4-Lamento de Lobos - Extraños mensajeros.

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Angie llevaba toda la tarde sentada en frente a su libro de la Tierra. Aquello le estaba resultando más difícil de lo que esperaba. El problema no radicaba en que no supiese leer, cosa por la que Lis se había mostrado sorprendida:

—¿Cómo aprendiste a leer, siendo una niña de la calle? —había preguntado.

—No siempre he sido una niña de la calle —se había limitado a responder Angie en tono cortante.

Por suerte, la pelirroja no había preguntado más.

Angie trataba de obviar que la mayoría de la gente en aquellas tierras no tenía acceso a la enseñanza, exceptuando algunos nobles, e incluso en aquellos casos, la educación de los varones se primaba por encima de la de las mujeres.

Sin embargo, remontarse a los tiempos anteriores a conocer a Vanessa y trabajar para aquel comerciante, recordar sus verdaderos orígenes, era algo que le resultaba desagradable y doloroso. Había puesto todo su empeño en olvidar aquella parte de su vida, y no le apetecía sacarla a relucir delante de gente a la que acababa de conocer.

Enfurruñada volvió a fijar la vista en el libro. No, el problema no era la lectura, ni el lenguaje arcano cuyas bases acababa de explicarle la pelirroja, o las instrucciones del libro.

Era que simplemente, no le salía.

La hija de Jonás le había entregado un frasco con un precioso escarabajo verde esmeralda. Supuestamente Angie debía de intentar comunicarse con él. Aquello no le resultaba disparatado porque recordaba como aquel perro había hablado con ella pero, cada vez que le preguntaba algo al escarabajo, este se limitaba a seguir comiéndose unas hojas de árbol que la pelirroja le había puesto.

—Intentémoslo otra vez—se había propuesto— ¿Qué tal estás? —sin respuesta—¿Qué día hace? —sin respuesta— ¿Tienes hermanos? —sin respuesta—¿Qué tienen esas hojas que no tenga yo?

El escarabajo siguió a lo suyo ignorándola olímpicamente. Frustrada, apartó el frasco a un lado y resopló:

—¿Cómo puede ser que antes me saliera y ahora no? ¿Seré boba?

—Desde luego, niña, eres boba e ingenua—dijo alguien con un matiz de burla a sus espaldas.

Angie se dio la vuelta sobresaltada para descubrir a una lagartija de brillantes ojos rojos, sobre la pared, que era la que le había hablado.

—¿Cómo? —preguntó desconcertada.

Los ojos del reptil parecieron reírse de ella:

—Me envía Morderek —explicó finalmente—, quiere hablar contigo, te espera en el bosque.

La joven puso los brazos en jarras:

—¿Qué quiere?

—Ni lo sé, ni me importa—le contestó el reptil con desdén—. Solo me ha mandado a decírtelo.

—Pues dile que si quiere hablar conmigo que venga a buscarme a la torre—le respondió Angie con el mismo tono.

La lagartija soltó una risilla, o al menos, eso fue lo que le pareció antes de desaparecer por un resquicio junto a la ventana.

Morderek no podía acercarse a la torre ni ser detectado y su mensajero lo sabía.

Angie trató de concentrarse en el libro pero al poco tiempo un gorrión se posó en su ventana y se dedicó a mirarla fijamente con ojillos negros de pena.

Aquello no podía ser casual.

Irritada abrió la ventana. El pájaro pió de contento y se recolocó en frente de ella.

—¿Qué ocurre? —le preguntó.

—Morderek te espera.

—Pues que siga esperando. —gruñó antes de cerrar la ventana de un portazo.

Se esforzó por concentrarse pero el mago negro no parecía muy dispuesto a desistir porque al cabo de un rato un nuevo pájaro se había posado al lado del gorrión.

Angie levantó un segundo la mirada y advirtió que se trataba de un loro urgalino del sur, característico por tener un llamativo penacho en su cabeza que movía en función de su estado de ánimo. En aquellos instantes el penacho estaba caído y lo contemplaba con ojillos de pena al igual que el gorrión. Cansada de ser distraída por la constantes miradas de carnero degollado de las aves, Angie corrió las cortinas.

—Veamos—se masajeó las sienes—según el libro de la Tierra debería… —se detuvo un instante.

Sobre la página del libro la miraba malévolamente la lagartija.

—¡Tú, otra vez! —casi gritó.

—Perdona si te interrumpo. —sonó la voz de Lis a sus espaldas.

La muchacha se giró abochornada.

La pelirroja la contemplaba desde la puerta extrañada.

—Perdona Lis, no era por ti, es que se me resiste el hechizo—se excusó.

—Comprendo, siempre es difícil al comienzo y se necesita paciencia. Venía por si tenías alguna duda.

—No, todo está bien—sonrió mientras sentía el sudor escurrirse por su cuello. Se levantó en dirección a la puerta mientras sentía como la mirada de la lagartija la seguía lentamente. —. Gracias de todas maneras, por tu ayuda.

—De nada—se encogió de hombros Lis—. Llámame si necesitas algo.

—Descuida—sonrió Angie forzadamente mientras cerraba la puerta tras ella.

Se volvió hacia el reptil con los ojos echando chispas:

—Largo de aquí—escupió.

La lagartija corrió a esconderse ante la ira de la muchacha.

El resto de la tarde Angie lo pasó tratando de hablar con el escarabajo e  ignorando el sonido que hacían los pájaros al golpear con el pico el cristal de la ventana.

No pensaba abrirles. Si Morderek era cabezota ella pensaba serlo más. Sin embargo, cuando por fin, llegada ya la noche, logró establecer comunicación con el escarabajo a punto estuvo de tirar el frasco a la otra punta de la habitación.

El insecto había fijado por fin, su atención en ella  pero en lugar de contestar a alguna de las múltiples preguntas que le había hecho se había limitado a mover sus antenas rotatotoriamente para indicar el nombre de su querido amigo.

Aborrecida, Angie puso el frasco lejos de su vista y se fue a la cama aunque no logró dormir. La luz de la luna se colaba a través de las cortinas y perfilaba las siluetas de las aves. Cuando, poco después, Angie contó que el número de pájaros en el aféizar se había multiplicado por tres, decidió que debía hacer algo o Morderek acabaría por enviar el bosque entero a su habitación.

—Tú ganas. —resopló.

Con resignación y aplastando su orgullo, se vistió y se echó la capa por encima, aún se encontró en su andar hacia la puerta a la lagartija que le dirigió una mirada burlona.

La suerte quiso que esquivase el pisotón lleno de furia que le dirigió Angie.

Después más tranquila, dejó atrás la habitación y salió de la torre en silencio, en medio de la madrugada.

Junto a la verja de la escuela la estaba esperando un lobo. No se sorprendió, el animal al ver que se acercaba echó a andar a través del bosque y Angie lo siguió.

Pronto llegó a un lugar al pie de las montañas donde le terreno se volvía escarpado y desaparecía la vegetación.

Allí, estaba esperándola el mago negro.

Su rostro era la definición de la palabra enfado. Aunque Angie se preguntaba si Morderek no estaba alguna vez, enfadado. Las únicas veces ya en la realidad, ya en sus visiones que no había visto sus cejas fruncidas y esa mirada fría había sido en las cuales el muchacho estaba fanfarroneando o siendo impertinente.

Esta vez, su expresión era de lo más clásica, sin embargo.

—A buenas horas—le espetó.

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora