4-Lamento de Lobos - Las Huellas de la Guerra

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—¿Por qué te fuiste?

Lis estaba apoyada en las almenas, al lado de Yairak. Contemplaban el paisaje del valle de los lobos. Aquel paisaje que Yairak llevaba casi dos años sin ver.

—Sabes la respuesta —dijo él con frialdad.

—Para encontrar a tu familia. —susurró Lis, se volvió hacia él para mirarlo: -pero ni siquiera te despediste. –añadió con amargura.

Yairak desvió la mirada, incómodo.

—Sabía que cuando me vieras iba a ser imposible ocultarte que tal vez no volviera nunca y  entonces no me hubieras dejado marchar —respondió casi con dureza.

Lis asintió para sí con una sonrisa amarga:

—¿Encontraste a tu familia al menos? —preguntó con frialdad.

—Sí —respondió secamente él. Pareció dudar antes un segundo pero después añadió—. Están muertos. Y los que no estaban muertos cuando los encontré ya han fallecido también.

Lis se giró bruscamente hacia él  para mirarlo, horrorizada:

—Yairak… yo… —tartamudeó.

—No me digas que lo sientes, por favor —la interrumpió él  con rabia clavando sus ojos húmedos en ella—Nunca fuiste capaz de entenderlo. Todos los que estamos aquí hemos tenido que elegir entre la magia y nuestra gente excepto tú. No sabes lo afortunada que eres.

Lis trató de retener las ganas de llorar. Intentó avanzar hacia él para consolarlo pero el muchacho retrocedió.

—Me echas en cara que no me haya preocupado por mantener el contacto con vosotros durante mi ausencia pero tú no has visto lo que yo vi —dijo amargamente—.  Mi tierra está sumida en la guerra. Las enfermedades y las epidemias diezman a la gente y a las cosechas. ¿Cómo crees que me sentí cuando llegué a la que era mi ciudad y descubrí que tan solo era un montón de escombros y edificios quemados? De mi casa no quedaba ni eso. —sonrió siniestramente— El fuego la redujo a cenizas. Pasé días deambulando en las montañas, evitando a los soldados que también tienen a hechiceros en sus filas cuando di con un grupo de rebeldes. Uno de ellos, era un chico de mi edad con el que jugaba de pequeño. Me reconoció y  lo primero que me dijo era que lo sentía por mí. Que mi padre y tres de mis cinco hermanos habían muerto en la guerra a lo largo de los seis años que pasé estudiando en la torre —dijo con tanta rabia y amargura que a Lis se le llenaron los ojos de lágrimas.

Desde el primer momento se había dado cuenta de que el amigo que había dejado la torre no era el mismo que había vuelto. Sus ojos antes brillantes e ilusionados tanto como su sonrisa ahora estaban repletos de oscuridad y rabia.

—La peor muerte, de todas formas, fue la de mi hermana pequeña, Yesha –continuó y su voz ya no estaba dominada por la rabia y la tristeza sino que sonaba fría e indiferente—. Cuando  las tropas llegaron a mi ciudad, mi madre escapó de noche con mis dos hermanos más pequeños a las montañas. Mi hermana decidió quedarse para esperar noticias de otro de nuestros hermanos que estaba al frente. Un soldado la encontró y la violó, después la torturó para saber la situación de los rebeldes, pero ella no habló así que —hizo una pequeña pausa—, la mató.

Cuando Lis parpadeó se dio cuenta de que estaba llorando y  no solo por la horrible muerte de la muchacha sino porque Yairak le había hablado muchísimas veces de Yesha, era su favorita, la adoraba, no quería ni saber cómo le habría afectado su muerte.

—Mi amigo me condujo a unas cuevas donde se ocultaba la mayoría de la población que aún sobrevivía en aquella región —prosiguió explicando el joven—. Encontré allí a mi madre y los dos hermanos que habían logrado sobrevivir… mi madre… —pareció pensárselo mejor y continuó—. Tuve que soportar que mis antiguos vecinos me echasen en cara haberme desentendido de mi familia y de la situación que allí se estaba viviendo.

—No podías haberlo sabido —trató de justificarlo Lis pero él no pareció ni escucharla y continuó hablando:

—Para sentirme menos culpable me uní con uno de mis dos hermanos a una de las guerrillas. Al principio fue bien. Durante unos meses nos dedicamos a asaltar los cargamentos de provisiones del ejército  y a atacar a los destacamentos de soldados en los desfiladeros para emprender la retirada rápidamente a las montañas, pero un día, nos acribillaron, cayó mi amigo y cayó también mi hermano. Desde entonces, me quedé en las cuevas cuidando de lo poco que quedaba de mi familia. Mi hermano y mi madre murieron de disentería hace un año. No pude curarlos.

Se quedó callado mirando al valle.

—Oh dios, Yairak, lo siento, lo siento tanto de haber sabido que… —masculló Lis.

—Pero ¿sabes qué fue lo peor? –susurró  entonces él y la falta de emoción en su tono le heló la sangre. Cuando se volvió a mirarla sus ojos negros estaban llenos de rencor: —En todo el tiempo que pasé con mi madre, ella no me reconoció ni una vez. Cuando la encontré, había perdido el juicio, pero sí reconocía a mi otro hermano. Y ahora —sonrió con amargura—, ahora, estoy totalmente solo.

Yairak la miró brevemente a los ojos y Lis se quedó congelada por la frialdad que emanaban.

El risueño muchacho que siempre tenía una sonrisa amistosa y un hombro para consolarla ya no existía. Los ojos negros, brillantes y juguetones como los de un cervatillo ahora eran insondables pozos de oscuridad y frialdad, una frialdad que también había congelado su rostro en la indiferencia y desapego que mostraba al hablar.

Yairak había madurado a la fuerza, se había roto en pedazos y se había vuelto a reconstruir y a Lis no le gustaba en quien se había convertido.

—Yairak —murmuró Lis—, no sabía nada de esto, te lo aseguro. Si lo hubiera sospechado por un segundo hubiera corrido a ayudarte al fin del mundo y estoy segura de que mi familia hubiera hecho lo mismo.

El joven esbozó un amago de sonrisa triste y por un momento Lis entrevió al niño que había sido antes, pero fue una impresión engañosa porque su voz sonó  monocorde y casi fría cuando volvió a hablar :

—Pequeña Lis —susurró casi para sí—, ¿alguna vez has matado a alguien?

Lis  no respondió. Tomó aire y se llenó de valor:

—Yairak, no estás solo —comenzó—, yo te qui…

Él meneó la cabeza:

     —Déjalo, da lo mismo —la interrumpió antes de que pudiera terminar la frase, esbozó una sonrisa de falsa alegría—. Lo he superado ya. Quizás no debiera de haberte contado esto. No es una historia que agrade escuchar —se apartó y se dirigió hacia la salida de las almenas—. Nos vemos  a la cena —se despidió elevando una mano sin entusiasmo y dándole la espalda.          

Lis se quedó sola.

—Te quiero —terminó su frase.

Aunque no sabía si era verdad. Ella había querido a su amigo no al joven siniestro  y oscuro en quien parecía haberse convertido.

Se sintió culpable de pensarlo si quiera. ¿Cómo podía Yairak no haber cambiado desde que se habían conocido? Lis no estaba segura de que hubiera soportado seguir viviendo de haberle pasado algo como lo que le había sucedido a él.

Lo único que tenía claro es que probablemente ya nunca lograría que él la viese como algo más que una amiga.

Él había perdido a toda su familia, había luchado en una guerra, había experimentado el miedo y la mayor expresión de la crueldad humana y en medio del horror, había tenido que elegir entre sufrir o no sentir, entre saber e ignorar, entre el dolor y la indiferencia.  Y Yairak había escogido la frialdad y la indiferencia, la pasividad ante el dolor ajeno. Probablemente ya no quería ni le importaba nadie bajo las estrellas.

Y Lis estaba segura de que ella no era una excepción.

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora