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Abril, 1979.

Tenía la manía de morder la punta de los pinceles cuando en su mente proyectaba algún cuadro que estaba pintando. Intentaba, de esa forma, imaginar si la gama de colores que iba a implementar coordinaría con los ya usados. También tendía a pasarse los dedos sucios por la barbilla y mejillas, demasiado concentrado y ensimismado para percatarse del desastre en el que se convertía. Por eso, al captar la risa suave de Xiao Zhen, alzó las cejas hacia él sin entender.

Con una venda en las manos, Xiao Zhen ocupada el asiento a su lado. Últimamente hacían mucho eso, desde que Luan y él se habían peleado, Xiao Zhen pasaba casi todo su tiempo libre con él. Algunas veces, como esa misma tarde, solo se limitaban a estar en el mismo espacio mientras cada uno se concentraba en sus cosas, mayoritariamente Liú Tian pintando y Xiao Zhen leyendo sus libros monstruosos y, a opinión de Liú Tian, para nada interesantes. Sin embargo, ese día jugaba con una venda que anudaba y desanudaba en su propio tobillo.

—¿Qué pasa? —quiso saber.

Xiao Zhen comprobó la entrada de la sala de artes y le tocó la mejilla.

—Estás manchado con pintura, gege —le dijo.

—No hay nada que no se vaya con una buena ducha —dijo Liú Tian, dejando el pincel a un lado—. Si estás muy aburrido, bebé, puedes irte. No tienes que estar siempre conmigo, solo estoy enojado con Luan, no es que esté realmente muerto.

El chico se encogió de hombros y volvió a doblar su pierna izquierda sobre la derecha para así alcanzar su tobillo vendado.

—No importa, me sirve para practicar —le restó importancia.

Liú Tian lo obligó a bajar su pierna y la reemplazó con la suya. Al percatarse que sus calcetines de rombos se asomaban, se apresuró en quitárselos.

—Son de mi abuelo —contó Liú Tian algo avergonzado— o de mi hermano. Los míos, por una extraña razón, siempre se pierden. Así que se los robo a ellos cuando voy a visitar a mi familia.

Xiao Zhen lo escaneó con la mirada.

—¿Tu ropa también es de tu abuelo?

Se palpó su camisa estirándola sobre el pecho, luego alzó una ceja hacia Xiao Zhen.

—Bueno, sí, ¿por qué? Si no te gusta, pues mala suerte. Me tienes que querer con mis defectos.

—Solo preguntaba —lo tranquilizó Xiao Zhen palpando su pantorrilla sobre la tela—, no dije que no me gustase.

—Cuando mi abuelo se vino de China, estaba decidido a vestirse como en este lado del mundo. Gastó sus pocos ahorros en ropa. Le gustaba mucho, pero subió de peso y hace años que ya no le queda nada. Así que la heredé. Y me gusta. Mucho. Así que no te atrevas a decirme que me visto como un señor, Charleston, porque es verdad. Ahora, dime que soy guapo o no te permitiré que me sigas tocando la pierna.

Xiao Zhen sonreía mientras continuaba masajeando el músculo por sobre la ropa.

—Eres un señor muy guapo.

—Lo tomo, pero me ofende muchísimo.

Asintió con la dignidad recuperada. Hizo un gesto con la mano para que el chico continuase.

—En fin, Carlitos, ¿qué hacías hace un rato?

—Practicaba.

Movió su pierna.

—Siempre puedes practicar con tu novio.

Las orejas de Xiao Zhen tomaron una coloración roja.

—¿Eso mismo le dices a Emma?

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora