6-La Archimaga, el Centinela y...- Qeela

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La silueta se deslizaba por el pasadizo confundiéndose con las sombras, bajo la tenue luz de las antorchas que colgaban de las paredes.

Jonás y Fenris la siguieron sigilosamente durante un trecho. Al llegar a su altura, Jonás la agarró del brazo por detrás, sin contemplaciones y la elfa se dio la vuelta alarmada con rapidez.

Se soltó con brusquedad de sus puños y se apartó desconfiada provocando la sacudida de su cabellera plateada al hacerlo.

—¡Un humano! —exclamó en élfico, sorprendida, mientras retrocedía por el susto.

Retrocedió aún más mientras observaba a Jonás debatiéndose entre el temor, la irritación y el asco:

—¿Qué haces en el Bosque Dorado, humano? —siseó.

—Soy el señor de la torre. Jonás, el archimago —proclamó él con decisión.

—Los humanos, independientemente de su rango, no pueden entrar en el reino de los elfos sin un salvoconducto expreso de su majestad —repondió ella con desprecio.

—Puedo pedírselo a la reina, en cuanto quiera —replicó él con frialdad—. Nawin estará encantada de concedérmelo. Además —añadió—, me acompaña uno de tu raza.

La elfa pareció recular un poco y advirtió la presencia de Fenris.

Sus ojos almendrados se estrecharon imperceptiblemente como si lo reconociese:

—No es precisamente una compañía de la que el señor de la torre debiera alardear —susurró con la voz cargada de veneno mientras sus ojos recorrían al elfo-lobo con deliberada lentitud—. Por lo que tengo entendido, hasta hace muy poco era un desterrado bajo pena de muerte, y a pesar del afecto que le pueda tener su majestad no creo que la mayoría de mi raza estuviera de acuerdo en que a eso se le pudiese llamar elfo.

Como respuesta Fenris esbozó una media sonrisa:

—Vaya —repuso—, creía que no nos conocíamos. Por lo menos yo no creía haberla visto antes, pero ya veo que sí.

Qeela lo miró con desprecio:

—Tú y todos los crímenes que has cometido son bastante más conocidos de lo que piensas. Y que no nos hayamos visto físicamente no quiere decir que yo no te haya visto de otra forma.

Fenris estrechó los ojos y Jonás intervino sarcástico:

—Precisamente de esa otra forma que tienes de ver las cosas queríamos hablar contigo Qeela. Sabemos que Shi-Mae era cliente tuya.

Qeela los miró con suspicacia:

—Sí, lo era. ¿Por qué?

Jonás y Fenris intercambiaron una mirada, la comprensión inundó la de Qeela y los observó con renovado interés:

—Así que es la razón por la que acabo de ser asaltada —esbozó una sonrisa llena de frialdad—. Lamento decepcionarlos, caballeros. Pero como hechiceros que son, ya sabrán que la primera norma de un mentalista es no revelar los secretos de las mentes de sus clientes.

Jonás se mordió el labio.

Efectivamente aquella era la primera norma del código de los mentalistas. En la práctica muchos desvelaban información desde las sombras pero en principio aquella elfa tenía otro motivo en el que excusarse además de no querer contárselo.

Fenris asintió para sí como si lo hubiese esperado:

—Veo que tiene un buen conocimiento de las leyes —dijo con suavidad. Levantó la vista del suelo y clavó sus ojos ambarinos en ella—. Shi-Mae orquestó un plan para hacerse con la torre y el trono de los elfos, en el que estaba incluido el asesinato de la reina Nawin. ¿Supongo que también sabrá que la traición real o el encubrimiento de ella se pagan con la muerte?

Los ojos de ella, grises como dos lunas llenas reflejadas en el fondo de un estanque, lo contemplaron con furia:

—¿Qué pretendes decir con eso? ¿Me estás amenazando, bestia?

—Tengo que entendido que en el reino de los elfos, al menos, el principio de lealtad a la corona se encuentra por encima de cualquier principio de la orden mágica —dejó caer Jonás.

Qeela les sonrió con desprecio:

—Veo que al igual que el lobo, ignora que los mentalistas al tratar con clientes de tanto poder y conocimiento mágico como el que me plantean solo podemos acceder a la parte de su mente que estos nos permiten. ¿Acaso creen que Shi-Mae me dejaría ver cualquier cosa que estuviera interesada en que yo no viese?

—¿Acaso pretendes hacernos creer que no sabías que Shi-Mae deseaba el reino de los elfos? —gruñó Fenris.

—Ignoraba que llegase al extremo de intentar asesinar a la reina pero sí sabía que le gustaba el poder, aunque, déjame que te aclare que no era ni de lejos el tema que más la obsesionaba —respondió mirándolo de una forma que al elfo no le gustó nada.

—Tiene que saber algo de los planes e intenciones que tenía —insistió Jonás dispuesto a no rendirse—. ¿Qué haría si estuviese viva? ¿Qué cree que sería lo primero que haría?

Qeela pareció dudar pero no respondió. Miró de soslayo a Fenris y después de nuevo a Jonás:

—¿Está viva? —inquirió.

—¿Sería malo que lo estuviese? —preguntó él.

—Tal vez para algunos de vosotros —reconoció ella.

—¿Tal vez? ¿No lo sabe? —frunció el ceño Jonás—. ¿No era también vidente? ¿Soltó una profecía en el aniversario de la cornación de la reina?

Qeela lo miró burlona:

—Para ser el señor de la torre, no entendéis tanto de magia como vuestras antecesoras —Jonás enrojeció de vergüenza hasta las orejas. Qeela suspiró: —Debe de ser que no tenéis la experiencia de Aonia ni vivisteis algunas experiencias como las que vivió vuestra maestra Dana. Ella fue escogida por el unicornio y para ser kin-shannay, cosas como esas no obedecen a un motivo, recaen en el destino. De todas maneras, si es lo que preguntáis os diré que yo nunca he tenido el don de la visión. Esas palabras vinieron a mí, y como hechicera, entendí la señal y supe que era una profecía.

—¿Y no encontró mejor cosa que hacer que contar como relata el fin del mundo en un acto público, no? —sardonizó Jonás aún ofendido.

—¿El fin del mundo? —sonrió la elfa de las brumas, divertida.

—¿Eso es lo que cuenta su presagio, no? —se encogió de hombros el archimago con fastidio.

—Usted dirá —sonrió ella de nuevo—. Yo la he recitado pero eso no quiere decir que entienda su significado. –añadió y Fenris tuvo la impresión de que estaba mintiendo:

—¿Tampoco sabe entender la mente de Shi-Mae ni sus intenciones? —preguntó el elfo frunciendo el ceño.

La elfa de las brumas se giró y lo miró de la forma extraña en que lo había hecho al principio:

—Para conocer los secretos de una persona, sus intenciones, sus deseos es necesario tener acceso a algo más que a su mente, a su parte racional, hay que tener acceso a su corazón. Yo tenía acceso a una parte pequeña de su mente, si bien una parte íntima, así que preguntáis a la persona equivocada —lo taladró con la mirada mientras sonreía amargamente—. El único que ha tenido acceso, alguna vez, a su corazón ha sido An-Kris de los Robles.

Jonás los miró sin comprender y Fenris abrió la boca tal vez para decir algo, pero no fue capaz.

Qeela le dirigió una última mirada significativa antes de realizar el pase de teletransportación y volatilizarse en el aire como si nunca hubiera existido, o como si nunca lo hubieran hecho esas palabras ni esa confesión prohibida.

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora