5-Dana y ... - En la cuerda floja sobre el abismo

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El paso por las montañas fue angustioso, mucho más de lo que Lis podría haber llegado siquiera a sospechar. En ocasiones la nieve la cegó completamente y a punto estuvo de despeñarse montaña abajo varias veces. También hacía frío, tanto frío que para cuando lograron atravesar las cumbres y llegar a un nuevo valle, tiritaba, tenía las articulaciones agarrotadas por la baja temperatura y los dedos de manos y pies de un color azulado que no presagiaba nada bueno.

Con pesadez se dejó caer sobre una roca al lado del riachuelo que atravesaba el valle. Más al norte el terreno presentaba pocas elevaciones y constituía una extensión de terreno estepario salpicado por pequeñas charcas hasta donde llegaba la vista.

Sintió vértigo. No había salido del Valle de los lobos excepto en ocasiones que se contaban con los dedos de la mano, con su madre a la ciudad más cercana a comprar artilugios que no podían encontrar en el pequeño pueblo del valle. Y ahora, sin ir más lejos, se estaba embarcando en un viaje a lo desconocido acompañada de una niña y un mago negro.

Ellos llegaron en ese momento, y se sentaron  en frente suya.

Lis sacó un cuenco de su bolsa de viaje y lo amplificó con un hechizo hasta que consiguió el tamaño de una olla. Después la llenó  con agua del río y creó con su magia una pequeña hoguera donde la puso a calentar.

Había utilizado un hechizo natural para reactivar la circulación en los dedos pero el agua caliente también les sería de gran ayuda. Lis esperaba que con todo eso, consiguieran por fin, perder ese color azulado. De lo contrario y si gangrenaban, habría que amputar. Dudaba de que la cosa fuese de tanta gravedad en su caso, pero le era imposible no recordar todos esos detalles que  su madre le había contado de sus peripecias y aventuras .

Salamandra, nunca había sido mujer de quedarse sentada en casa. Lis sabía que había visitado infinidad de lugares.

La bailarina del fuego le había contado su viaje a la cordillera de los enanos, al reino de los elfos, las riñas y peleas en las que había participado acompañada de tres mercenarios llamados Hugo, Oso y Eric. Un día, Lis le había preguntado qué la había llevado a convertirse en trotamundos.

Su madre había enrojecido hasta las orejas pero le había confesado que todas anécdotas habían surgido paralelamente a la búsqueda de su amigo Fenris. En esa parte, su padre, Jonás, había empezado a toser incómodamente y había cambiado de tema antes de que Lis pudiese preguntar por qué tenía su madre tanto interés en encontrar al elfo-lobo.

A pesar de la,  por supuesto, casual desinformación acerca de ese asunto, Lis sabía que algo debía de haber sucedido con el mago elfo porque la manera en que Salamandra lo trataba,   aún siendo amistosa y cordial, distaba bastante de la que lo hacía con Conrado u otros hombres.

En frente suya, Angie y Morderek la observaban hacer. La niña, afablemente y el joven, con expresión hostil.

Lis tenía bastante claro que al chico no le caía demasiado bien y que le hacía todavía menos gracia su presencia allí.

En cualquier caso, la aversión era mutua.

Cuando Lis creó finalmente la hoguera y puso el agua a calentar, el mago negro hizo una extraña mueca y rompió su mutismo:

—¿Cuándo piensas marcharte? —preguntó, molesto.

—No tengo intención de marcharme —replicó todo lo dignamente que pudo ella.

—Pues tampoco voy a dejar que nos sigas —le advirtió.

—¿Me lo vas a impedir? —preguntó Lis.

Morderek no respondió pero se volvió hacia Angie:

—Dijiste que lo negociaríamos tras cruzar las montañas —le recordó, rencoroso.

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora