5-Dana y... - Kin-Shannay

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Flop.

Una gota.

Flop.

Otra gota.

Flop.

Otra...

Al principio, cuando la habían traído a allí, había intentado enumerarlas como pasatiempo. No obstante, hacía mucho que el juego había perdido toda su gracia, si es que alguna vez la había tenido.

Aquella mañana, hacía ya un buen rato que había perdido la cuenta del número de gotas que, por la humedad, se deslizaban por el techo y barrotes hasta acabar, con un sonoro sonido, en un charco en el suelo. A pesar de todo, aquel goteo repetitivo tenía la propiedad de aislarla de aquel sitio.

Como una especie de movimiento hipnótico, le permitía evitar pensar... olvidar que se encontraba en una celda...

—Vanessa...

Ignorar las presencias no deseadas...

—Vanessa...

Incluso aquellas especialmente insistentes...

—Vanessa...

La niña parpadeó perdiendo la concentración.

—Vete.

La voz calló pero como adivinó, la joven, el ente incorpóreo seguía detrás suya a pocos metros, sin la menor intención de marcharse.

Había llegado hacía unos días, y a diferencia del resto de fantasmas del lugar, parecía increíblemente cabezota.

En un principio, se había mostrado curiosa ante el hecho de que conociese su nombre pero en seguida, había recordado las advertencias del mentalista que le había dicho que evitase el contacto con los espíritus de aquel lugar.

Sin embargo, el fantasma no había desistido y seguía importunándola con su presencia a pesar de sus intentos de ignorarla.

Y estos intentos cada vez eran más infructuosos.

Cuando había llegado a la celda, Vanessa contaba para evadirse el gotear, o el corretear de las ratas. La mayoría de las veces, le bastaba con cerrar los ojos para estar de nuevo en los prados de las montañas correteando entre risas con Angie, como si jamás hubiese sucedido aquel fatídico día en el mercado.

Sin embargo, a medida que el tiempo había ido pasando, en la penumbra subterránea, tras los barrotes y sin ver la luz del sol o poder discernir cuando acababa un día y comenzaba otro, su imaginación se había ido diluyendo. El verde de los prados había palidecido. Ya casi no recordaba cómo era el cielo azul y el recuerdo del rostro de su amiga se había ido deformando.

Vanessa podría haber situado de memoria, al principio, todas y cada una de las pecas de las mejillas de su compañera pero, ahora, le costaba casi recordar el sonido de su risa. En su mente sonaba ya muy lejana y hueca.

"Ella no está aquí" pensaba cuando salía de sus fantasías y ensoñaciones "No va a volver. No vendrá a buscarte". Se reprendía a sí misma, desalentada "Continuará con su vida, donde quiera que esté. No, Vanessa, Angie no volverá. Ni tampoco lo harán Bauluea, el pueblo, los prados y las montañas. Nuestras aventuras y correrías... todo se ha acabado. Me voy a pudrir en esta celda, oscura y fría y ni siquiera volveré a ver la luz del sol"

Los momentos en los que había sido plenamente consciente de esa realidad la habían hecho llorar a gritos, o patalear rabiosa el suelo de la celda. Nunca nadie había respondido ni al llanto o a la furia, y si le había llegado algún tipo de contestación había sido un gemido molesto desde otra celda lejana. Con el paso del tiempo, no obstante, la impotencia y la frustración acabaron dando lugar a la apatía y tristeza.

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora