6- La archimaga, el Centinela ... - Los Pretendientes.

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Las banderas de las casas nobles ondeaban en el patio de armas. Nawin miraba distraída hacia él por la ventana de su despacho. Un golpe en la puerta, la sobresaltó:

—Adelante —respondió.

Un elfo de cabello color avellana entró y realizó una presurosa reverencia:

—Buenos días, majestad.

—Buenos días, Éressar —le sonrió ella.

El gran duque se incorporó pero no le devolvió la sonrisa. Sus ojos estaban rojos e hinchados y parecía muy apesadumbrado.

—¿Ha pasado algo? —preguntó preocupada la reina, alargando una mano hasta rozarle el brazo.

Él se apartó bruscamente como si le molestase el contacto. Forzó una sonrisa:

—No, mi señora —suspiró—. He venido a traerle las invitaciones de la fiesta que ha convocado en el palacio, para que las firme.

Nawin asintió:

—¿Has traído la lista de invitados y la de pretendientes que vendrán?

—Sí, mi reina —respondió él con la cabeza baja.

—Me gustaría repasar la de pretendientes contigo —indicó Nawin.

Él gran duque asintió y sacó la lista con una mano temblorosa antes de tendérsela.

—Veamos —repuso Nawin— aquí están todos los primogénitos varones de todas las casas nobles del reino. ¿Es así?

—Así es, Majestad.

Nawin echó un vistazo a la lista. Después se volvió hacia Éressar:

—Supongo que invariablemente deberé escoger a uno de los que pertenezca a las casas nobles más poderosas —suspiró—. Eso reduce bastante la lista —volvió a fijar su vista en el pergamino—. Estaría el hijo mayor de la casa del Valle llamado El–Berian, el marqués de los Álamos, el actual Duque de las Brumas... Hay-Kar —musitó recordando al elfo de cabello plateado— y... tú casa, claro, Éressar. ¿Cómo se llamaba tu hermano mayor?

—Alistair —respondió el Gran duque con la vista fija en un cuadro, detrás de Nawin.

—¿Lo has anotado en la lista? —preguntó ella.

—Sí, mi reina —respondió él.

—Bien —sonrió ella—. Será un placer conocerlo, después de haber trabajado con el padre y el hermano pequeño.

Éressar no respondió nada. Continuaba mirando el cuadro como si fuese inmensamente interesante.

—No sé si hablar de en estos términos de vuestra familia os ha resultado incómodo. Disculpadme, si es así —manifestó Nawin preocupada, observando la tremenda palidez de él.

—No, mi reina —respondió él sin mirarla en tono monocorde­—. Como siervo, soy consciente de que su Majestad está obligada a velar por los intereses de la Corona, no por los suyos propios. Los nobles no nos casamos por amor.

—Lo cierto es que no estoy enamorada ni tengo ningún interés particular en ningún elfo. Eso hace más sencilla la decisión —repuso Nawin con una sonrisa.

Éressar tragó saliva sin desviar la mirada del cuadro:

—Sí, mi reina —repuso.

—En cuanto a Alistair, confío poder contar con una opinión objetiva de él por vuestra parte. ¿Sería un buen pretendiente?

Éressar permaneció en silencio durante unos segundos que se hicieron eternos:

—Sí, mi reina —contestó finalmente en el mismo tono inexpresivo—. Mi hermano es tan digno pretendiente como cualquier otro.

Nawin asintió.

Por fin Éressar pareció despegar su atención del cuadro.

—¿Necesitáis de alguno más de mis servicios, majestad? —preguntó. Tenía los ojos aún más húmedos y enrojecidos que antes.

—No, Éressar, podéis marcharos —respondió Nawin.

—Gracias, mi reina —respondió el elfo, sin mirarla y salió del despacho apresuradamente como si estuviera escapando de ella.

Nawin lo observó alejarse preguntándose si había dicho algo malo.


El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora