3- Más sospechas y... - Una Rosa Para Una Reina.

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Nawin entró en su habitación.

Era noche cerrada pero la reina se había quedado en su despacho para atender cuestiones de estado y buscar soluciones a diversos problemas.

Cerró la puerta tras de si y deseó las buenas noches a los guardias que guardaban la entrada.

Una vez dentro, encendió un candelabro.

Pensó en tirarse directamente sobre la cama de dosel pero aparte que aquello estaría fuera de los modales de una reina primero debía archivar algunos papeles en su escritorio o los perdería sin remedio.

Lo usual, en otros reinos y en ese también, hasta su llegada a la corona, era limitarse a dejar recaer complicaciones y preocupaciones en consejeros y consejeros, mientras el monarca se limitaba a disfrutar de los placeres de la corte.

Nawin había rechazado esa opción hace mucho tiempo y se ocupaba de todo con la ayuda de un puñado de hombres de gran confianza. El pueblo se merecía un rey trabajador y, además, delegar poderes y obligaciones en otras personas a menudo era un aliciente para avivar conspiraciones por envidias de otros nobles, mayores ansias de poder…

Así pues, Nawin dejó los papeles con los que había trabajado aquella noche en un montón sobre el escritorio y echó un vistazo a la enorme torre de papel que tendría que abordar al día siguiente.

Encabezando el montón  había una petición de mano del duque de las brumas. Nawin la levantó con desgana para descubrir con desagrado más peticiones de mano de nobles pertenecientes a la casa del valle, la del bosque profundo y la de los álamos y de todas las casas habidas y por haber en aquel reino…

Suspiró. Quitando el hecho de que ya estaba en edad casadera cosa que algunos de sus consejeros le recordaban todos los días, la nobleza élfica parecía estar desesperada por unirse a la casa real y la acribillaban a peticiones de mano cada dos por tres. Ninguno parecía comprender que la reina no tenía interés en contraer matrimonio de momento y menos con alguno de aquellos individuos que no había visto en su vida, o con suerte,  únicamente en una fiesta de la corte, soltándole piropos zalameros y fingidos.

Con esfuerzo, Nawin pasó esos papeles al fondo del montón y colocó encima los asuntos económicos. Lo que fuera, con tal de posponer el momento de redactar más cartas rechazando peticiones.

Observó el montón complacida unos instantes.

Después, trató de hacer un hueco libre en su escritorio. Sin embargo, en la semioscuridad su mano tropezó con algo.

La retiró rápidamente y vio que se había pinchado y una gota de sangre salía de su dedo índice.

Acercó la vela para iluminar el lugar.

Sobre el escritorio alguien había colocado cuidadosamente una rosa roja sobre una nota. Si bien era una rosa un tanto extraña. Sus espinas eran negras y se retorcían tortuosamente como el tallo de la flor. Los pétalos eran de un rojo peculiar, del tono de la sangre.

Nawin la contempló inquieta.

La flor tenía una belleza trágica y atormentada, incluso funesta.

Con cuidado para no volver a pincharse y preguntándose quien la habría puesto ahí, cogió la nota que estaba debajo.

Era un papel blanco.

En él, con letra cursiva y elegante, alguien había escrito con tinta tan roja como la sangre, como la rosa que había dejado, cinco palabras:

“Esto es por vuestra culpa”

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora