irina, solo mírame —pidió— y dime que no entiendes por qué me atacan.

Desconcertada, la chica recorrió su rostro con los ojos.

—No entiendo.

—Irina, siempre voy a destacar.

La chica se apartó un mechón de la frente.

—Lo siento, Tian, pero tendré que levantar este tema con los demás.

Al ponerse de pie para marcharse, Liú Tian logró afirmarla por la muñeca. Y aunque no pretendía verse así de patético y dolido, su voz raspó al hablar.

—No me hagas esto, por favor. Sabes la razón del porqué me metí en esto.

—Tian...

—Soy hijo de migrantes chinos, Irina. Siempre seré un enemigo y un forastero en este país a pesar de que nací aquí.

—Tian...

No obstante, él continuó.

—Mi padre fue golpeado hasta que no pudo mover la mitad de su cuerpo, ¿y todo eso por qué? Porque fue acusado de ser opositor solo por ser migrante. Necesito luchar por ellos.

Pero también por él mismo.

Porque estaba enamorado de un hombre y por ello siempre sería apaleado y tratado como un animal.

Por eso cuando Irina lo observó sin parecer convencida, a Liú Tian no le quedó más que mostrar su carta más sucia.

—Si me sacas, dejaré de filtrarte información.

Horas más tarde, Liú Tian caminaba con cuidado y dificultad por aquel barrio pintado en rojo y dorado. Él no regulaba visitar el barrio chino, solo asistía cuando necesitaba abastecerse de comida asiática. Lo cierto es que le daba vergüenza ir. Liú Tian no conocía muchas palabras en mandarín y cantonés y se sentía como un turista entre esas personas que se asemejaban tanto a él y a la vez no. Pero lo cierto es que siempre se sentía como un forastero. Tenía un pie en cada nación y en ninguna sentía que calzaba demasiado bien.

Esquivó con torpeza a una familia que acomodaba su farol en la vereda preparándolo para encenderlo. Ese día en el barrio chino se celebraba el Festival de las Linternas, que se llevaba a cabo quince días después del primer día del nuevo calendario lunar. En el año 1979 había caído un lunes 12 de febrero.

Hacía frío, los termómetros rozaban los cero grados. Ya había anochecido, el cielo oscuro siendo iluminado por las miles de linternas de papel que estaban siendo alistadas para ser lanzadas. Llevaba las manos metidas en el abrigo para juntar calor. Sus costillas y pantorrilla todavía punzaban en ese recuerdo latente de la peor noche de su vida.

Cuando el primer farol fue lanzado y se elevó en el cielo perdiéndose en la distancia hasta ser solo un punto naranjo en el negro, Liú Tian se preguntó si su familia estaría lanzando su propia linterna.

Su mirada quedó tanto tiempo pendiente de aquella linterna, que apenas notó cuando las restantes fueron soltadas y tiñeron por un instante la noche de naranja. Al bajar la vista, se fijó en un chico que se ubicaba al otro lado de la calle. Llevaba una chaqueta de mezclilla que no debía abrigarlo mucho, se notaba su piel sonrojada por el frío a pesar de la distancia.

Era Xiao Zhen.

Un desfile completo de bailarines, que le daban vida a un dragón chino que cargaban sobre sus cabezas y hombros, pasó entre ellos. La calle se tiñó de rojo y de cantos animados.

Cuando el espectáculo avanzó y quedaron solo los espectadores recogiendo sus cosas para marcharse a casa, Liú Tian volvió a mirar hacia la otra vereda.

Y a pesar de que Xiao Zhen ya había desaparecido, Tian lo dijo.

—Lo siento.

—Lo siento

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora