1-Presentimiento - El hombre de gris

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A la mañana siguiente amaneció soleado.

Angie y Vanessa bajaron al pueblo donde se celebraba la feria en la  carreta de un vecino.

Por el camino, Vanessa charlaba animadamente con Rainius cuando el conductor del carro no les prestaba atención y Angie la observaba todavía con un nudo en el estómago. La extraña sensación que había percibido el día anterior no había disminuido.

Con todo, pronto se encontraron entre multitud de tenderetes.

Gente venida de lejos exhibía sus mercancías y las anunciaba a voz en grito.

Angie tuvo que concentrarse en no perder de vista a Vanessa, que encandilada por los aromas de las especias y la suavidad de las telas de más allá del mar comenzó a bailar entre los puestos.

Los vendedores se inclinaban hacia ella ofreciéndole objetos y ella los rechazaba con una cabezada agitando sus rizos castaños y con una dulce sonrisa.

Las ancianas que vendían conejos y gallinas la observaban encantada y admiraban la gracia y encanto de aquella jovencita morena que más que andar parecía bailar y flotar sobre el suelo.

Un enano de las montañas, con su barba grisácea y su porte orgulloso a pesar de la corta estatura le regaló una piedrecita de ámbar cuando la niña admiró con sinceridad la mercancía que exhibía.

-Es bonita. –repuso Angie cuando la joven acudió a enseñársela ilusionada.

-¿Te gusta? –preguntó ella con una gran sonrisa.

Angie volvió a asentir. Estaba acostumbrada a que su compañera recibiera obsequios al revés de ella. Vanessa tenía una gracia natural, era muy bonita y parecía un ángel aún vestida con harapos, mientras que Angie encajaba más en el papel de pícara o de niña de la calle.

-Pues si te gusta te la regalo. –dijo su amiga.

La joven trató de negarse pero Vanessa le cogió la muñeca y entre unas cuerdecillas de cuero cuidadosamente trenzadas para formar una pulsera, engarzó la piedra.

Angie la miró emocionada, aquella pulsera se la había hecho la propia Vanessa hace muchos años atrás al conocerse y constituía su recuerdo más preciado.

Iba a abrazarla pero entonces su compañera ladeó la cabeza:

-Es Rainius. – la informó. –Parece que ha encontrado un buen lugar.

Angie asintió, de mala gana.

No es que le tuviera tirria al fantasma porque era cierto que las llevaba ayudando varios años en su sustento, pero si era irritante pasar el rato con alguien a quien no podía ver. Ya que aunque, Vanessa tenía trato con otros fantasmas su relación con Rainius era la más estrecha y era raro el día que el espíritu no se dejaba caer por donde estuviera ella.

De manera que siguió   a su compañera entre la multitud.

Se situaron junto a un comerciante que vendía ropa ya elaborada, como blusas.

Una vez allí se repartieron los papeles.

Mientras Vanessa entretenía al vendedor por un lado y Rainius vigilaba por el otro a Angie le tocaba la parte sucia de esconder varias prendas en su bolsa.

La cosa marchó como lo esperado, al menos al principio, y Angie metió en su hatillo una blusa satinada de color azul sin ningún problema.

Ya iba a por la segunda prenda cuando le dio por comprobar la situación de sus compañeros, es decir, la de Vanessa porque era la única a la que podía percibir.

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora