7-La Batalla - Revelación.

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—¿Qué demonios está pasando? —se asustó Iris mientras los guardias elfos sacaban sus armas y la gente se levantaba de la mesa apresuradamente.

El resto no contestó pero imitó al resto de los presentes.

Conrado y la mayoría de los invitados se irguieron con tanto ímpetu que tiraron sus sillas al suelo.

—¡Maldita sea! —gritó Jonás, por encima del jaleo— Lo habían planeado. Sabían que nos tendrían a todos aquí por la reunión y por el anuncio de compromiso. Era el momento perfecto —el señor de la torre miró de reojo a Sorid—. ¡Hay-Kar ha planeado una conspiración contra la reina Nawin y parece que hay casas que le apoyan!

—Nadie se extrañó de los soldados de Hay-Kar. ¡Todos pensamos que eran para protegerse porque intentarían asesinarlo a él!—se exculpó el archimago del Lago de la Luna con un graznido asustado mientras trataba de ayudar a incorporarse a la anciana hechicera que lo acompañaba.

—Parece que pocos se lo esperaban —dijo Fenris. Su rostro seguía siendo una máscara indescifrable. Su vista estaba al otro lado del salón, donde se encontraban Hay-Kar, Nawin y Shi-Mae. Parecía que no se había recobrado todavía de la reaparición de la archimaga elfa.

—¡Tenemos que salir de aquí antes de que nos maten! —declaró Sorid, intentando acercarse a donde estaban ellos. En su desesperación, tiró otras cuantas sillas al suelo.

—¡No seas cobarde! —chilló Salamandra—. Tenemos que ayudar a Nawin.

—¡Locos! ¡Tenemos que salir de aquí! —insistió él, intentando hacerse oír por encima de los gritos de la gente.

—¡Es tarde! —le gritó Conrado, fijando la vista más allá —. Han atrancado las puertas por fuera. ¡Estamos todos encerrados!

Algunos invitados habían logrado llegar a los portones e intentaban abrirlos, sin conseguirlo. Varios estaban intentando hacer saltar la cerradura con magia o con alguna herramienta, cuando los soldados de la Casa de las Brumas los atacaron por sorpresa por detrás y los masacraron sin piedad. Otros intentaron teletransportarse fuera del salón, solo para descubrir que desaparecerse fuera del recinto era imposible porque había sido bloqueado previamente por algún hechicero conocedor de lo que se avecinaba.

En apenas unos instantes, hubo una pila de cuerpos frente a las puertas y el resto de los invitados que se dirigían hacia ellas retrocedieron hacia el fondo del salón con horror.

—Malditos cabrones —apretó los dientes, Salamandra.

—Que los dioses se apiaden de nosotros —gimió la anciana del Lago de la Luna.

Iris se aproximó a ella y le apretó una mano, cariñosamente:

—Tranquila, Mareth, todo saldrá bien.

Sorid, al lado, asintió sin parecer convencido.

—¿Qué hacemos? —preguntó Conrado.

—Matar a esos cabrones —contestó Salamandra.

—Nada de impulsividad —advirtió Jonás, severo—. Atravesar el salón y acercarse a las puertas es demasiado arriesgado.

—Tenemos que ayudar a Nawin —repitió Salamandra arrastrando las palabras.

—Para llegar hasta Nawin hay que atravesar casi todo el salón y todo el combate. Este sitio está plagado de hechiceros y soldados. Es arriesgado —recalcó Conrado.

Jonás lo miró, pensativo.

A Conrado le alegró constatar de que contaba con él como en los viejos tiempos y parecía haberse olvidado de que hace unos minutos era su prisionero.

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora